Cine
'Suro': las grietas de la utopía
Mikel Gurrea demuestra en su debut un buen pulso narrativo y fuerza en la dirección de actores
El pensamiento utópico habitualmente se ha considerado como una reflexión atravesada de un ideal ético positivo. Pero siempre que la utopía ha abandonado el territorio infinitamente flexible de la especulación y ha tratado de implantarse históricamente en el mundo real, el resultado ha sido un desastre de muerte, injusticia y aniquilación de la libertad.
Ahí tenemos la historia de la gran utopía contemporánea: el comunismo, la promesa de una sociedad de hombres iguales y felices. Pero todos los totalitarismos tienen en la base una utopía, como la gran Alemania aria y superior que el III Reich quiso construir en toda Europa. La razón de estos trágicos fracasos se llama «realidad».
Cuando la utopía se encuentra con la realidad, siempre tozuda y mostrenca, la quiere doblegar, pero no lo consigue. ¿Y cuál es esa realidad que se resiste a la utopía? La naturaleza humana. El hombre es libre, y en consecuencia pecador. Y eso no tiene cabida en la utopía. El hombre tiene deseos, es cambiante, tiene sueños, anhela a veces lo que no debe, pero también es capaz de dar la vida por algo poco práctico. Y no hay algoritmo utópico e ideológico que pueda con tal complejidad.
Todo este excursus está en la base de Suro, la cinta dirigida por Mikel Gurrea. Iván (Pol López) y Helena (Vicky Luengo) son un joven matrimonio de Barcelona vinculado a un grupo de jóvenes activistas ecologistas. Cuando Helena hereda una especie de masía abandonada con 500 hectáreas de bosque de alcornoques, deciden irse allí a vivir de forma coherente con su manera de pensar.
Pero a medida que tienen que afrontar realidades concretas (la contratación de operarios para la recogida del corcho, la reforma de la casa, la amenaza de incendios…) surgen entre ellos diferencias cada vez más profundas. Helena, embarazada, se plantea las cosas de forma pragmática y realista, pero Iván se empeña en seguir a rajatabla sus convicciones progresistas, sociales y ecologistas.
Las circunstancias se irán complicando más hasta que ya no haya espacio para la utopía sino solo para el realismo. Como declaró el director en el Festival de Tesalónica, la vida rural no deja mucho jugar con las ideas porque se requiere una lucha con materialidad de las cosas.
La película está a medio camino entre Alcarrás y As bestas, otras dos películas españolas que ofrecen una imagen nada idílica de la vida rural en el actual campo español. Reconversión, incendios, sequía, explotación de mano de obra ilegal… por un lado; tensiones humanas, rencillas, rencores, formas distintas de ver las cosas, por otro.
En las tres películas se masca la tensión en un entorno bello que esconde hostilidad. Pero Suro –corcho en catalán– es también la historia de una pareja. Una pareja que busca entenderse y su forma de ser como familia, que tratan de encontrar su lugar y su misión en el mundo.
La película de Gurrea es su debut en el largometraje y demuestra un buen pulso narrativo y fuerza en la dirección de actores. Transmite muy bien las atmósferas y sabe integrar la fuerza del paisaje en el desarrollo dramático de la trama, con la inestimable ayuda de Julián Elizalde, director de fotografía.
Gurrea es vasco, pero estudió en la prestigiosa Facultad de Comunicación de la Pompeu Fabra de Barcelona y luego estudió cine en Londres. La película ganó el Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional en el Festival de San Sebastián y el premio Irizar a la mejor película vasca.