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Un pez muerto yace en la tierra agrietada de un pantano seco en Chibayish, en la provincia de Dhi QarAFP

Los pantanos del sur de Irak se secan mientras una civilización agoniza

El área de las zonas cenagosas se redujo de 20.000 kilómetros cuadrados a principios de los años 90 a menos de 4.000, según las últimas estimaciones

Mohamed Hamid Nur añora el tiempo en que poseía un centenar de búfalos de agua. Desde entonces, las marismas mesopotámicas del sur de Irak se secaron y su rebaño fue diezmado. Desde el cielo, basta una mirada para captar en toda su amplitud el drama del pantano central de Chibayish. Solo quedan unos pocos charcos, conectados por filamentos de agua que serpentean a través de las cañas.

Al retirarse el agua, apareció una tierra apergaminada, repleta de estrías. Por cuarto año consecutivo, la sequía abruma estos pantanos y mata a los búfalos, con cuya leche se elabora el «geymar», una crema grumosa muy apreciada por los iraquíes.

Mohamed Hamid Nur, de 23 años, con una kufiya en la cabeza, contempla el desastre bajo un cielo azul. «¡Imploro tu misericordia, Dios mío!», clama. En pocos meses perdió tres cuartos de sus animales, muertos o vendidos antes de morir. A medida que los pantanos se secan, la salinidad del agua aumenta y cuando es demasiado alta mata a los bovinos. «Si la sequía continúa y el gobierno no nos ayuda, los demás también morirán», subraya el joven, sin otra fuente de ingresos.

Las marismas de Mesopotamia, humedales repartidos en Chibayish, Hawizeh y Al Hamar –declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco–, se extinguen. Y con ellos la civilización de los «maadan», cazadores-pescadores instalados aquí desde hace 5.000 años. El área de las tres zonas cenagosas se redujo de 20.000 km2 a principios de los años 1990 a menos de 4.000 km2, según las últimas estimaciones. Y solo quedan unos pocos miles de «maadan» en el lugar.

El aumento de la temperatura y la sequía de los últimos cuatro años terminaron de asolar una región ya afectada por las presas construidas en las últimas décadas en los países vecinos aguas arriba del Tigris y el Éufrates y a una ancestral pero mala gestión del agua, según los expertos.

Unas temperaturas de 50 ºC

A finales de junio, cuando AFP recorrió el pantano central de Chibayish, el termómetro marcaba 35 ºC al amanecer y durante el día llegaba a 50. La ONU incluye a Irak entre los cinco países más impactados por ciertos efectos del cambio climático. Las precipitaciones son escasas y para 2050 la temperatura media anual debería aumentar 2,5 ºC respecto a la era preindustrial, según el Banco Mundial.

El nivel de la marisma central y del Éufrates, su principal fuente de agua, «baja medio centímetro por día», constata Jasim al Asadi, ingeniero de 66 años, un infatigable defensor de los pantanos de la ONG Nature Irak. «En uno o dos meses, las temperaturas serán muy altas y la evaporación del agua aún peor», afirma.

Mohamed Hamid Nur se instaló con sus búfalos en una parcela de donde acaba de retirarse el agua. Para abrevarlos, debe ir en piragua a llenar cisternas en un punto de mayor profundidad, menos salino. En su antebrazo lleva un tatuaje de «zulfikar», la espada del imán Alí, fundador del islam chiita, para la «baraka», la «bendición», explica sonriendo.

Hace treinta años, los cenagales ya se habían secado, pero por orden del dictador Sadam Husein, que castigó de ese modo el levantamiento chiita posterior a la primera Guerra del Golfo, en 1991. En pocos meses, más del 90 % de las marismas se transformaron en «desierto», recuerda Jasim al Asadi. La mayoría de los 250.000 habitantes «abandonaron la región para ir a otros lugares en Irak, e incluso a Suecia o Estados Unidos», añade.

Tras la caída de Sadam durante la invasión estadounidense en 2003, las marismas volvieron a rebosar gracias a la destrucción de los diques y canales que habían servido para desecarlos artificialmente. Las piraguas volvieron a navegar por pasadizos de agua bordeados de cañas y de islotes habitados por los «maadan», que regresaron a sus hogares. Pero veinte años más tarde, a medida que se avanza en piragua, el nivel del agua disminuye inexorablemente.

Los peces muertos yacen en las orillas de un pantano seco en ChibayishAFP

Derroche

«En Irak, el nivel del Éufrates bajó aproximadamente un 50% desde los años setenta», señala Ali al Quraishi, experto de los pantanos y miembro de la Universidad Técnica de Bagdad. Según este especialista, las «principales» razones se encuentran aguas arriba, en los países vecinos. Turquía –donde nacen el Tigris y el Éufrates–, Siria e Irán construyeron numerosas presas en ambos ríos y en sus afluentes.

«Los turcos construyeron más presas para satisfacer la demanda de su agricultura. A medida que aumenta la población, aumenta la demanda de agua para uso doméstico y de riego», explica. Y es que el tema del agua sigue alimentando las tensiones entre los dos países.

Irak exige que Ankara libere más agua de sus diques. El embajador de Turquía en Bagdad, Alí Riza Güney, provocó una ola indignación en julio de 2022 al acusar a los iraquíes de «derrochar el agua». En la crítica del diplomático turco hay sin embargo una parte de verdad. Según los científicos, la gestión de los recursos hídricos en Irak dista de ser ideal.

Desde los tiempos de los sumerios y los acadianos, los agricultores de esta región del mundo recurren al riego por inundación, considerado generalmente como un enorme desperdicio. Pero incluso para la agricultura, el agua es escasa y las autoridades han reducido drásticamente los cultivos. La prioridad ahora es satisfacer las necesidades de agua potable de los 42 millones de habitantes del país.

El presidente iraquí, Abdel Latif Rachid, aseguró en una entrevista con la BBC a fines de junio que su gobierno había tomado «medidas significativas para mejorar el sistema hídrico e iniciado un diálogo con los países vecinos», sin entrar en detalles.

Metales pesados

Al adentrarse en la marisma central, la piragua está a punto de quedar atascada, por falta de agua. La costa es una tierra desértica de donde el agua se retiró «hace dos meses», explica Yusef Mutlaq, un ganadero de 20 años, protegiéndose el rostro del sol y del polvo con un pañuelo.

Hasta hace poco había allí una decena de «mudhifs», tradicionales casas de juncos. «Se veía mucho ganado, pero cuando el agua empezó a desaparecer, la gente se fue», detalla. A la salinidad se añade la contaminación. Pesticidas, alcantarillados y residuos de fábricas u hospitales vertidos en el Éufrates –a lo largo de las ciudades que atraviesa– son factores de degradación, explica Nadher Faza, profesor de la Universidad de Bagdad y especialista en el cambio climático en Irak.

Los contaminantes «terminan su curso» en el pantano central, indica. «Hemos analizado la calidad del agua y encontramos muchos contaminantes, como metales pesados», causantes de enfermedades, informa el científico. La pesca, por su parte, desaparece lentamente. Donde antaño desovaba el «binni», pez preferido de los iraquíes, solo quedan pequeños peces no aptos para el consumo.

Regresar a los pantanos

Al no poder actuar sobre sus causas, algunos tratan de atenuar las consecuencias de la sequía. La ONG francesa Agrónomos y Veterinarios sin Fronteras (AVSF), apoyada por la diplomacia francesa, lleva a cabo misiones de apoyo a pescadores y ganaderos. Los veterinarios franceses se dirigen a las ganaderías situadas a orillas del pantano central para formar a sus colegas iraquíes en técnicas de diagnóstico de vacas y búfalos, que sufren patologías relacionadas con el agua.

Un hombre iraquí mira un bote varado a lo largo de un banco secoAFP

«El verano pasado distribuimos agua potable para abastecer a los animales y a los seres humanos en los pantanos», cuenta Hervé Petit, veterinario y experto en desarrollo rural de AVSF. Debido a la escasez de agua y cañas, muchos ganaderos se ven obligados a «vender el mayor número posible de animales a un precio irrisorio», continúa. Sin embargo, las iniciativas de la sociedad civil son escasas.

El ingeniero Jasim al Asadi trata de alertar a los poderes públicos sobre la situación de las marismas. Una tarea complicada por la politización del asunto. En el ministerio de Recursos Hídricos, el portavoz Jaled Chemal afirma que se «está trabajando duro» para restaurar los humedales. Pero en materia de abastecimiento, el agua potable, para uso doméstico y para la agricultura tienen prioridad.

Muchos árabes de los pantanos se ven obligados entonces a migrar a las ciudades, donde suelen ser tratados como parias. En agosto de 2022, la oficina iraquí de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) hablaba de un «éxodo de población», sobre todo hacia Basora y Bagdad.

Walid Jdeir, de 30 años, abandonó los pantanos con su esposa y sus seis hijos «hace cuatro o cinco meses» para instalarse a pocos kilómetros, en una casa de piedra en la ciudad de Chibayish, en una zona de confluencia de los pantanos. «Fue difícil. Nuestras vidas estaban allí, como la de nuestros abuelos antes que nosotros. Pero ¿qué hacer? Ya no hay vida» en los humedales, lamenta.

Hoy, el ganadero quiere engordar búfalos para revenderlos. Pero se ve obligado a comprar a precios exorbitantes el forraje que sus animales encontraban en los pantanos. «Si el agua vuelve, regresaremos a los pantanos. Nuestra vida está allí», recalca.