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Tumba de Mama Koko en el cementerio junto al orfanato

Durante la procesión del Domingo de RamosGabriel González-Andrío

Mama Koko: cuatro horas en el mayor orfanato de El Congo

El centro alberga a unos 800 niños y niñas, mientras medio millón deambulan sin rumbo quedando, en muchos casos, en manos de las mafias

Aterrizo en el Aeropuerto Internacional de Kinshasa-N'Djili (República Democrática del Congo). El golpe de calor y humedad es brutal. Después de superar el caos y trámites burocráticos varios consigo llegar a mi lugar de destino, en el barrio de Mont-Ngafula, una zona semiurbana, de unos 220.000 habitantes con pocos ingresos, al suroeste de Kinshasa. El país ronda los 100 millones de habitantes (aunque nadie lo sabe exactamente) y la capital tiene 15 millones. La tasa de natalidad es de seis o siete hijos de media.

A casi dos horas de distancia de mi destino, por caminos tortuosos, carreteras sin semáforos ni asfalto, grandes baches, arena, fango y un sol de justicia, se encuentra uno de los mayores orfanatos de África: Mama Koko, que alberga a unos 800 niños y niñas. Llego en Domingo de Ramos y se nota el ambiente festivo, dentro de la dureza de ver a cientos de niños abandonados a su suerte.

Nada más divisar mi llegada, me rodean decenas de niños –entre los tres y los 16 años aproximadamente– al grito en francés y lingala: ¡«Han llegado los mundeles (blancos)»! Me invitan a participar en la ceremonia y me quedo impactado de la piedad con la que todos viven este día de la Semana Santa. Durante la misa no se oye una mosca. La liturgia, como es tradicional, va acompañada de espectaculares bailes y cantos religiosos africanos.

Acto seguido, el responsable del lugar, el padre claretiano chileno Hugo Ríos –exhausto tras superar un cáncer y lo que supone mantener en pie este macro hogar durante 43 años–, me cuenta la historia de Mama Koko, posiblemente uno de los orfanatos más grandes del planeta.

Orígenes

Pues bien, Laura Perna (Mama Koko) nació en la provincia de Nápoles en 1919. Allí se enamoró de un joven, pero su historia se vio truncada por la Segunda Guerra Mundial. Su novio falleció en Egipto. Laura terminó sus estudios en la Universidad de la Sapienza de Roma y después partió a Siena, donde vivió gran parte de su vida. Se dedicó a la medicina y nunca se casó. También fue docente en la universidad de la misma ciudad.

Al llegar su jubilación, decidió que sus conocimientos y su experiencia podían seguir ayudando en el Tercer Mundo. Por eso viajó al Congo y se hospedó con unas monjas. Allí conoció a un sacerdote chileno, que como ella, era médico, y tenía un dispensario en Kimbondo. Lo buscó en el seminario, donde él impartía clases y le dijo: «Padrecito, ¿por qué no hacemos un hospital para los pobres?» Al sacerdote le pareció una buena idea, y animó a Laura a que estudiase Medicina Tropical en la universidad. Y Mama Koko, que ya pasaba la tercera edad, se matriculó en la facultad de Medicina de Kinshasa.

Juntos empezaron el proyecto de la pediatría de Kimbondo. Con la ayuda de varias ONG se fueron edificando distintos pabellones: cardiología, consultas externas, etc. Todavía hoy se pueden ver los nombres de los donantes de cada construcción.

Guerra en el Este

Funcionó exclusivamente como hospital hasta 1994, cuando comenzó la guerra en el Este del país y muchos congoleses tuvieron que huir. En este momento tan desolador, gran cantidad de niños perdieron a sus padres y se alejaron de su tribu, lo que les llevaría a perder sus raíces. Miles de familias lo perdieron todo. Niños con discapacidades y sin ellas fueron considerados brujos, portadores de mala suerte y desgracia. Por ello, Mama Koko y el Padre Hugo empezaron a responder a las nuevas necesidades de este pueblo: dar un hogar y una familia a los niños abandonados que aparecían en sus puertas.

Comenzaron a dedicar parte del espacio, a albergar a estos niños, que se fueron multiplicando por cientos. La situación era verdaderamente complicada. El padre comenta que, a veces, entraban los militares y les robaban la comida. También cómo veían caer las bombas en el valle del recinto. Como se ve, la situación era límite.

En una ocasión, ante la gran tensión política y el peligro que suponía estar viviendo en Kimbondo, la embajada de Italia dispuso un helicóptero para trasladar a Mama Koko a su país de origen. Pero ella miró al Padre y le dijo: «Yo no te abandono. Me quedo contigo». Años después, una vez hecho realidad su sueño, murió Mama Koko, ya anciana, y fue enterrada en un pequeño cementerio del orfanato, donde hoy acuden piadosamente los niños y voluntarios a rezar y homenajear su memoria.

Tumba de Mama Koko en el cementerio junto al orfanato

Tumba de Mama Koko en el cementerio junto al orfanatoGabriel González-Andrío

Niños de la calle

Cuando llegan a la mayoría de edad, estos pequeños abandonan el orfanato y básicamente se buscan la vida para sobrevivir y poder llevarse algo al estómago cada día. No es casualidad, por tanto, que en la R.D. del Congo se estime que existe medio millón de niños de la calle que deambulan sin rumbo quedando, en muchos casos, en manos de las mafias y pandillas callejeras.

Peor suerte corren los pequeños que viven en el noreste del país, donde las guerrillas campan a sus anchas y actúan de forma impune en la frontera con Ruanda (Kivu del Norte), una zona donde abundan las minas de oro y coltán (que sirve para fabricar móviles, tablets, ordenadores, etc). El Congo posee nada menos que el 80 % de las reservas mundiales de este nuevo 'oro negro'. Otro dato interesante: sólo el 3 % de esas minas son oficiales. Minas que han dejado un reguero de muertos, miles de personas mutiladas o violadas. Y miles de niños huérfanos. Es el precio de una guerra sin cuartel por el poder de estos recursos naturales.

Mientras tanto el P. Hugo, que hace años fue postulado a Premio Nobel de la Paz, seguirá los pasos de su predecesora y tiene previsto morir con las botas puestas. Su epitafio parece que ya está escrito: «Misionero significa vivir en una comunidad para el servicio de los otros», afirma. Y a eso se dedica en cuerpo y alma.

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