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Juan José R. Calaza

Ese tigre de papel: del efecto arrastre al feminismo radical

Siendo inevitablemente minoritario, el feminismo radical, tanto el de Irene Montero como el de Ana Redondo, para atraer militancia desquiciada intenta «Subirse al carro» del efecto arrastre (Hop on the bandwagon) siguiendo una dinámica perfectamente conocida en ciencias sociales

En la sesión de control al Gobierno en el Congreso (20/03/2024), Jaime de los Santos, diputado del PP, interpeló a la ministra de Igualdad, Ana Redondo, respecto al preocupante panorama que enfocan distintas estadísticas iluminando claramente el distanciamiento de muchos jóvenes (hombres y mujeres) en relación con el movimiento feminista. Ana Redondo traía la chuleta preparada (el 66 % de las jóvenes de entre 18 y 26 años sí se consideran feministas; el 54 % de los jóvenes muestran alguna afinidad al respecto, blablablá…) pero la interpelación del diputado popular la sacó de sus casillas y, desde su radicalidad atropellada, la buena señora estalló acusándolo de «machista reaccionario y negacionista». No siendo novedoso el discurso de la ministra de Igualdad –en la misma línea que el sostenido por Irene Montero– conviene situarlo en contexto.

Al calor de la tormenta mediática desatada por el beso del expresidente de la RFEF a una jugadora, la por entonces ministra de Igualdad, Irene Montero, declaró que la acción política de su departamento obedecía a la demanda de una sociedad abrumadoramente feminista. Esta afirmación, sostenida asimismo por Ana Redondo, es abrumadoramente falsa. Las feministas, tal como las entiende el radicalismo, son minoría en España si bien se jactan ruidosamente de abrumadora mayoría para sofrenar la abrumadora resistencia social a medidas tomadas en nombre de las mujeres. Medidas que perjudican a la sociedad en general y a las mujeres en particular, verbigracia, Ley de 'solo sí es sí'. El empoderado feminismo radical, con pintoresca parla manantía, intenta activar una corriente de ambiciones que atraiga oportunista y gregariamente a las mujeres.

Un punto cenital se alcanzó en el 2023 que, en muchos de nosotros, dejo un amargo regusto de miseria moral, incalificable oportunismo, crueldad, ensañamiento y degeneración social. No me refiero, qué también, a la desesperada fuga del presidente Sánchez fuera de los límites democráticos a no transgredir que explícita e implícitamente nos habíamos impuesto en esta vieja nación, constitutivos de admiración y respeto universal. Me refiero, más específicamente, a la salvaje caza al hombre -bajuna, amoral, canallesca- llevada a cabo por el feminismo radical (y portamaletas masculinos adjuntos) contra Luis Rubiales. Cuyo pecado, inextinguible e imperdonable, no es tanto ser machista como ser hombre y antipático en la obscenidad gestual. La suya es evidente, de ello no cabe duda. Pero la obscenidad gestual –incluso la que practican tan desenvuelta e impunemente las feministas con las domingas al aire en las iglesias– no priva a nadie de sus derechos legales y menos, si cabe, de la presunción de inocencia. Si Luis Rubiales no se ha suicidado –otros en su lugar no hubiesen estado lejos de dar el paso– quizás sea porque en el fuero interno sabe que es inocente y no ha perdido la esperanza de ver a las causantes de su empalamiento social, profesional y humano, morder el polvo de la desesperación en cuanto los zarpazos del tiempo las desgarren despiadadamente. Y las desgarrarán toda vez que el oportunista y pesetero feminismo radical de las futbolistas victimizadas –entre lloronas, despiadadas y pedigüeñas– antes o después mostrará que la potencia de las garras de harpías, buscando aterrorizar a los pusilánimes, es la de las tigresas de papel. A día de hoy parece difícil anticiparlo, tanta es la pujanza que aparentan, pero voy a intentarlo aportando algunos elementos de carácter técnico.

Mentalidad de rebaño

Técnicamente, una forma de explicar esa dinámica, estudiada en ciencias sociales, se asienta en la mentalidad de rebaño/herd mentality: tendencia de personas gregarias a alinear sus creencias o actitudes con un grupo que las arrastra. Quiere decirse, Irene Montero toma al colectivo femenino por ovejas que pretende pastorear. Sin embargo, las mujeres en general, aunque sensibles al efecto halo, son menos gregarias que los hombres. Curiosamente, quizás haya más hombres tiernamente feministas que mujeres (62 % de votantes de Unidas Podemos son hombres, despectivamente tratados de pagafantas por las jóvenes de desprejuiciada prosa faldicorta).

Sociología, psicología social y economía conductual han encontrado una mina en el comportamiento gregario. Por ejemplo, en la ciencia del voto las enseñanzas surgidas de la mentalidad de rebaño han dado lugar a leyes que intentan impedir manipular e influir a los votantes (por medios ilegalmente casi subliminales) prohibiendo la publicación de sondeos en fechas inmediatamente anteriores a los comicios. Conviene tener claro, no obstante, que en la difusión de sondeos electorales se observan efectos opuestos. Por una parte, el efecto arrastre/bandwagon effect que refuerza la posición del candidato/a que va en cabeza. El líder en los sondeos atrae nuevos electores sin preferencias bien definidas que, por conformismo y mentalidad de rebaño, siguen al potencial ganador. En rigor, no debe confundirse el efecto arrastre con el efecto halo –que ejerce Sánchez, ay, sobre cierto tipo de mujeres– sesgo cognitivo que tiene otro origen (el efecto bandwagon es sesgo de tipo conformista; el efecto halo, de tipo impresionabilidad a las percepciones favorables). También se constata, en sentido opuesto, el efecto perro apaleado/underdog effect: el candidato rezagado o considerado perdedor en los sondeos suscita la compasión de ciertos electores que lo votarán. En definitiva, los efectos (a veces opuestos) de la publicación de sondeos electorales dependen de la función de reacción social. Algo parecido se observa –rechazo de la discriminación positiva, función de reacción mediante– en el conjunto social femenino con relación a medidas generadoras de efecto boomerang toda vez que, en última instancia, encasillan a las mujeres como cuoteras (sic) o las perjudican. Quedó dicho de la Ley de 'solo sí es sí' o la ley española, sin duda necesaria y vanguardista, de lo que los franceses llaman congé menstruel que, por deficiente redacción e implementación, estigmatiza a las mujeres en el mercado laboral a pesar de la necesidad para muchas, realmente dolientes, de acogerse a su amparo.

Sesgo cognitivo

El efecto bandwagon conceptualiza, en general, la constatación que algunas personas adoptan comportamientos, estilos, actitudes, simplemente porque otras lo hacen. El feminismo no es excepción. El efecto arrastre parte de un sesgo cognitivo que puede alterar la opinión pública o comportamientos cuando surgen actitudes y creencias que se van acumulando en la sociedad. Fenómeno sicológico en el que la tasa de adopción de creencias, ideas, modas, tendencias en determinado periodo depende de la proporción de quienes ya han sucumbido recientemente a la adopción. A medida que más personas creen en algo parece razonable subirse al carro de la opinión ascendente (hop on the bandwagon) independientemente de la consistencia, poca o mucha, subyacente. Es sesgo de conformismo o deseo de encajar con el grupo al que se pertenece o incluso para adherir al consenso, al mainstream en aras de no quedar excluido. Ser joven y conformista podría parecer oxímoron. Pues no. El sesgo de conformismo llega a tal extremo que el 99 % de jóvenes que suscriben las tesis climáticas del IPCC, militando activa y violentamente, no saben nada de climatología (salvo que el CO₂ es gas con efecto invernadero, nadie lo niega) simplemente, se suben al carro. 95 % de feministas no han leído ni un libro de Simone de Beauvoir (que en su correspondencia con Sartre insultaba a las chicas que había seducido –frecuentemente entre los dos– tratándolas de terneras, descerebradas, etc.)

Pero no solamente el sesgo de conformismo empuja a adoptar creencias o comportamientos, también las cascadas informativas juegan un papel crucial, sea obteniendo información de otros o por insistentes campañas mediáticas, propagandísticas o publicitarias (a las que recurría abundosamente Irene Montero en el Ministerio de Igualdad) que refuerzan el efecto socialmente acumulativo. Es claro en marketing. Si con una exitosa campaña de lanzamiento los jeans amarillos se ponen de moda, el número de personas que los adoptarán en agosto dependerá de cuántas los hayan exhibido en julio. El proceso es acumulativo, la tasa de adopción es intrínseca a cada moda o tendencia (política, feminista, vestimentaria, turística, cultural, ideológica, alimenticia, etc.) Punto débil del feminismo radical: las cascadas informativas apuntan a la fragilidad de las modas en cuanto la gente percibe que la información subyacente es frágil o está manipulada.

'Argumentum ad populum'

La racionalización que sostiene el efecto bandwagon es que si todo el mundo adopta una creencia o comportamiento debe ser la mejor solución: es difícil que todo el mundo se equivoque simultáneamente. Ocurre que una información no es cierta porque así lo crea la mayoría, falacia Argumentum ad populum. El efecto inverso al efecto subirse al carro (efecto esnob) lo provoca otro sesgo cognitivo por el cual la gente, una minoría, evita hacer algo o adherir a algo si la mayoría o mucha gente ya lo hace. Hay una franja de mujeres (perfectamente conscientes de la igualdad de derechos con los hombres) ferozmente antifeminista por reacción a la moda ideológica (desconozco el porcentaje de mujeres antifeministas, sí sé que casi el 30 % de votantes de Vox y el 50 % del PP son mujeres). Lo que no desconozco, y tengo muy claro, es que todas las mujeres suscriben la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y las políticas de discriminación positiva (que sustentan en ciertos casos la efectiva igualdad de oportunidades) que no generen efectos contrarios a los buscados. Precisamente por ello muy pocas mujeres son feministas radicales. No lo es Cayetana Álvarez de Toledo, superdotada intelectualmente, ni lo es Isabel Díaz Ayuso, con más carisma que Juana de Arco.

Concepto impreciso y deslizante

Con las anteriores consideraciones técnicas en mano, se entiende perfectamente que las feministas insistan, retórica de manual de ingeniería social, en que son abrumadoramente mayoritarias en la sociedad española intentando provocar un efecto de arrastre para que las mujeres indecisas se suban al carro. No voy a molestarme en desmontar cuantitativamente este desbarre, es suficiente algo de sentido común. Feminista es concepto impreciso y deslizante, polisémico, según se defina e interprete son feministas rabiosamente el 100 % o solo una minoría de mujeres. Porque al feminismo radicalizado, ese tigre de papel, le pasa como al fútbol femenino: mucho ruido y poca afición.

  • Juan José R. Calaza es economista y matemático