Crítica de cine
'La voluntaria': Carmen Machi hace de Pepito Grillo de la burguesía occidental
Nely Reguera (María y los demás) dirige a Carmen Machi, que interpreta a una voluntaria de una ONG
Marisa (Carmen Machi) es una doctora jubilada cuyos tres hijos ya han volado del nido. Un buen día decide marcharse de voluntaria con una ONG a un campo de refugiados sirios en Grecia. Con su elemental inglés y cargada de ilusión y buenos deseos llega allí con la intención de dedicarse a cuidar a los niños. Les abraza, dibuja con ellos, les cura las heridas, pero se va a encontrar con que todo es motivo de enfrentamiento con lo establecido por las normas. No se puede acariciar a los niños, no se puede dibujar con ellos porque se coarta su creatividad, no se les puede curar las heridas porque eso lo tiene que hacer la Cruz Roja... Poco a poco Marisa se va dando cuenta de que solo se le permite ser un eslabón de la cadena, un ladrillo del muro. Pero quien va a poner en serio peligro su permanencia en el Campo es Ahmed, un niño huérfano, que ha dejado de hablar y que únicamente tiene la compañía de un perrito. Marisa en seguida se va a vincular a él, como persona, como mujer y como madre, y no hay nada más opuesto al sistema que tanta entrega gratuita.
La película traslada muchas de las lacras del sistema al mundo de las ONG. Protocolos, burocracia, esquematismos, estrechez de miras, cortoplacismos… todo en nombre de hacer supuestamente bien las cosas. De esta forma no hay espacio para la iniciativa individual, el riesgo personal, y sobre todo no hay lugar para la gratuidad, para la entrega incondicional. Es como si hubiera una fe tan grande en el bienestar que proporciona el sistema que ya no hicieran falta hombres buenos. Nadie duda de la necesidad de reglas y normas de funcionamiento. El problema es cuando se sacralizan y el sistema se convierte en una nueva y rígida religión. Cuando eso ocurre, el sistema no sirve a la persona sino la persona al sistema.
Pero la película tiene otro nivel de lectura, más profundo, con una perspectiva más antropológica. Se trata de la delgada línea que separa el ayudar y cuidar a los demás del deseo de llenar vacíos en nuestra propia existencia. Marisa se siente sola, ya no recibe el calor de sus hijos, que son independientes y no la necesitan. Tampoco puede darse en su trabajo de médico al estar jubilada. Su vida se ha llenado de un vacío que trata de eliminar en el campo de refugiados. Este era también el tema del anterior y primer largometraje de Nely Reguera, María (y los demás) (2016), en el que Bárbara Lennie era una mujer que vivía para los demás y no atendía sus verdaderas necesidades. Como ha declarado la propia cineasta: «Todos deberíamos ser capaces de atender tanto a los demás como a nosotros mismos. Cuidarnos los unos a los otros es una labor que nos une, nos ayuda a crecer, nos humaniza. El problema viene cuando no somos conscientes de que, a veces, ese acto responde más a la necesidad de llenar un vacío o suplir una carencia que a un acto de generosidad».
Y un tercer nivel nos habla de la hipocresía de un mundo capitalista que se tranquiliza gracias a sus ONG y que impone a los refugiados todas nuestras taras pedagógicas –ideológicas–, en aras de una homologación democrática. En fin, una película que a algunos les puede parecer plana, pero que plantea, como vemos, muchas preguntas interesantes e incisivas. Es cierto que el guion puede resultar a veces forzado o artificialmente maniqueo, pero también es cierto que cualquiera que haya bregado con las administraciones públicas –con los mismos tics que la ONG de la película– o con el sistema, sabe que la realidad supera la ficción.
Las mujeres siguen llevando las riendas del cine español. En este caso no hablamos de una debutante sino de la barcelonesa Nely Reguera, con una amplia trayectoria, especialmente en el mundo de las series. En esta ocasión ha contado para el guion con la ayuda de Valentina Viso y Eduardo Sola. Tras su estreno en el Festival de Málaga, esta coproducción con Grecia ha pasado también por el Festival de Cine de Autor de Barcelona (D’A).