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Diego Luna es el protagonista de Andor, la nueva serie de Disney+ del universo Star WarsDisney+

Crítica de series

'Andor' y el riesgo de no arriesgar

Los tres primeros episodios de la nueva serie de Disney+ no entusiasman

Disney se está jugando su futuro artístico en expandir territorios conocidos. La estrategia le sirve como imán para fans de sagas tan poderosas como Star Wars y de franquicias tan fértiles como la de los superhéroes de Marvel. Apuestan por entornos con los que buena parte del público ya está familiarizado —en contenido narrativo y estructura dramática—, de modo que la barrera de entrada resulte más amigable de franquear. Como movimiento empresarial tiene todo el sentido: ante la ingente, inasumible, oferta en esta época de guerras del streaming, Disney emite señales nítidas al espectador para que regrese a esas persecuciones galácticas que tan feliz le han hecho otras veces o descubra más detalles íntimos y peripecias aguerridas de sus enmascarados favoritos.

Aunque varíen los ingredientes, la de Disney no es una jugada nueva. El cine de género ha funcionado siempre así. Por citar un ejemplo canónico, el espectador de los años 40 o 50 al que le molaba el noir o el western conocía de entrada cuáles eran las coordenadas del producto que iba a ver. Cada obra debía ofrecer variaciones temáticas sobre el mismo esquema, vueltas de tuerca a arquetipos o raspados formales sobre lo establecido. La tensión entre originalidad y repetición era y sigue siendo la base del éxito de un género. Y si un creador se desvía demasiado del cauce aliena a la audiencia (la desastrosa Kenobi); si su historia produce sensación de déjà vu, la aburre (la mediana El libro de Bobba Fett).

En estas incertidumbres chapotea Andor, la última iteración de la plataforma del ratoncito. En este caso, la serie se ubica cinco años antes de la trama de Rogue One (2016), es decir, antes de que los inolvidables Luke, Leia y Han entren a escena. En aquella película se narraba cómo un puñado de rebeldes robaban los planos de la Estrella de la Muerte. Cassian Andor (Diego Luna) era uno de aquellos héroes. Su carisma animó a Disney a profundizar en su pasado, desde ladrón cínico a revolucionario idealista.

Esta semana han desembarcado los tres primeros capítulos y la impresión que deja Andor es plana. Correcta, pero sin garra; sugerente, pero sin profundidad emocional; repleta de acontecimientos, pero deslavazada. Y eso que su arranque se antoja fascinante. Tenemos un Disney deliberadamente más adulto, donde los primeros compases, por ejemplo, evocan el sci-fi noir de Blade Runner, con su fotografía grisácea, sus entornos noctívagos y su violencia seca. Tanto los niños del planeta Kenari como los obreros de Ferrix exhiben las ruinas que provoca la avaricia del Imperio, añadiendo un comentario social más explícito que otras entregas de Star Wars. Hay mercado negro, disparos a sangre fría, persecuciones policíacas, agendas dobles y un misterioso comerciante interpretado por el gran Stellan Skarsgård, capaz de regalar la mejor frase: «El Imperio nos está asfixiando tan lentamente que empezamos a no darnos cuenta».

Y, sin embargo, los tres episodios de Andor no entusiasman. Meh. No es casualidad, de hecho, que Disney haya optado por emitirlos de una tacada, puesto que la trama tarda demasiado en adquirir velocidad de crucero. Es muy sintomático que los dos primeros capítulos carezcan del clásico giro televisivo, episódico, que anime a seguir viendo, como si la automatización del streaming pudiera suplir la ansiedad narrativa de toda la vida. Pero ni siquiera acumulando metraje logra Andor obviar la impresión de que no tiene claro su camino. Al protagonista que interpreta Diego Luna le falta ese atractivo del héroe cínico. El relato trota por mundos visualmente inspiradores… en los que no termina de involucrarnos dramáticamente. Los villanos saben insípidos. Y salvo contadas excepciones, los secundarios se mueven como piezas de ajedrez en un tablero mecánico, sin lograr transmitir un temblor propio. Más «meh».

Tres episodios que se dejan ver, pero que uno concluye por inercia. Quizá tanto exprimir la gallina de los huevos galácticos tenga su contrapartida: que el fan se canse de invertir su tiempo en productos aseados, pero mediocres. El estándar de emoción, acción mito y magnetismo ronda muy alto si recordamos el original. Romper una promesa implica la pérdida de confianza. Y no es la primera vez: si ni Kenobi, ni Bobba Fett ni Andor han sido capaces, ni de lejos, de emular la grandeza que sí posee la magnífica The Mandalorian, el público empezará a hacer cuentas. Y buscará mejores ofertas, que las hay a raudales en esta era televisiva.

Lo más cercano a un malo con hechuras que presenta Andor (Syril Karn) verbaliza su sabuesa obsesión: «Llega un momento en que el riesgo de no hacer nada se convierte en el mayor riesgo de todos». Nos sirve la sentencia para parafrasearla aplicándola al caso de Disney, pero notando que faltan adjetivos tras ese «no hacer nada»: nada nuevo, nada innovador, nada atrevido, nada arriesgado. Ahí radica el gran peligro de esta expansiva apuesta galáctica: no en el qué, sino en el cómo.