Agricultura
La crisis del campo cuesta vidas: 370 agricultores se suicidan al año en Francia
En el país vecino, se quita la vida un trabajador del campo de media al día
Vender a pérdidas, situación de endeudamiento, desconocimiento del mundo rural por parte de la sociedad... podrían explicar en parte esta tragedia
El mercado agroalimentario europeo se verá trastocado por la guerra de Ucrania
Consternación en Francia tras el suicidio de otro trabajador del campo. En este caso, se trata de un productor artesanal de queso, de la localidad de Sault, en la Provenza.
Un hecho que ha vuelto a poner en la primera plana una situación trágica: en el país vecino se suicida un agricultor por día. Y en demasiadas ocasiones, como consecuencia de la crisis, la cual se agravó tras la pandemia de la covid.
Los datos hablan por sí solos: entre 2015 y 2019, se quitaron la vida voluntariamente una media de 370 agricultores por año. Se cree que la crisis derivada del virus de Wuhan ha acelerado esta otra epidemia.
Una tragedia multifactorial
El suicidio de agricultores y ganaderos ha dejado de ser una realidad oculta para la sociedad francesa. Ya en el año 2017, los trabajadores del campo tomaron las calles para denunciar esta realidad.
Pero, ¿por qué se da? Algunos expertos apuntan a problemas estructurales del campo galo: vender a pérdidas, situación de endeudamiento, desconocimiento del mundo rural, exigencias de responsabilidad y sostenibilidad con cada vez menos medios… es decir, nada que no les suene a los profesionales de otros campos europeos.
Sin embargo, este verano está golpeando duro en gran parte de Europa. El clima, las altas temperaturas, la sequía. Los precios, la inflación. Un coctel letal, agudizado por la guerra de Ucrania.
Metamorfosis del campo
El problema del suicidio entre los trabajadores del campo franceses va íntimamente relacionado con la metamorfosis que sufre la agricultura y la ganadería en Francia. Para ilustrarlo, valen algunos datos de referencia: en 1955, había más de seis millones de franceses que se dedicaban al campo. En 2019, esta cifra se redujo a unos 400.000.
La pequeña agricultura es la que más tiene que perder frente a los vaivenes de un mundo globalizado y convulso.
Son ellos quienes más sufrirán el calentamiento del planeta y por consiguiente, los fenómenos meteorológicos extremos. Como al que asistimos este caluroso verano. El cambio climático, las altas temperaturas, los incendios… conllevan a una perdida de biodiversidad de la cual dependen los productores más modestos. Si no se detiene, ellos perderán su capacidad para producir alimentos.
Europa ante un gran reto
A día de hoy, hay dos problemas principales que sobresalen sobre los demás y que se intenta atajar desde Bruselas: el primero es socioeconómico. El cambio de estilo de vida y la modernidad han hecho de la agricultura y de la ganadería una actividad económica cada vez menos atractiva, sobre todo para los jóvenes.
El número de trabajadores del campo en Europa disminuye, mientras aumenta su media de edad. Y cada vez es más difícil mantener la actividad agrícola, sobre todo en las zonas menos productivas. Algunos terrenos se abandonan, con las posteriores consecuencias medioambientales.
El segundo es la intensificación. La búsqueda de un rendimiento cada vez más elevado para enjuagar otros problemas. El perfeccionamiento, la mecanización, el drenaje, la irrigación y la aplicación de fertilizantes y pesticidas. Lo que sea en la búsqueda de la rentabilidad. Así se reduce la biodiversidad de las tierras de cultivo y aumenta la contaminación del suelo, los ríos y los lagos.