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Abecedario filosóficoGregorio Luri

Caminar y pensar, 1

Para Thoreau, un hombre sano es el complemento de cada amanecer de cada estación. «En invierno, lleva el verano en su corazón. Allí está el sur.»

Ramón Llull.

Este Caballero errante del pensamiento (así lo bautizó Menéndez Pelayo) se expresa a sí mismo en el Llibre de meravelles con estas palabras que un padre dirige a su hijo: «Amable fill, ve per lo món, e meravelle't dels hòmens».

1630. Descartes.

En la tercera parte del Discurso del método, Descartes, preguntándose por el sentido de la vida, escribe: «Los viajeros que se encuentra perdidos en algún bosque, no deben deambular, dando vueltas de un lado para otro, ni mucho menos detenerse, sino que deben caminan lo más recto que pueden hacia el mismo lado, y no para cambiarlo por razones débiles, aunque tal vez inicialmente fue elegido al azar; porque por este medio, si no van precisamente a donde quieren, al menos llegarán al final a algún lugar donde probablemente estarán mejor que en medio de un bosque». En cuestiones de la vida, este es el método.

1779. Rousseau.

Escuchad sus Confesiones: «Nunca pensé tanto, ni existí tanto, ni viví tanto, ni fui tanto yo mismo, si es que puedo hablar así, como en los viajes que hice solo y a pie». Rousseau aprendió a caminar por caminar intentando poner en marcha su espíritu. Buscaba diluir sus preocupaciones en el diapasón de sus pasos y llenar así los vacíos del alma. Caminaba sin objeto para sentirse envuelto de la gratuita presencia de la naturaleza. «Me encanta caminar a mi aire y detenerme cuando me place. Lo que necesito es la vida ambulante. Hacer camino a pie con buen tiempo a través de una hermosa región sin verme urgido por nada. De todas las formas de vivir esa es la que más me gusta.» Pone el camino en manos del azar. Esto es el romanticismo.

1798. William Hazlitt.

El 10 de abril de 1798 Hazlitt llegó a la posada de Llangollen y, ante una botellla de Jerez y un pollo frío, abrió la Nueva Eloísa y aprendió a caminar apoyándose en Rousseau para dejarse atrás a sí mismo. Todo lo que buscó a partir de ese momento fue un cielo azul sobre la cabeza, el verde prado bajo sus pies y un camino sinuoso que le permitiera librarse de las trabas del mundo y de la opinión pública, perder su identidad personal confundiéndose con los elementos de la naturaleza.

1810. Byron.

Con el Fausto de Goethe en el bolsillo y Childe Harold rondándole por el alma, Byron inicia su ascensión a los Alpes. «Todo esto –escribe mientras asciende- expande el espíritu, aunque la tierra, al perforar el cielo, nos abandone a los hombres fútiles aquí abajo». Dos años después Friedrich pintó El excursionista sobre un mar de niebla. En 1815, Coleridge acaba su Himno antes de la salida del sol en el valle de Chamonix. En 1834 Hector Berlioz compone Harold en Italia y en 1848 Schumann concluye su Manfred.

1815. Schopenhauer.

El 16 de mayo de 1804 Schopenhauer ascendió al Chapeau, cerca de Chamonix. «Aquí –escribe- nada se muestra trivial». A las dos de la madrugada del 28 de julio inicia la subida al Schneekoppe. Alcanzó su propósito a tiempo para contemplar el amanecer. «Uno ve el mundo a sus pies como un caos», anota.

El 3 de junio otea el mundo desde la cumbre del Monte Pilatus. «Sentí vértigo cuando por vez primera contemplé la inmensidad del espacio que se extendía ante mis ojos.» Sacudido por el viento puro que le tuesta la piel, todas las preocupaciones de los hombres, que abajo parecen tan grandes, se muestran tan pequeñas… Al borde de un precipicio encuentra la «Fluhblümli», la «primula auriculada» y la arranca jugándose la vida. «Esta flor exhala el aire puro de la montaña del que se nutre».

Thoreau (1817-1862).

Caminaba todos los días de tres a cinco horas. Como Rousseau, necesita mover el cuerpo para poner en marcha el alma. Considera vano sentarse a escribir si antes no se ha levantado para vivir. Más aún: mide su propia salud espiritual por la simpatía con que se abre al recomenzar de cada mañana.

«En una agradable mañana de primavera», leemos en Walden, «quedan perdonados todos los pecados de los hombres». En el amanecer todo vuelve a empezar, todo comienza de nuevo y la luz que despunta se lleva con la carga de la noche también las cargas del pasado.

Para Thoreau, un hombre sano es el complemento de cada amanecer de cada estación. «En invierno, lleva el verano en su corazón. Allí está el sur».

1881. Nietzsche.

Nietzsche es otro pensador que camina. Su escritura está impulsada por sus pasos. «Camino mucho, por los bosques, y mantengo conmigo mismo brillantes conversaciones»

6 de agosto de 1881 está en Sils Maria, en la Alta Engadina. El aire es transparente, el viento fresco y la luz resplandeciente. Se encuentra junto a una roca situada en la orilla de un pequeño lago, disfrutando de los juegos caprichosos de las luces y las sombras en las faldas del Piz Corvatsch. «Había hecho abstracción de mí mismo, todo era juego, puro juego; todo era lago, luz del mediodía, tiempo sin objeto. Y, de pronto, amigo, Zaratustra pasó a mi lado».

Para Zaratustra «solamente los pensamientos que tenemos mientras caminamos valen alguna cosa». Se presenta a sí mismo como «un caminante y un escalador de montañas […]. Sea cual sea mi destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya de experimentar, siempre habrá en ellas un caminar y un escalar montañas».

Verano de 1883. En Tautenberg. Por la mañana Nietzsche buscaba a Lou para dar largos paseos y dialogar incansablemente. Lou escribe: «Es curioso que con nuestros diálogos vamos a parar maquinalmente a los abismos, a unos lugares de vértigo hacia los cuales uno ha trepado en solitario para mirar a las profundidades. Hemos elegido siempre caminos de cabras y, si alguien nos hubiera escuchado, habría creído que estaban conversando dos diablos».