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Rhea Seehorn ha interpretado a Kim Wexler en la serie Better Call Saul

Rhea Seehorn ha interpretado a Kim Wexler en la serie Better Call SaulMovistar+

Crítica de series

'Better Call Saul': volver atrás, cambiar tu camino

El spin-off de Breaking Bad llega a su fin con una clausura sobresaliente

Durante seis temporadas, Better Call Saul se ha afanado en auscultar las contradicciones del alma humana. El mismo protagonista ha lucido hasta tres alias diferentes: Jimmy McGill, Saul Goodman y Gene Takovic. Entre esas identidades ha estado triangulando un timador, un abogado, un hermano, un marido, un resentido, un fugitivo y hasta un buen tío. La excelente sexta y última temporada que acaba de concluir en Movistar+ tenía la misión de aclarar cómo conciliar todos esos apellidos y descubrir quién demonios se escondía realmente tras tanta máscara. Y la clausura ha resultado sobresaliente: ha zanjado el enigma sin renunciar al matiz ni a la complejidad.

Desde sus primeros compases, Better Call Saul siempre ha ofrecido una serie heterogénea, que desconcertaba con sus cambios de tono: combinaba raciones de comedia negra (las estafas), una poderosa dialéctica de juzgado (la abogacía) y la agónica adrenalina marca de la casa (el estoico Mike y la sangre Salamanca). Sin embargo, el rasgo definitorio de este spin-off de Breaking Bad ha sido la profundidad dramática. Por eso la etiqueta que mejor le cuadra es la del drama psicológico. Una teleficción de primer orden que ansiaba responder a la pregunta de cómo alguien razonablemente decente podía despeñarse por la senda de la avaricia, la mentira y el crimen.

Pronto ese alguien —el Saul del título, interpretado con brillantez por un Bob Odenkirk capaz de pasar de la gravedad a la chufla en segundos— se amplió a Kim Wexler, el mayor descubrimiento artístico de la serie. La densidad dramática del personaje femenino y la espectacular actuación de Rhea Seehorn —la sutilidad de sus miradas, la determinación de sus gestos, la facilidad para flirtear con el lado oscuro sin perder la compostura— auparon a Kim Wexler como inesperado corazón y centro moral de Better Call Saul. No en vano, el tercer acto de esta larga historia comienza cuando Kim relaja sus escrúpulos, la brújula extravía el norte y comienza a maquinar sin descanso contra el pobre Howard Hamlin. ¡Y vaya tercer acto tan portentoso!

La evolución no solo textual, sino también extratextual de la abogada que va coqueteando con el mal se explica por uno de los rasgos distintivos de la ficción televisiva: su constante condición de work-in-progress. Kim Wexler partía como personaje secundario (apenas una línea de diálogo en el piloto), pero los creadores descubrieron progresivamente un potencial dramático tan inmenso —en buena parte gracias a las dotes interpretativas de Seehorn— que variaron los planes iniciales. No en vano, Gilligan contaba en una entrevista hace años que la idea era dedicar dos temporadas a explorar el Saul antes de Breaking Bad, otras dos al durante y, finalmente, las dos últimas entregas a explorar las consecuencias de la huida a Nebraska, esa siempre intrigante trama en blanco y negro. Pero, como decía John Lennon, la vida es lo que nos ocurre mientras estamos haciendo planes. Los guionistas descubrieron tantos conflictos profesionales, personales, fraternales, éticos y amorosos que la transformación de Jimmy McGill en Saul Goodman se prolongó durante casi toda la serie y, de regalo, su destino fue sellado a fuego con el de Kim Wexler.

En esa travesía por los vericuetos de las motivaciones y acciones humanas, las seis temporadas de este emblema de la AMC han ido modulando los porqués de los protagonistas, avivando causas e insertando eventos inesperados ante los que los personajes solo podían huir hacia adelante. Hacia el abismo. Uno de los últimos y más apasionantes enigmas de la serie era comprobar si el trompazo contra el último muro iban a sufrirlo juntos o por separado. De hecho, los últimos cuatro episodios de la serie pueden entenderse como una mini-temporada, donde el blanco y negro y el color adquieren un fecundo simbolismo y la trama se condensa hasta compartir la intimidad de un último pitillo.

Con esa masticable visualidad propia de los productos creados por Vince Gilligan, los 13 episodios —partidos en dos tandas— que comenzaron en abril y concluyeron el lunes han regalado secuencias de una ansiedad insana, muertes trágicas y muertes merecidas, justicia poética, venganzas diabólicas, timos a largo plazo, miradas que significan un mundo, llantos que riegan la culpa, bellísimas y trágicas secuencias de apertura, míticos cameos procedentes de la serie madre y dos protagonistas que, a la postre, han caracoleado sobre su propio yo hasta cerciorarse de que ellos mismos eran su peor enemigo: «Me preguntaste si eras malo para mí. No se trata de eso. Somos nocivos el uno para el otro».

Porque esa ha sido otra de las características más sobresalientes de Better Call Saul: su capacidad para crecer orgánicamente, sin forzar salidas en falso para los personajes. Vince Gilligan y Peter Gould han ido construyendo la trama con mimo y paciencia, en ocasiones discurriendo en espiral, permitiendo que los personajes fueran creciendo, atesorando riqueza dramática para explotar en esta sexta temporada. Los réditos de la inversión han resultado asombrosos en lágrima y tensión.

Hace meses, en la previa de esta última temporada, escribíamos que la clausura de la serie iba a centrarse en detallar la factura de una tragedia anunciada. No hay duda de que ha sido un final amargo para muchos personajes y el sintagma happy end le queda grande a la trama. Y, sin embargo, Gilligan y Gould han logrado una despedida poética, sentida, capaz de reconciliar a estas criaturas con la noción de bien y de deber. El mal y las segundas oportunidades; el dolor causado y la redención. En un flashback muy significativo, Chuck, el hermano del protagonista, con quien Jimmy mantuvo una relación de hostilidad bíblica, parece tenderle la mano: «Si no te gusta hacia donde te estás dirigiendo, no hay vergüenza alguna en volver atrás y cambiar tu camino».

Volver atrás. Cambiar tu camino. No, no empleando esa hipotética máquina del tiempo sobre la que discuten en el último episodio. No. La última escena en la que Kim y Jimmy comparten plano en Better Call Saul es el viaje al pasado: recrea la primera vez que los vimos juntos, con el mismo encuadre, iluminación, música y cruce silencioso de miradas. Seis temporadas después, en la clausura de Better Call Saul rectifican el rumbo con herramientas eternas: reparando el daño, asumiendo las responsabilidades, penando las culpas, alumbrando la esperanza. Porque no se puede volver atrás, pero sí cambiar tu camino: perdonando y perdonándose.

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