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01 de julio de 2024

Delfines nadando en Bahamas

Delfines nadando en BahamasFreepik

El pueblo español que realizó un juicio contra los delfines por entorpecer la labor de los pescadores

Los profesionales de la pesca demandaron a los animales, dando lugar a uno de los pleitos más surrealistas de la historia de nuestro país

En los últimos años se han dado ya varios casos de orcas que atacan embarcaciones en España, causando terror y molestia entre los navegantes y los pescadores de nuestras aguas. Una situación que a los vecinos de Candás, un pueblo del concejo de Gozón (en Asturias) les suena familiar.

Esta parroquia asturiana de apenas 7.000 habitantes –aunque su población se multiplica en verano– tuvo una problemática similar en el siglo XVII con los delfines y los calderones. Estos animales acudían de forma masiva a las costas asturianas y, en concreto, a la ría de Perán, donde acudían los pescadores de Candás.

Estos cetáceos asaltaban y rompían sus redes, además de engullir sus capturas, por lo que para detenerlos iniciaron un pleito inaudito en la historia de España. Ocurrió en 1624, cuando el cura de Candás presentó la demanda ante el Obispo de Oviedo. Todo ello, lejos de ser una leyenda, está documentado en un registro de la época, guardado en el Archivo Histórico Provincial de Oviedo.

Tal y como explica el abogado Illán Paños en su blog de divulgación jurídica, la Universidad de Oviedo asignó un abogado defensor y un fiscal, que junto a un clérigo de la Santa Inquisición, un notario y varios testigos se embarcaron y llevaron a cabo el juicio sobre la zona infectada.

El abogado defensor argumentó que los delfines eran criaturas de Dios y tenían derecho a alimentarse, además de señalar que habían llegado antes que los habitantes de Candás. El fiscal, por su parte, contraargumentó que la zona era una área de pesca de los marineros de Candás, por lo que estos tenían mayor derecho que los delfines y tenían que poder faenar en esas aguas.

El clérigo dictó sentencia y ordenó al notario que la leyera en voz alta, notificándosela a los delfines. En dicha resolución, se ordenaba a los delfines que desistieran de sus ataques y abandonaran aquellas aguas, advirtiéndoles que, de no hacerlo, serían condenados al infierno. Se dice que los delfines acataron la sentencia, pues «desde aquel día hasta nuestros tiempos no se han visto en nuestras playas y costas».

Esta historia ha ido contándose de manera oral de generación en generación, hasta tal punto que se pensó que era una leyenda. Sin embargo, en 1980 Marino Busto, cronista del concejo de Carreño, cuya capital es Candás, descubrió en el Archivo Histórico Provincial de Oviedo el «protocolo del notario Don Juan de Valdés».

El documento que recoge dicho protocolo informa sobre su hallazgo y afirma que el pleito de los delfines está basado en un hecho real, constatado por el maestro Gil González Dávila, cronista del Rey Felipe IV, que publicó este hecho por primera vez en su libro Teatro Eclesiástico de la Santa Iglesia de Oviedo.

El pueblo conmemora este juicio con una estatua del escultor Vicente Menéndez-Santarúa, que se puede contemplar desde 1982 en el parque Maestro Antuña de Candás.

Pleito de los ratones

Dado el éxito del juicio contra los delfines, que no volvieron a acercarse por las costas de Candás, años después, en la década de 1630, se llevó a cabo un pleito contra los ratones en el Principado, según comenta Illán Paños en su artículo.

En esta ocasión, siendo obispo de Oviedo Fernando Valdés, se dio una plaga de ratones que devastó los frutos y cosechas de la región, tal y como recoge El Comercio. Ni siquiera los conjuros pudieron detener la destrucción, lo que llevó a los vecinos a la desesperación y el hambre y decidieron llevar el asunto ante la Justicia.

El provisor, Diego Pérez, quien era el juez diocesano nombrado por el obispo, se encargó del caso y nombró un abogado defensor para los ratones. Este letrado utilizó unos argumentos muy similares a los del juicio contra los delfines, alegando que Dios, a estos animales, como criaturas suyas, «les ha enseñado a sustentarse con los frutos y frutas de aquellos dominios». Sin embargo, el provisor no se dejó convencer por este argumento y decretó el exilio de los ratones a «lo más encumbrado» de las montañas de Babia, ya en la provincia de León.

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