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La reina Isabel II con varios de sus corgis, en mayo de 1973

La reina Isabel II, con varios de sus corgis, en mayo de 1973GTRES

¿Por qué a Isabel II le gustaban tanto los corgis?

A lo largo de sus 96 años de vida, la Reina de Inglaterra llegó a criar 30 perros de esta raza británica

Fueron, junto a su marido, el Duque de Edimburgo, sus grandes y más fieles compañeros de vida. Los más de 30 corgis que la Reina de Inglaterra crio y cuidó a lo largo de sus 96 años constituyeron una de sus señas de identidad más distintivas, llegando incluso a aparecer sobre las piernas de su dueña en las monedas acuñadas con motivo del Jubileo de Oro de 2002.

Su amor por esta raza se remonta a su infancia, cuando una joven Isabel se quedó prendada de los corgis de los hijos del marqués de Bath. La debilidad de Lilibeth por ellos llevó a su padre, el entonces Príncipe Alberto, a comprar uno para ella y su hermana Margarita. Lo llamaron Dookie (algo así como «duquecito», en español) por su carácter presumido y fue el primero de una larga lista.

Pero la saga como tal no dio comienzo hasta Susan, regalo que recibió la monarca con 18 años y matriarca de una saga que ha perdurado nada menos que 14 generaciones desde entonces.

Pese a que durante sus siete décadas de reinado Isabel convivió también con otras especies caninas, ninguna le transmitió jamás el nivel de alegría y tranquilidad que le regalaron los corgis. Sumamente inteligentes, activos, trabajadores y cariñosos, la reina encontró en ellos una inagotable fuente de jovialidad, llegando a vivir con 13 a la vez a principios de la década de 1980.

Moneda acuñada con motivo del Jubileo de Oro de Isabel II en 2002

Moneda acuñada con motivo del Jubileo de Oro de Isabel II en 2002

Siempre a su vera, los corgis mantenían una rutina de paseo y exquisitas comidas preparadas por los cocineros reales que en ocasiones era dispensada por la propia reina. Durante su tiempo libre en casa, Isabel permanecía acompañada a menudo de los animales a casi todas horas menos por la noche, ya que sus ronquidos la impedían dormir si estaba con ellos en sus aposentos.

En su lugar, los corgis (y dorgis, un cruce que inventó de un corgi y un perro salchicha en los años 60 y cuyo resultado le maravilló) tenían su propia habitación llena de juguetes y con canastas elevadas para dormir sin pasar frío ni estar expuestos a corrientes de aire.

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