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Tori y Lokita se estrena este viernes 11 de noviembre en los cines

Crítica de cine

'Tori y Lokita': un poderoso canto agridulce a la amistad

Los hermanos belgas Dardenne, Jean-Pierre y Luc, son un referente imprescindible del cine social europeo. Pero un cine social alejado de la militancia política del británico Ken Loach o del francés Robert Guediguian. Su cine, en cuanto a temática, está más cerca de cintas como El Havre, del finlandés Ali Kaurismaki o algunos largometrajes de Iciar Bollaín. Baste recordar algunos títulos, como La promesa (1996), Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño de la bicicleta (2011) o La chica desconocida (2016) para tener que reconocer que los Dardenne siempre han primado un cierto humanismo sobre reivindicaciones o denuncias, justas pero a menudo ideologizadas en otros cineastas. Esto no significa que algunas de sus historias no sean especialmente duras. Y aunque casi todas son esperanzadas, otras lo son menos, como la que hoy nos ocupa.

Tori y Lokita es una película menor en la filmografía de los hermanos belgas. Menor en producción, que no en relevancia u oportunidad, y aunque no es la mejor de sus obras, fue muy bien acogida en los festivales de Cannes y de San Sebastián. Tori es de Benin y Lokita del Camerún. Tori (Pablo Schils) es un niño que ha perdido a sus padres, inmigrante ilegal, que conoció a la adolescente Lokita (Joely Mbundu) en la patera. Juntos se ayudaron a sobrevivir en circunstancias extremas. Desde entonces, y a pesar de no tener la misma edad, no saben vivir el uno sin el otro, porque son lo único que tienen. Tori ha conseguido los papeles porque era perseguido en su país al ser considerado un niño «brujo».

Pero Lokita no ha tenido la misma suerte y es ilegal. Ambos se hacen pasar por hermanos para que no les separen. Sobreviven haciendo de mensajeros de la droga para un traficante que trabaja de cocinero. El giro de la trama viene cuando los delincuentes a los que Lokita debe dinero por la inmigración ilegal, le obligan a trabajar encerrada tres meses en unos hangares en los que se cultiva marihuana clandestinamente. Ni Lokita ni Tori están dispuestos a estar separados tanto tiempo. Como dice Tori: «¿Qué voy a hacer aquí sin ella?»

La película es ante todo un canto a la amistad. Una amistad pura, incondicional. Tori y Lokita están solos en el mundo, en un mundo que, además, no es el suyo. Solo se tienen el uno al otro. Pero, los Dardenne no han querido ofrecer una salida idílica a nuestros protagonistas. Han optado por ser realistas aunque ello suponga no ser condescendientes con el público. De hecho, esta es la primera vez en toda su carrera en la que muestran armas de fuego. El mensaje final nos lo brinda Tori cuando afirma que sus sueños y los de Lokita se hubieran cumplido si ella hubiera obtenido los papeles. Pero no ha sido así.

La amistad es un bien que se enfrenta a un mal poderoso: el de los mafiosos despiadados, explotadores –también sexuales– y deshumanizados, y el de una administración tediosa e incapaz de responder a las necesidades reales de los migrantes. Tori y Lokita se ven empujados a ser adultos sin terminar su niñez y su adolescencia.

En esta película era fundamental el casting para encontrar unos actores no profesionales que supieran transmitir bien las vivencias de los muchachos. Por ello es un acierto haber contado con Joely Mbundu y especialmente con Pablo Schils, un niño vivaz, enérgico y que desprende una autenticidad fuera de serie. La puesta en escena es sencilla y directa, al puro estilo Dardenne, con la cámara pegada a los personajes, y con una narrativa precisa y afilada. Esta película entra por la puerta grande en el cine sobre inmigrantes, que seguramente inauguró Chaplin con Charlot emigrante (1917).