Cine
'The Staircase': la sombra de una duda
Colin Firth y Toni Colette son los protagonistas de la miniserie de HBO Max
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Una escalera permite muchas metáforas. Puede ser símbolo de superación, puesto que vas ascendiendo pequeños obstáculos hasta alcanzar la cima. Así mismo, también los peldaños remiten a la idea de viaje, en el que cada etapa ostenta su peculiaridad y su perspectiva para mirar atrás. Incluso, poniéndonos gallegos, la escalera encarna la indeterminación: ¿sube o baja? Esta última metáfora es la que, en consonancia con el título, mejor se adapta a The Staircase, la miniserie de ocho episodios que ha estrenado HBO Max.
Con un sabroso reparto liderado por el oscarizado Colin Firth y la estupenda Toni Colette, The Staircase tiene una génesis bastante curiosa. Es un relato de ficción que se levanta sobre una serie documental francesa, del mismo título, basada en hechos reales. Actualmente disponible en Netflix, la docuserie del 2004 se ha erigido en uno de los referentes del denominado «true crime». Con sus bailes morales y sus trampas objetivistas, el «true crime» ha permeado la cultura popular sin prisa pero sin pausa. Como su nombre indica, la etiqueta se aplica a las obras literarias, sonoras o audiovisuales que narran con precisión un crimen real, su contexto y sus consecuencias legales y personales. Por eso, no es casualidad que haya estado tradicionalmente ligado al documental, a la no-ficción. Desde el gigantesco éxito mundial de Serial, el podcast de Sarah Koenig que revolucionó el género en 2014, el «true crime» se ha expandido por todos los medios. En televisión son recordados hitos como The Jinx, Making a Murderer o Tiger King. Sin embargo, The Staircase era ya uno de los referentes, emitido mucho antes del tsunami que vino tras Serial.
Aquel documental de ocho episodios narraba la odisea del escritor, periodista y político Michael Peterson, acusado del asesinato de su mujer; Kathleen se había desangrado al caer salvajemente por una escalera en su mansión de Forest Hills. Como parte de la estrategia defensiva, Peterson accedió a que unos realizadores franceses grabaran todo el proceso para poder exponer con más fuerza su versión de los hechos. Sin embargo, lo inédito del proceso de producción no acaba ahí. La ambigüedad que rodeó todo el asesinato, las dudas sobre algunos testigos y la reapertura judicial del caso avivaron una secuela de dos episodios en 2010 y, ya bajo la batuta de Netflix, tres nuevos capítulos en 2018. Es pertinente traer todos estos meandros porque apuntan a una de las claves del «true crime»: la verdad como una tarea titánica, a veces imposible, un interrogante sin punto.
Esa fragilidad epistemológica es la que permite regresar ahora al caso, esta vez desde la ficción. Quedan sombras por alumbrar. Por eso la miniserie de la HBO pone mucho énfasis en el drama familiar. Los Peterson son un clan recompuesto, con hijos de matrimonios anteriores. El relato ficticio no se ciñe únicamente a la veta legal, tan repleta de sorpresa, sino que emplea la libertad creativa para retratar las grietas que van surgiendo y las sospechas que toman fuerza. Ahí es donde los creadores de la miniserie mejor se mueven: una mirada triste en medio de una fiesta radiante, un plano detalle de un objeto potencialmente homicida, una conversación de sauna masculina que apunta pasiones prohibidas o un pájaro que súbitamente escapa del desván. Si, como reza el dicho anglosajón, el diablo está en los detalles, The Staircase sabe rastrillar por ahí el camino del mal. La claridad aparente de los hechos se irá desmoronando, como empujada por una escondida pulsión diabólica.
Por eso es un acierto la caótica organización temporal del relato, que va moviéndose por los 18 años del caso siguiendo una lógica de colmena antes que de avance narrativo lineal. Va, viene, va, regresa, abre aquí el foco, se centra allí en una minucia, revisita tal momento... El placer del texto radica en el desvelamiento progresivo, donde cualquier certeza puede trocarse inesperadamente en perplejidad. Así, The Staircase adopta una estructura que pretende emular el carrusel emocional y fáctico de cualquier investigación criminal. ¡Andaaa! Oh-oh. ¡Ostras!
Además, la miniserie que se acaba de estrenar en HBO Max plantea, también, una jugosa reflexión sobre el propio género del «true crime». Al insertar en la trama el rodaje del documental, que discurría en paralelo a las disputas legales del momento, la ficción creada ahora por el cineasta neoyorquino Antonio Campos también dispara contra las limitaciones y sesgos de todo relato, denunciando la pretensión de objetividad. Como si la ficción y el documental pudieran ser dos caras de la misma moneda.
La miniserie aún está en sus primeros compases. Lo siniestro asoma. La evidencia empieza a ser frágil por definición. Quizá, cuando llegue el octavo episodio, la audiencia tendrá que quitarle la razón a Tolkien cuando afirmaba que tarde o temprano el verdadero culpable siempre sale a la luz. Puede que no salga. En el primer episodio, el protagonista le comenta a otro personaje que «la verdad a veces duele». Este le responde: «Tú sigue buscando la verdad. Algún día quizá te tropieces con ella». El comentario tiene una lectura meta-referencial: esta miniserie va a exhibirnos una búsqueda trágica, repleta de magulladuras y traspiés, donde la verdad siempre va a estar acechada por la tiniebla de una duda: la de distinguir si el crimen sube o baja.