Zamora revive la pesadilla del fuego
Solo un mes después de padecer un enorme incendio, la provincia vuelve a ser víctima de las llamas
Todo lo que logró salvarse en junio está ardiendo ahora. Solo un mes después de padecer un enorme incendio, la provincia de Zamora vuelve a ser víctima de las llamas ante la impotencia de sus habitantes.
La columna de humo se ve a treinta kilómetros a la redonda y llega a confundirse con las nubes. El color del cielo parece irreal. No se distingue el horizonte y el olor a quemado lo inunda todo.
Antonio Puga no puede contener el llanto mientras observa «desesperado, impotente» el avance de las llamas en los campos de su pequeño pueblo, Pumarejo de Tera. «Se podía haber evitado», lamenta este sexagenario.
Frente a él, las llamas devoran la vegetación, la hacen crepitar. El viento no para de girar, dando cortos respiros a zonas que arderán más tarde cuando vuelva a cambiar de dirección.
El helicóptero de los bomberos sigue con sus trayectos desde el río hasta los campos, donde lanza el agua captada sobre el terreno ardiente.
Amenazados por este incendio de múltiples focos que ya ha consumido miles de hectáreas, casi 6.000 habitantes de una treintena de municipios de esta zona rural de la región de Castilla y León tuvieron que abandonar sus casas el domingo.
Aquí, cerca de Zamora, se registraron las primeras muertes de la ola de incendios que asola España en la última semana: un bombero que luchaba contra las llamas cerca del pueblo de Losacio y un pastor, cuyo cuerpo fue encontrado en la localidad vecina de Escober de Tábara.
«Ya está perdido»
En junio, un primer incendio ya devoró casi 30.000 hectáreas de la llamada «Sierra de la Culebra», cercana a Portugal y famosa por ser una de las mayores reservas de lobos de Europa. Fue el mayor fuego que se registraba en España desde 2004, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
Los habitantes de la zona colaboran sin descanso con los bomberos, portando mangueras o llenando de agua las cisternas de sus tractores, pero no ocultan su indignación con las autoridades y servicios de emergencia, mientras luchan contra el segundo grave incendio en un mes.
«Los bomberos han llegado tarde, los helicópteros estuvieron [esta mañana] y se fueron a las 3 de la tarde, ha regresado uno», denuncia Antonio Puga, técnico audiovisual.
«Los bomberos nos dicen: 'estamos desbordados'», continúa Alberto Escade, un técnico de 48 años, que se lamenta al ver marchar los tres camiones rojos. «Llegan y dicen: 'esto ya esta perdido'. Tienen la orden de defender núcleos humanos», explica.
«Ellos mismos reconocen que así no se apagan fuegos», agrega mientras lanza cubos de agua sobre el tejado de una de las múltiples bodegas de la región. En los árboles del alrededor, los frutos aún verdes están petrificados.
Las autoridades locales, de su lado, subrayan que trabajan «para la extinción de los incendios priorizando la vida de las personas».
«España olvidada»
La exalcaldesa del pueblo Isabel Blanco, de 52 años, tampoco puede esconder su decepción. Hace un mes, el fuego arrasó un lado de la carretera, explica mostrando la vegetación calcinada en el margen derecho. Ahora devora el otro.
Ella también reconoce que los bomberos «llegaron un poquito demasiado tarde», una demora tras la que ve la falta de atención hacia la «España olvidada», esa España rural víctima de la despoblación y del envejecimiento –como le ocurre a la provincia de Zamora–, y que se ha convertido en un debate recurrente en el país.
Miles de personas se preparan para pasar la noche, la segunda para algunos, en el centro de acogida habilitado para los evacuados en la ciudad de Zamora. Muchos de ellos no quieren hablar, todavía sin certezas sobre si sus casas han logrado escapar al fuego.
Daniel Santamaría, de 21 años, tuvo que salir precipitadamente de casa de sus abuelos, donde pasaba las vacaciones, con apenas una mochila al hombro mientras «caían gotas llenas de humo que manchaban todo de negro».
Algunos metros más lejos, Luis Rivero, de 76 años, no olvidará «un viento fortísimo», que fue el se «lo llevó rápido todo y que atizaba las llamas».
Laura Gago, una apicultora de 36 años que vive en Escober de Tábara, todavía no se siente preparada para ir a ver sus 700 colmenas.
«No tengo la fuerza aún», confiesa, pero calcula que el 90% de su producción se ha quemado.
«Contra la naturaleza no se puede hacer nada: el viento, la temperatura, la sequía», afirma abatida. «El cambio climático está aquí y está para quedarse», añade.