La sempiterna decadencia económica de España
España no puede pretender su entrada en el núcleo de la Europa creadora de ciencia, fundamentalmente, Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia y pocos países más
La consulta de la Historia de España produce la impresión de una nación que ha estado, siempre, decayendo. Por lo menos es así en el aspecto de incorporación al núcleo más, genuinamente, europeo: su apoyo al desarrollo industrial, técnico y científico. Bien es verdad, también, que ha sido muy notable el peso cultural de España, especialmente, en las artes, la literatura y la exploración del mundo. Por eso mismo, destaca tanto el sistemático retraso económico español y, más en concreto, su alejamiento de las innovaciones científicas y técnicas.
Son complejas las causas del histórico rezago. Pervive, quizá, en el inconsciente colectivo, la inercia de la estructura de castas medievales, descrita por Américo Castro. Los nobles y los hidalgos se alejaban de las dedicaciones comerciales o profesionales. La ética del esfuerzo y el culto a la innovación se reservaban para las exploraciones de otros territorios.
Hace algo más de un siglo, Ramiro de Maeztu escribió una aguda crítica a la tesis de Max Weber sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo (innovador). Sostenía el vascongado que el factor determinante de la revolución industrial no fue la ética protestante. La razón era que los vascos, acendrados católicos, se habían destacado, excepcionalmente, en ese avance. También, lo hicieron los catalanes y algunos núcleos de la región valenciana, siempre, dentro de la modestia del desarrollo español. Pero, el conjunto de la nación se situó muy por detrás de la decidida marcha de la Europa central hacia una economía fabril, apoyada en el valor de la ciencia. A pesar de ciertas individualidades, los españoles nos hemos encontrado, siempre, en una posición zaguera.
La cuestión no es de recursos naturales, sino, otra vez, de una cierta debilidad de nuestra ética dominante. En España, sigue sin valorarse gran cosa el espíritu de esfuerzo sostenido, la curiosidad se considera de modo despectivo y la innovación aparece como petulancia. Así, no hay credenciales para un cultivo sistemático de la ciencia. Añádase el prejuicio social y político contra la clase empresarial, percibida como egoísta o explotadora.
Seamos realistas. España no puede pretender su entrada en el núcleo de la Europa creadora de ciencia, fundamentalmente, Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia y pocos países más. Bastaría con aproximarnos al modesto papel de Polonia o Irlanda. Lo malo es que surgen tentaciones de remedar la situación opuesta de Argentina o Venezuela. Al menos, eso parece por el tipo de Gobierno actual de España. Si Dios no lo remedia, continuará en la próxima legislatura.
Tampoco, es que el conjunto de Europa presente un futuro económico prometedor. Geográficamente, se dibuja como la península occidental de Asia. A su vez, España se alza como el extremo occidental de la pequeña Europa. Al menos, esa podría ser la perspectiva desde la gran potencia emergente de China. Por cierto, su verdadero adelanto es, sobre todo, en materia científica y de innovación comercial.
En España, nos quedamos con la nostalgia de nuestras aportaciones históricas: la Reconquista de Al Ándalus, la Conquista americana, el Siglo de Oro de la cultura, la Constitución de 1812, incluso, la Edad de Plata de la literatura (finales del siglo XIX y primer tercio del XX). Se podría añadir la Transición Democrática del último medio siglo. Y pare usted de contar.