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Manuel Fernández Ordoñez, autor de 'En busca de la libertad. El planeta en peligro'El Debate

Entrevista

Un alegato contra el 'apocalipsis climático': «Hay mucha gente viviendo del miedo»

Manuel Fernández Ordoñez, autor de En busca de la libertad. El planeta en peligro combate el catastrofismo ecológico del que hacen gala medios, partidos políticos y organizaciones

No resulta fácil en estos tiempos que corren intentar vender un libro o siquiera un reportaje que suponga un desafío a los dogmas impuestos y que con tanto afán hacen suyos medios de comunicación, partidos políticos y destacados líderes.

Es lo que hace Manuel Fernández Ordoñez en En busca de la libertad. El planeta en peligro (Ediciones Gaveta), una especie de alegato contra ese 'apocalipsis climático' que resuena sin cesar en nuestros días.

El autor combate el catastrofismo con realismo, como dice la economista María Blanco en el prólogo. Todo aquel que se sumerja en la obra encontrará afirmaciones totalmente opuestas a las que hoy en día es tan fácil de encontrar: ni la Tierra se está acercando a su fin, ni nuestro estilo de vida es insostenible ni los recursos se nos están acabando. Tampoco se espera un cercano sufrimiento a causa del cambio climático, cosechas exiguas y fenómenos naturales incontrolables.

–En contra de la difundida idea de escasez de los recursos naturales y del advenimiento de un inminente apocalipsis climático, usted afirma todo lo contrario.

–La historia nos demuestra que las teorías apocalípticas sobre la escasez de recursos siempre se han demostrado falsas porque parten de una premisa falsa: considerar que el ser humano es una especie de insecto en el ecosistema. Lo que sucede es que el ser humano crea sus propios recursos, como el carbón, el petróleo, el uranio, de los que extrae la energía adecuada. ¿Para qué quieren la hormiga, el elefante o el león el petróleo? Pero el ser humano es quien los genera, desde siempre, y sobre todo desde la Revolución Industrial. La senda de crecimiento y progreso de las sociedades avanzadas se basan en el dominio de fuentes energéticas externas.

Se busca siempre el titular catastrofista porque estamos programados genéticamente para las malas noticias

–Pero esa visión apocalíptica ya está insertada a todos los niveles, algo que crea incertidumbre y ansiedad a unos y rentabilidad a otros.

–Hay mucha gente viviendo del miedo: ONGs, grupos de presión, partidos políticos… El negocio del miedo siempre fue rentable. En periódicos, televisiones y medios siempre se busca el titular catastrofista porque estamos programados genéticamente para las malas noticias. Son noticias muy difíciles de refutar con argumentos técnicos porque la gente no los entiende. Todo eso desemboca a que en los parlamentos se aprueben leyes de emergencia climática cuando en España hay muchas otras emergencias.

–El cambio climático parece justificar todo, como hizo Pedro Sánchez este verano con los incendios...

–Ser político no es fácil, es una actividad compleja, pero está claro que para eludir responsabilidades, hay que buscar y cualquier excusa parece buena. Ahora todo es culpa de Putin. Antes del cambio climático. El calor, la lluvia, el frío… son culpa del cambio climático. Pero esto ocurre porque la política no se fundamenta en realidades, sino en el relato, y lo que cuadra con el relato es verdad y lo que no, no lo es. La sociedad ha normalizado la mentira. Tampoco le echemos toda la culpa a ellos, nosotros hemos hecho una dejación de funciones como sociedad.

Alemania es un ejemplo de transición ecológica fallida

–¿Se están haciendo el harakiri España y Europa a la hora de abordar la transición verde y aborrecer la nuclear?

–Absolutamente. En unos sitios más que en otros. Y los que enarbolan ese suicidio son los Gobiernos de España y Alemania. La ministra Teresa Ribera y el presidente Pedro Sánchez tienen una posición que empieza a rozar lo irracional respecto a la energía en general. Alemania se lo empezó a hacer desde el año 2011 cuando Ángela Merkel cerró ocho reactores nucleares. Es el ejemplo de una transición ecológica fallida, que ha sido un esperpento. La posición de España de no quererse replantear el cierre de las centrales nucleares y de seguir planteando un sistema eléctrico basado en el gas es un error, como estamos viendo con los altísimos precios de la electricidad sin que se atrevan a cambiar la base del problema. Y para colmo, se cierran nucleares que aseguran suministro, no emiten CO2 y no nos condenan a depender de Rusia.

–Capítulo aparte merece la financiación de las organizaciones ecologistas, como Greenpeace, que dentro de su opacidad, recibe donaciones multimillonarias sorprendentes.

–Lo que es una pena es que en España tengamos un sistema fiscal tan poco transparente en comparación con el Reino Unido o Estados Unidos donde las fundaciones tienen la obligación de declarar sus donaciones. Efectivamente, Greenpeace se financia con dinero de fundaciones de las grandes familias de los magnates del petróleo, como los Rockefeller. ¿Por qué dona la industria del petróleo ese dinero a esta organización para que luego monten campañas contra el BBVA por supuestamente dar préstamos a empresas que contaminan? Me gustaría que la propia Greenpeace, en ese ejercicio de transparencia, hiciera públicas las donaciones que recibe, para saber si hay organizaciones, por ejemplo, procedentes de Rusia, que haya financiado acciones 'ecologistas' en España o en otros países de Europa, que nos permitan comprender su posición beligerante con algunas energías como la nuclear.

–¿El ecologismo es contrario al progreso? Se da la paradoja que cualquier formación que se denomine progresista tiene que ser ecologista…

–El progreso es que me puedas hacer esta entrevista con un teléfono que se escuche bien, sentado en una silla cómoda y con aire acondicionado o calefacción, un nivel de vida que hace décadas no existía. El progreso es que las máquinas puedan trabajar por mí. El progreso es poder lavar la ropa en una lavadora y hacer otras cosas en vez de echar una tarde en ir al río y lavarla a mano y volver. Pero ahora parece que se pueden dinamitar las bases del progreso y que no ocurra nada. Dinamitar los mercados, el capitalismo, la energía… En el libro cuento que en algún momento de los 90, el PIB de Irlanda y Venezuela era el mismo, pero ahora Irlanda multiplica el de Venezuela, sin tener los recursos naturales que sí tiene Venezuela. Es lo que ocurre cuando dinamitas las estructuras del progreso.