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El río Ebro congelado a su paso por Tortosa (Tarragona) en 1981

El río Ebro congelado a su paso por Tortosa (Tarragona) en 1981Aemet

La gran ola de frío que paralizó Europa y congeló el río Ebro hace 133 años

Las crónicas de la época relatan que las olas del mar se congelaban en Castellón «formándose una inmensa faja de hielo a orillas del Mediterráneo»

Corren unos tiempos en los que el cambio climático está en el centro de muchas de las políticas que llevan a cabo las diferentes administraciones. Se pretende reducir la emisión de gases de efecto invernadero para que las temperaturas del planeta no sigan aumentando, algo que los científicos consideran que está extremando los episodios meteorológicos en todo el mundo.

No obstante, el clima ha tenido múltiples eventos extremos a lo largo de la historia, muchos de ellos documentados. Un ejemplo es lo que ocurrió hace 133 años en España, en enero de 1891, cuando nuestro país se preparaba para las primeras elecciones generales bajo sufragio universal masculino en la Restauración. Una campaña que se vio afectada por una ola de frío intensa, motivo por el cual los periódicos destacaron más los fenómenos meteorológicos que la política.

El frío extremo llevó a la gente a refugiarse en teatros y cafés. La ola de frío registró temperaturas extraordinarias, marcando uno de los inviernos más rigurosos registrados en España que no se ha vuelto a repetir, según un trabajo de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). En este trabajo se recopilan los datos de récord de aquel invierno, así como la explicación meteorológica y las crónicas de los periodistas de la época en las que se relataban varios datos curiosos.

De esta forma, se registraron mínimas históricas en muchas capitales, como -15,2 ºC en Segovia, -14,6 ºC en Teruel, -12,3 ºC en Pamplona, o -10,8 ºC en Albacete. Destacan sobre todo los valores en ciudades con poca altitud, como es el caso de los -9,6 ºC en Barcelona, -8,1 ºC en San Sebastián, -8 en Valencia o -7,2 ºC en Bilbao.

No obstante, la Aemet subraya que aunque estos datos fueron registrados por personal «muy cualificado», y con termómetros similares a los actuales, en algunos de ellos la exposición no se hacía igual que en la actualidad, ya que algunos estaban en abrigos meteorológicos y, por tanto, algunas de estas medidas podrían haber sido algo más bajas que si los termómetros hubiesen estado protegidos en garitas como las que se usan en casi todos los observatorios desde principios del XX, y situadas estas sobre césped o terreno natural.

El Ebro y las olas del mar, congelados

Esta ola de frío de enero de 1891 fue la fase final de un invierno extraordinariamente riguroso que ya comenzó a sentirse dos meses antes, el 26 de noviembre de 1890, mes en el que, por ejemplo, se llegaron a registrar en Madrid -12,5 ºC el día 29. Esto suponía ya de entrada unos valores muy fríos e impropios para un mes de noviembre. Algo que solo hizo que empeorar hasta finalizar en enero el episodio gélido.

Juan A. Balbás, cronista de la ciudad de Castellón, en El libro de la provincia de Castellón, publicado en 1892, comenta cómo durante la gran ola de frío de 1891 se llegaron a registrar -10,4 ºC en la ciudad o -20 en Morella. En ese trabajo comenta que se helaron incluso los ríos Mijares en Castelló y el Ebro en Tortosa y que en el Grao se observó «un hecho rarísimo que causó la admiración de todos los que lo presenciaron: olas del mar, al llegar a la playa, quedaban congeladas, formándose una inmensa faja de hielo a orillas del Mediterráneo».

José Ángel Núñez, de la delegación de la Aemet en la Comunidad Valenciana, comenta en el estudio que esos ríos no fueron los únicos en congelarse. El espesor del hielo del Ebro a su paso por Zaragoza llegaba a los 20 centímetros, «el Tajo también estaba helado en Toledo, en el Llobregat unos jóvenes de Barcelona se paseaban por él en velocípedo» y en Valencia el Turia junto con otros ríos de la Península permanecieron helados durante varios días. Esa ola de frío tuvo además otras consecuencias, como el fallecimiento de muchas personas o los daños en las cosechas.

El planeta se estaba enfriando

Mientras que en la actualidad existe un consenso bastante amplio sobre el calentamiento del planeta, en 1891 los científicos veían indudable que el planeta se estaba enfriando. Según aporta la Aemet en su informe de esta ola de frío, en una carta que desde Roma dirigían a La Correspondencia de Valencia, se dice que «en la Ciudad Eterna déjase sentir un frío extraordinario, mucho más intenso que en años anteriores y que en el observatorio astronómico se están haciendo estudios para determinar la causa del enfriamiento de nuestro planeta, enfriamiento o alteración que está fuera de duda. Desde luego, admítese como cierta la opinión del observatorio de París, al afirmar que la Tierra ha sufrido un descenso de temperatura de cuatro centígrados (sic)».

Como se ha comentado, esta ola de frío se caracterizó por su longitud –del 26 de noviembre de 1890 al 20 de enero de 1891– y las temperaturas de mitad de enero fueron el último gran coletazo de aquel largo y riguroso invierno que provocó la congelación de gran parte de los ríos europeos. Tal y como recopila la Aemet en su trabajo, en París el Sena estuvo completamente congelado entre el 11 y el 24 de enero aunque, como ocurrió en Madrid, la temperatura mínima de esa ola de frío no se registró en enero, sino el 28 de noviembre.

Además, se reportaba la congelación del río Loira y la transformación del Ródano en un «salón de patinar». En Inglaterra, los ríos también se helaron, y existen fotografías históricas de carruajes tirados por caballos transitando sobre el Támesis congelado en Oxford. Asimismo, se conservan imágenes de los canales congelados en Ámsterdam, el lago Leman y el río Rin.

Tras este episodio frío, las temperaturas subieron de forma súbita a partir del 21 de enero. Al haberse producido grandes acumulaciones de nieve en toda España se produjo un rápido deshielo que provocó crecidas de ríos, inundaciones y convirtió las calles de muchas localidades en lodazales, como fue el caso de Alcoy, en Alicante.

Para cerrar el trabajo, José Ángel Núñez destaca la excepcionalidad de la situación, tanto por la duración del episodio gélido que afectó a una importante zona de Europa, incluida la Península Ibérica, como por los registros tan bajos de temperatura mínima registrados en España y se pregunta si un evento de estas características se podría producir en la actualidad.

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