De Anacarsis Cloots a Ángel
Nadie con un poco de sentido común -dice Platón- nos aconsejaría nunca que nos desentendiéramos de nuestros padres
Anacarsis Cloots
En los manuales de historia de la filosofía no encontraréis ni una nota a pie de página sobre Anacarsis Cloots, a pesar de ser el creador y protomártir del nihilismo.
Victor Hugo consideró a este «alemán, barón, millonario, ateo, hebertista y cándido» un «Don Quijote del género humano» y Michelet, aun teniéndolo por «un pobre especulativo alemán», apreció en él ciertos ribetes de genialidad, como los apreció Wieland al calificarlo de «demonio sans-culotte». Él se presentaba a sí mismo como «orador del género humano» (este fue también el título de su primer libro, de 1791) y «enemigo personal de Jesucristo».
Fue bautizado como Juan Bautista, lo cual, en su caso, fue toda una premonición. Él, ignorante de su destino, prefirió rebautizarse en los tiempos del París revolucionario, como Anacarsis. Y con este nombre se dispuso a oponer «las armas de la razón a las armas de la demencia». Nunca dudó que la razón estaba de su parte, que era la parte de la humanidad.
Para Cloots la república solo podía ser atea, pues «admitir a un rey en el firmamento es introducir dentro de nuestros muros el caballo de Troya, que se adora durante el día y nos devora durante la noche». Solo una república de ateos estaría en condiciones de fundar una «república de los derechos del hombre» precisamente porque, al ser nihilista, sus legisladores no necesitarían invocar a ningún fantasma supremo para fundamentar la ley. Más aún, hacerlo sería abrir la caja de Pandora. Es decir, somos soberanos porque no hay soberanía alguna.
Cuando escribe esto tiene en mente al Robespierre que para hacer inteligible el cosmos postulaba la existencia de un «Ser Supremo». A él se dirige con estas palabras: «Yo me conformo con un cosmos incomprensible y tú doblas la dificultad postulando un théos incomprensible». Como Robespierre creía que «no se debe jamás atacar un culto establecido más que con prudencia y una cierta delicadeza, por miedo a que un cambio súbito y violento no se presente como un atentado a la moral y una dispensa de la misma probidad», el choque entre ambos era inevitable. Y ganó el más poderoso. Cloots fue acusado de ateísmo y guillotinado el 24 de marzo de 1794, demostrando con su muerte que soberano es el que te puede condenar al silencio. Algo intuía de esto nuestro Donoso Cortés cuando afirmaba la existencia de una extraña familiaridad entre la razón y la locura.
Herman Melville homenajea a Cloots cuando presenta a la tripulación del Pequod como «una diputación de Anacarsis Cloots de todas las islas del mar, y de todos los rincones de la tierra, acompañando al viejo Ajab para llevar todas las quejas del mundo ante ese tribunal del que no muchos de ellos regresarán».
Cloots no mere el olvido.
Anarquismo
Steven Pinker: «Como joven adolescente en el Canadá que se enorgullecía de su pacifismo durante los románticos años sesenta, creía yo firmemente en el anarquismo de Bakunin. Me burlaba de las tesis de mis padres de que si el gobierno en algún momento depusiera sus armas se abrirían las puertas del infierno. Nuestras previsiones enfrentadas se sometieron a prueba a las 8 de la mañana del día 17 de octubre de 1969, cuando la policía de Montreal se puso en huelga. Hacia las 11.20 se produjo el primer robo en un banco. A mediodía, la mayoría de las tiendas del centro de las ciudades habían cerrado a causa del pillaje. En unas horas más, los taxistas quemaron el garaje de un servicio de limusinas que les había estado haciendo la competencia, un francotirador apostado en un tejado había matado a un policía, los alborotadores asaltaron varios hoteles y restaurantes, y un médico dio muerte a un ladrón que había entrado en su casa. Al final del día, se habían cometido seis robos en bancos, se habían saqueado cien tiendas, se habían producido doce incendios, se había roto una cantidad ingente de cristales y los daños a la propiedad ascendían a tres millones de dólares, antes de que las autoridades de la ciudad tuvieran que recurrir al ejército y, naturalmente, a la Policía Montada para restaurar el orden. Esta prueba empírica decisiva dejó mi política hecha jirones (y fue el anticipo de mi vida como científico)».
¿Les suena a ustedes El manifiesto de los persas?
Anaxarco
Filósofo enemigo de tiranos, Anaxarco fue a caer, tras un naufragio, en manos de su mayor enemigo, el despiadado Nicocreonte, tirano de Salamina, que ordenó que le machacaran todos sus huesos. El filósofo, sin inmutarse, le dijo: «Machacarás el cuerpo de Anaxarco, pero a Anaxarco, no.» Nicocreonte ordenó que le cortaran la lengua, pero Anaxarco se la mordió hasta cortársela y la escupió al rostro del tirano.
Anciano
Nadie con un poco de sentido común -dice Platón- nos aconsejaría nunca que nos desentendiéramos de nuestros padres, que son imágenes vivas de los dioses. A estos últimos -continúa- les erigimos estatuas y creemos que al venerarlas los predisponemos a nuestro favor. Pero cuando uno tiene en su casa «como un tesoro abatido por la edad» a su padre o a su madre, no debería creer que una estatua sin vida tiene más valor que ellos a los ojos de los dioses. Para el hombre bueno -concluye Platón- «es una suerte que vivan sus progenitores cargados de años hasta los últimos límites de la existencia y un motivo de amarga nostalgia que desaparezcan jóvenes».
Una forma muy distinta de ver las cosas fue la de los escitas, que se comían a sus abuelos tan pronto como comenzaban a dar la lata contando largas historias. «Nada podría ser más inapropiado, e incluso irrespetuoso, que comerse a esos parientes tan próximos y venerables; sin embargo, no podríamos, con toda propiedad, acusarlos de mal gusto moral», sostiene Sydney Smith (On Taste, 1805).
Ángel
Santo Tomás: «Los ángeles son los anunciadores del silencio de Dios».
Pascal: «El hombre no es ni ángel ni bestia, y lo malo es que el que quiere hacer de ángel, hace de bestia».
Georg Christoph Lichtenberg: «¡Cómo se ríen de nosotros nuestros primos, el ángel y el mono!»