El calentamiento global estuvo detrás del colapso
Los estragos de los (otros) cambios climáticos: así cayó el Imperio Romano
Hasta el siglo II, Roma se benefició de un clima benigno para hacer florecer su agricultura y economía, pero cuando las condiciones medioambientales viraron, llegaron las malas cosechas, las hambrunas y las enfermedades
Llevamos años hablando de cambio climático, como si fuera un acontecimiento que está por venir pero que nunca jamás hubiera sucedido a lo largo de la historia.
Lo cierto es que los cambios bruscos de clima son tan antiguos como la humanidad, y algunos de ellos fueron los responsables del final de imperios tan poderosos como el que alumbró Roma.
Muchos escépticos con el cambio climático actual argumentan, no sin razón, que calentamiento de temperatura hubo en otros momentos. Lo que quizás debería hacernos entender son las hondas consecuencias que provocaron esos tsunamis medioambientales en las civilizaciones de entonces.
La caída del Imperio Romano
Las causas del Imperio Romano han sido estudiadas de manera muy amplia, emitiéndose todo tipo de hipótesis y teorías.
La culpa que llevó a la desaparición de la ciudad de las siete colinas se dividen entre las luchas internas, las invasiones de las tribus bárbaras, la decadencia económica y cultural y los problemas económicos.
Pero en los últimos tiempos, avanza por encima de todas ellas una mucho más sorprendente: un cambio climático.
Una especie de pequeña edad de hielo que se habría podido llevar por delante el considerado como primer imperio de la Historia.
Para el profesor Kyle Harper, autor de El fatal destino de Roma no hay duda: una superpoblación de 75 millones de personas que se calcula que había dentro de sus límites en el siglo II a la que le sobrevino un cambio brusco de clima que arrasó la civilización romana (y sus cosechas).
Malas cosechas y hambrunas
Si bien se puede afirmar que Roma aumentó su poder gracias a una superioridad militar, organizativa y política, el clima benigno también ayudó a extender su influencia. Y por esas, en cuanto el estrés climático hizo acto de presencia, empezaron los problemas.
La agricultura romana fue posible gracias al ambiente cálido y húmedo del que dispuso. Se sabe que la expansión de la civilización coincidió bajo los siglos de clima más benigno. Veranos cálidos y húmedos, inviernos templados, escasa variabilidad de la meteorología propiciaron una economía más robusta y un comercio más próspero.
Pero algo pasó. Grandes sequías, mayores variaciones de temperatura y precipitaciones más intensas e irregulares empeoró la producción de alimentos. El Imperio se había comenzado a debilitar, y las arcas capitalinas ingresaban menos en concepto de impuestos y tributos.
Las malas cosechas y las hambrunas hicieron el resto. Con ellas, llegaron las guerras y las enfermedades. Hasta el colapso total.
Una lenta y larga caída
Se vincula este hecho con el año 476 d.C., coincidiendo con el derrumbe del último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, a manos de Odoacro, aunque fue el resultado de un largo proceso en el que hubo otros muchos hitos significativos.