La calidad de la universidad: el debate (serio) pendiente
En España, existen 91 universidades (50 públicas y 41 privadas). ¿Cómo valorar cuáles alcanzan las cotas de calidad exigibles a instituciones de esta trascendencia, y cuáles no?
Asistimos a un debate coyuntural y vacío de rigor, planteado quizá bajo objetivos espurios. Pero sirva como pretexto para reflexionar proactivamente.
¿Qué significa que una universidad revista calidad? Debemos responder bajo miradas objetivas y sensatas.
En España, existen 91 universidades (50 públicas y 41 privadas) (MICIU, 2023-2024). ¿Cómo valorar cuáles alcanzan las cotas de calidad exigibles a instituciones de esta trascendencia, y cuáles no?
Cuestión compleja, por su perfil poliédrico y su dosis de inevitable y peligrosa subjetividad. Pero susceptible de ser abordada en profundidad. Expreso mis convicciones desde un perfil dual (como el de muchos profesores), que creo me autoriza para pronunciarme. Por un lado, me he doctorado en 2 universidades públicas (Politécnica de Madrid y Salamanca); por otro, soy profesor de una universidad privada (CEU San Pablo, que considero alcanza cotas inequívocas de calidad); y soy Académico de la Real Academia de Doctores de España (una corporación de derecho público). Añado que poseo la acreditación como Catedrático de la ANECA (organismo ministerial que -por cierto- exige más méritos a los docentes de instituciones privadas que a los de públicas). Es indudable que existen universidades excelentes y otras mediocres, pero eso no guarda necesariamente relación con su titularidad. Como primer matiz, la calidad docente de la universidad ha de desglosarse en la de sus Facultades, y ésta quizá en la de sus profesores, e incluso en la de sus alumnos.
Trataré de sintetizar los rasgos que debieran avalar la calidad de una universidad. No pretendo establecer parámetros generales, pero sí introducir argumentos para contemplar el escenario desde una óptica racional.
- Compromiso con la excelencia. Ha de planificarse y renovarse constantemente, adaptándose a las circunstancias sociales, educativas y culturales. Una universidad de calidad jamás duerme. No puede permanecer estática: nace, crece, se transforma…. En cada etapa debe preguntarse: ¿respondemos adecuadamente a las necesidades sociales?
- Investigación y recursos. Generar nuevos saberes es una misión esencial, como retorno a la sociedad. La financiación es y será siempre un reto para instituciones públicas y privadas. Pero las limitaciones no deben desanimar: una universidad que no dedica recursos a la investigación no pasa de ser un «colegio universitario», que se aprovecha de lo que otras generan.
- Vocación del profesorado. Buena parte de la calidad reside en el profesor que se entrega vocacionalmente a la tarea de formar. Y que ello trascienda el plano técnico, para abarcar también valores que harán del estudiante un futuro ciudadano éticamente comprometido, que aprenda a cuidar también de los vulnerables. El docente no debe ser únicamente alguien que sabe, sino alguien que siente, combinando exigencia académica y empatía con el estudiante. Ya lo decía José Luis Sampedro: «La educación es amor y provocación».
- Sinergias con el entorno. Máxime en Europa, donde la seña de identidad histórica de las universidades ha sido su identificación con el tejido urbano. Una universidad de calidad debe huir del aislamiento, e incrementar su presencia en el contexto social, empresarial y ciudadano, activando mecanismos de cooperación con los municipios y otros agentes, que reduzcan inversiones en equipamientos, optimicen su uso y fomenten la empleabilidad de los egresados.
- Internacionalización. Incrementa su calidad aquella institución que busca aprender de otras foráneas y que, en sentido inverso, comparte sus hallazgos más allá de las fronteras. No solo las universidades se encargan de promover valores, también innumerables entidades públicas y privadas internacionales; entre otras, la UNESCO, y otras más recientes, como la House of Feigenblatt, con quien colaboré en Foros como el celebrado en Naciones Unidas sobre Educación, Paz y Desarrollo.
- Rechazo del abuso de la virtualidad. La verdadera formación humana exige el contacto personal. Son incontables los pedagogos y psicólogos que han advertido sobre el riesgo de la virtualización excesiva. Desde el desaparecido Nuccio Ordine (Premio Princesa de Asturias), hasta el propio Papa Francisco, quien en 2023 manifestaba con energía: «! No virtualicéis la vida…!»…
- Honestidad moral. Toda universidad consciente de la trascendencia de sus misiones está obligada a ser ejemplar en cuanto promueve, eliminando de sus procedimientos cualquier rastro de arbitrariedad, endogamia o reducción del nivel académico exigible en cualquier nivel.
- Y Arquitectura. Mis valoraciones sobre la calidad universitaria no se limitan a parámetros académicos, investigadores o de gobernanza. Debido a mis 35 años de dedicación al tema, reivindico otra dimensión, no siempre valorada: la excelencia arquitectónica, funcional y vivencial de los campus. Una universidad adquiere calidad cuando promueve una vivencia plena, generadora de bienestar físico y mental, incrementando así la motivación del alumno. La calidad universitaria depende también de sus espacios (relación con la ciudad, campus, edificios y aulas). Tenemos en España extraordinarias evidencias de que un recinto ideado en clave de excelencia puede promover innovaciones transversales, como sucedió hace casi 100 años con la Ciudad Universitaria madrileña. La Arquitectura propone formas de vida, por lo que debe ser un parámetro más en la medición de la calidad. Como señala el catedrático de Stanford, Paul Turner: «El campus sirve a la institución universitaria no solo satisfaciendo sus necesidades espaciales, sino expresando y reforzando sus ideales y metas». Puede incluso ser metáfora construida de democracia.
Una última mirada. No hay universidades excelentes sin docentes, ni investigadores, ni gestores excelentes. Pero tampoco sin alumnos excelentes, … Y más allá. La calidad de la universidad depende de la calidad de las enseñanzas escolares, y -en origen- de la calidad formativa y humana que debe nacer en el seno familiar, transmitiendo la cultura del esfuerzo, el placer por aprender y el compromiso ético. El pedagogo italiano Malaguzzi, entendía la existencia de 3 profesores: el profesional, la familia y el espacio físico. Así debiera entenderse la universidad: como una proyección institucional de la formación humana, en su sentido más profundo y poliédrico.
Sirvan estas líneas para dibujar el núcleo del debate sobre la calidad universitaria, desde una óptica objetiva y desapasionada. Ojalá sirva para afrontarlo con seriedad. Lo demás, me temo, es ruido político, e hipocresía ciega.
- Pablo Campos Calvo-Sotelo es Catedrático Universidad San Pablo CEU