Meteorología
¿Es posible modificar artificialmente el tiempo?
Desde que el proceso de siembra de nubes fue descubierto a mediados del siglo pasado, más de 50 países han puesto en marcha experimentos para hacer que llueva o disipar las nieblas
Hacer que llueva. O que no llueva. O que granice menos de la cuenta. Desde el origen de los tiempos, el ser humano ha fantaseado con la posibilidad de manejar la meteorología a su antojo para su uso y disfrute. Los ancestrales rituales y danzas ideados por distintas civilizaciones a lo largo de la historia acabaron dando paso a mediados del pasado siglo a intentos más sofisticados y científicos auspiciados por el avance de la tecnología.
Según explica Juan Esteban Palenzuela, delegado de Aemet en Murcia, en la actualidad existen tres líneas de trabajo en lo que a la modificación artificial del tiempo se refiere: el incremento de la precipitación, la reducción del granizo (con el fin, sobre todo, de proteger los cultivos) y la disipación de la niebla. Son más de 50 los países, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que llevan o han llevado a cabo experimentos o ensayos en alguna de esas tres direcciones desde entonces. Pese a todo, la eficacia de los métodos empleados para ello sigue sin estar clara debido, en parte, a la complejidad y variabilidad de los sistemas meteorológicos.
Todo se remonta al descubrimiento, a finales de la década de 1940, del posible uso de los cristales de yoduro de plata para formar cristales de hielo en vapor de agua, un filón que los científicos han tratado desde entonces de aprovechar para averiguar si se puede alterar la manera en que el agua se forma y actúa dentro de una nube. El hallazgo constituyó, en definitiva, la base para cimentar un proceso ideado y pulido a lo largo de los años conocido como siembra de nubes.
«Caliente o fría, contaminada o limpia, sobre una montaña o sobre un campo, las características de una nube son esenciales para sembrar nubes. Los meteorólogos disponen de nuevas herramientas para estudiar y comprender las nubes y su modificación con mayor precisión que nunca, y las nuevas tecnologías como la nanotecnología están ampliando las posibilidades en este campo. Reforzados por un impulso internacional para investigar y financiar fuentes de agua seguras, los científicos están trabajando cautelosamente para modernizar la producción de lluvia para el siglo XXI», sostiene una publicación de la OMM de 2017 centrada en la modificación artificial del tiempo.
Pese a la visualidad del nombre, el proceso de siembra de nubes no pasa por la fabricación de masas de vapor artificiales, sino por localizar e identificar aquellas más idóneas y, a partir de ahí, trabajar sobre ellas. Por ello, los países interesados en llevar a cabo experimentos han de investigar antes las propiedades físicas y químicas de las nubes frecuentes y disponibles en su territorio, un factor en la que entra en juego a su vez también la temperatura existente.
Tal y como detalla Palenzuela, el proceso puede conseguirse mediante dos tipos de siembra: glaciogénica o higroscópica. La primera utiliza agentes como el yoduro de plata, que inician la formación de hielo en las nubes frías de temperatura inferior a 0º C y con presencia de agua subfundida. El yoduro cuenta con una superficie cristalina similar a la del hielo natural, por lo que es capaz de crearlo en fases más tempranas de la vida de una nube, lo que estimula a su vez el crecimiento de partículas de un tamaño adecuado para dar lugar a la precipitación. El proceso higroscópico, por el contrario, actúa sobre las nubes ‘calientes’, aquellas con grandes extensiones por encima de los -10 °C y en las que generalmente se utiliza una sal simple, lo que ayuda a las gotas de agua concentradas a chocar y dar lugar a lluvia.
Pero el proceso per se no funciona siempre. Para ambos casos «es esencial determinar si las nubes en una región son ya eficientes o si es posible que la siembra pueda marcar una diferencia». Si las partículas de la nube a modificar ya existen en un tamaño y una concentración óptimas, la siembra perdería sus efectos.
Una de las claves fundamentales para el éxito de la operación versa en torno a la localización, dado que las propiedades características de las nubes de los trópicos, según ilustra la OMM, difieren por ejemplo de las de las latitudes medias debido a la influencia de la temperatura e incluso del nivel de contaminación en los sistemas nubosos.
En este sentido, la organización subraya que algunos de los casos más exitosos de siembra de nubes se han dado en regiones montañosas, donde las masas que se forman a partir del aire que fluye sobre las montañas las convierten en un objetivo «especialmente atractivo» debido a que los mantos de nieve de las grandes altitudes en las que se encuentran pueden almacenar el agua de todo el año de dicha región.
Los expertos señalan, por ejemplo, zonas como Wyoming (EE.UU.) o las Montañas Nevadas de Australia, donde un experimento de siembra llevado a cabo entre 2005 y 2009 aumentó la precipitación en hasta un 14 %, un impacto valorado como «positivo» e «inequívocamente exitoso», aunque estadísticamente poco significativo. Dicha técnica puede aplicarse también para la disipación de nieblas –como por ejemplo en aeropuertos– o la reducción del granizo –útil para la protección de los cultivos al aire libre–.
Algunos países, como China –para aumentar las reservas hídricas en zonas de gran altitud como el Tíbet– o Emiratos Árabes Unidos –donde la lluvia brilla por su ausencia–, han llevado a cabo en los últimos años ingentes inversiones para intentar cambiar el tiempo.
¿Y en España? Según explica Palenzuela, la OMM llevó a cabo un experimento entre 1979 y 1981 cerca de Valladolid cuyos resultados fueron «bastante desalentadores», por lo que cayó en el olvido. Al mismo tiempo, el experto cita también una prueba en la Sierra de Madrid auspiciada por la propia comunidad hace más de una década. Un procedimiento con el que, en tiempos de sequía como los que se viven estos días en nuestro país, los agricultores sueñan con que un día alcance unas cuotas de éxito que puedan suponer un verdadero cambio.