Pirarucú: el codiciado pez del Amazonas más grande que un hombre que puede pesar 200 kilos
Víctima de pesca desmedida, prácticamente desapareció en la década de 1990 hasta que el Estado introdujo restricciones para la actividad
Un pez más grande que un hombre, sabroso y hermoso: el pirarucú de agua dulce es el favorito de los cazadores furtivos en una parte sin ley de la selva amazónica donde se encuentran Brasil, Perú y Colombia.
Apreciado tanto por su piel como por su carne, el pirarucú ha sido durante mucho tiempo un alimento básico para los pueblos indígenas especializados en cazar peces que salen a respirar aire en los lagos del valle de Javari, en el extremo occidental del estado de Amazonas.
Pero también se ha convertido en una proteína muy codiciada en los menús de los restaurantes de alta gastronomía y cocina fusión en las ciudades de Río de Janeiro, Bogotá y Lima. Con su creciente popularidad, los precios por estas piezas han ido en aumento al igual que las apuestas de los habitantes de la Amazonía por sacar provecho de ello.
Se considera al creciente apetito por el pirarucú como una razón que llevó a las muertes el año pasado del defensor de los derechos indígenas Bruno Pereira y del periodista británico Dom Phillips a manos de pescadores furtivos que descuartizaron los cuerpos de la pareja y escondieron sus restos en la selva.
En el estado de Amazonas, la captura del pirarucú está estrictamente regulada. En el valle de Javari, que alberga la segunda reserva indígena protegida más grande del gigante sudamericano –allí viven siete tribus, incluidos los Kanamari–, únicamente los residentes pueden cazarlo.
Sin embargo, algunos denuncian que eso no es tan así: «¡Nos están robando!», sostuvo Joao Filho Kanamari, un residente amazónico que toma el apellido de su tribu, que regularmente entra en conflicto con los intrusos que se adentran en esas tierras en busca del preciado pez.
«Vaca del Amazonas»
Para los kanamari, la historia del pirarucú es la de «una hoja de árbol que cayó al agua y se convirtió en un pez gigante», explicó a la AFP el jefe tribal Mauro da Silva Kanamari. «Arapaima gigas» por su nombre científico, el pirarucú es uno de los peces de agua dulce más grandes del planeta.
Es una criatura de aspecto extraño con una cola rosada y afilada, una cabeza torpemente aplanada y ojos globulares que recuerdan a un monstruo prehistórico. Omnívoro, el pirarucú puede crecer hasta tres metros de largo y pesar más de 200 kilogramos. Atrapado con ayuda de redes y arpones, este pez gigante es relativamente fácil de detectar y matar, ya que necesita salir a la superficie cada 20 minutos para respirar.
Conocido cariñosamente por los lugareños como «la vaca del Amazonas», presumiblemente por su capacidad de alimentar a muchos a la vez, el pirarucú también tiene otras utilidades: su piel se usa para fabricar productos de cueros exóticos como zapatos, bolsos y carteras. Además, las escamas de pirarucú, supuestamente resistentes a los dientes de piraña, se venden a los turistas como llaveros.
Víctima de pesca desmedida en la Amazonía brasileña, el pirarucú prácticamente desapareció en la década de 1990 hasta que el Estado introdujo restricciones para la actividad.
Garantizar el futuro
En 2017, en el valle de Javari comenzó un proyecto con la ayuda de una ONG indígena llamada CTI para garantizar que la comunidad pueda continuar explotando el pirarucú durante mucho tiempo de forma sostenible.
El proyecto es administrado por los mismos Kanamari, quienes han limitado voluntariamente sus propias capturas de pirarucú y acordaron no vender ninguno a foráneos durante cinco años. «La idea es que los nativos puedan alimentarse, proveerse para sus necesidades, todo ello mientras protegen su territorio», aclaró el vocero del CTI, Thiago Arruda.
El proyecto también implica patrullas para detectar y denunciar a los cazadores furtivos, una empresa arriesgada que puede poner a los miembros de la tribu en contacto con pescadores ilegales, a menudo armados. «El proyecto es muy importante para nosotros», dijo Bushe Matis, coordinador de la Unión de Pueblos Indígenas del Valle de Javari (Univaja).
«Antes la gente pescaba como loca. A partir de ahora cuidaremos los lagos y las zonas de pesca, para que en el futuro siempre tengamos peces», subrayó.
Estaba programado realizar un inventario en el corto plazo y si el número de peces se ha recuperado lo suficiente, el Kanamari podrá comenzar a vender nuevamente. Pero hay obstáculos por delante: la comunidad local aún tiene que establecer una cadena de frío, imprescindible para llevar el pescado de manera segura desde las entrañas de la selva amazónica hasta los clientes, y decidir cómo dividir las ganancias de la actividad.
Algunos temen que la apertura a la venta pueda exponer a los habitantes indígenas de la selva a un tipo de riesgo completamente nuevo. Según un promotor del proyecto, que pidió no ser identificado, existe el peligro de que políticos o empresarios locales «no necesariamente bien intencionados y probablemente involucrados en redes de pesca ilegal», se abran paso en este sistema.