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Feli, una vecina del pueblo de Añón del Moncayo (Zaragoza), regresa a su casa después del incendio que ha calcinado unas 6.000 hectáreasEFE / Toni Galán

Incendios

Los vecinos del Moncayo luchan por volver a la normalidad

El incendio forestal de Añón del Moncayo (Aragón), que ha quemado unas 6.000 hectáreas desde el sábado pasado, todavía no se ha dado por controlado y sigue estabilizado

Los vecinos de siete localidades cercanas al Parque Natural del Moncayo tuvieron que ser desalojados de sus casas nada más comenzar la tarde del 13 de agosto debido a un incendio descontrolado que se iniciaba en Añón de Moncayo, una zona natural que ahora viste de negro tras haberse calcinado más de 6.000 hectáreas.

«Estábamos comiendo en casa de mis padres, en la bodega, con mis tíos, mis primos, mi hermano, mi marido y mis niños. De repente se fue la luz, pero volvió enseguida. Al poco rato, volvió a irse y ya no regresó. Se fue la cobertura del móvil. No le dimos importancia porque hacía muchísimo aire, pero al poco empezamos a escuchar un helicóptero pasar y salimos a la calle a ver qué sucedía», relata Marta Pérez Castillo, de Añón de Moncayo, en declaraciones a Efe.

Así comienza a recordar esta vecina del pueblo lo sucedido el pasado fin de semana, en el que las llamas producidas por causas que todavía se desconocen comenzaron a avanzar de manera rápida, agresiva y descontrolada por los cambios continuos de la dirección del viento.

Según explica Pérez Castillo, al girar la calle, vieron mucho humo y la zona baja del pueblo en llamas. «Se propagaba el fuego muy rápido y, cuando nos enteramos, ya había gente intentando apagarlo. En la entrada del pueblo era un horror y un bombero nos dijo que cerráramos ventanas, puertas y preparáramos una bolsa con lo necesario para salir de allí», asegura.

Miedo y nervios

«El miedo y los nervios se apoderaron de nosotros. Decidimos salir corriendo, aunque mi hermano no quería irse. Si él no se iba, yo tampoco. Así que por los niños decidimos irnos todos de allí por el interior del Moncayo, ya que la carretera tenía las llamas muy cerca», comparte Marta, cuyo marido se encargó de meter todo lo que tenían en el coche mientras que sus padres se fueron con lo puesto y el neceser de los medicamentos.

Lo mismo vivió Feli Latorre, también vecina de Añón de Moncayo desde hace 47 años, a quien el fuego le llegó mediante un aviso de su hijo mientras ella descansaba y a lo que respondió, tras asomarse a una de las ventanas de su casa, que era un «bulo» al no ver nada. «Ante un segundo aviso, esta vez de mis sobrinas, me asomé a las ventanas que daban al otro lado. Ahí sí vi todo y me quedé impactada de no haber creído a mi hijo. Ya fue todo correr», asegura.

En el caso de Pérez Castillo, se fueron a una casa familiar cerca de Borja, pero su padre y su hermano decidieron volver a ayudar «en lo que se pudiera». «Estuvieron remojando con cubos y mangueras una casa a la que se acercaba el fuego hasta que la Guardia Civil intervino y les dijo que abandonaran el lugar», añade.

Al mismo tiempo, ella junto a su prima decidió acudir hasta el pabellón donde iban llegando los vecinos de los pueblos desalojados para «ayudar en lo que se podía», a pesar de que recibían informaciones sin contrastar y su situación estaba llena de «momentos de nervios e incertidumbre porque cada vez desalojaban más pueblos y el fuego corría como la pólvora».

Mientras tanto, Feli Latorre, que fue a Zaragoza para «dejar espacio en los pabellones a la gente que sí vive en el pueblo», decidió antes de desalojar «intentar ayudar» y «dar aviso a aquellos que ya estaban nerviosos, gritaban, lloraban y estaban perdidos sin saber qué hacer en esos momentos». «Empezó a subir gente que había estado con el fuego, negros y muy asustados», sostiene.

En su evacuación, que también fue por el interior del Moncayo al ser la única salida libre, veían cómo llegaba el fuego a los montes de Vera del Moncayo. A ello le antecedió un viento huracanado –«muy típico en invierno pero nunca visto en verano»– y momentos en los que «ya sabía que mi corral se estaba quemando».

Del aire puro al humo negro

«Ahora ya se puede ir al pueblo, así que iremos el fin de semana para ver en directo todos los destrozos que ha hecho el fuego. Es desolador ver cómo ha quedado todo», sostiene Marta Pérez Castillo sobre Añón de Moncayo, lugar en el que sí ha vuelto la luz y el agua tras una jornada intensa de intentar controlar las llamas.

Esto no ha sucedido todavía en el Santuario de Borja, una de las zonas más afectadas por el incendio y a la que le pilló por sorpresa la propagación de las llamas, ya que estaban en pleno concurso de disfraces de las fiestas en honor a la Virgen de la Misericordia.

Pérez Castillo define así la situación actual a los pies del Moncayo: «Es tristeza, pena… ver como el pueblo, donde se respira aire puro y fresco y desconectas del mundo, se ha vuelto negro. El pueblo es fuerte y estoy segura de que se pondrán manos a la obra en intentar recuperar todo lo perdido. Yo no quiero que mis hijos tengan este recuerdo del pueblo, sino que lo recuerden como era antes del incendio y como seguro volverá a ser con el tiempo».