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Jason Segal y Harrison Ford protagonistas de Terapia sin filtro

Jason Segal, protagonista de Terapia sin filtro

Crítica de series

'Terapia sin filtro': consejos vendo, que para mí no tengo

La serie de Apple TV nos recuerda que la vida puede seguir siendo maravillosa

Terapia sin filtro reclama genealogía. Porque alumbrar su linaje facilita el empujón que, hoy por hoy, aún le falta a cualquier serie que provenga de Apple TV, esa plataforma de streaming que vive a la sombra, ofreciendo más calidad que popularidad. ¡Ya explotará su éxito, ya verán! En consecuencia, la primera pista es la cadena, que ya va amasando una imagen de marca abierta al riesgo artístico y la profundidad dramática en propuestas muy queridas por la crítica como Slow Horses, Para toda la humanidad, Pachinko o Severance. En comedia no andan a la zaga, con el colorido musical Schmigadoon!, la desternillante parodia del mundo del videojuego en Mythic Quest o la auténtica joya de la corona: Ted Lasso.

Esa premiada y entrañable serie ambientada en el mundo del fútbol británico es parada obligada para entender Shrinking, que así se titula Terapia sin filtro en versión original. La nueva serie ya apunta su temática y su tono en el título, con un juego de palabras de imposible traducción literal: 'shrink' es encoger, pero también se emplea para retroceder o echarse atrás. Así mismo, 'shrink' también es un término informal para referirse al psiquiatra ('loquero'). Si combinamos todas esas acepciones es lógico que la serie nos narre la historia de Jimmy, un terapeuta que no levanta cabeza tras la muerte de su esposa. La relación con su hija adolescente es un desastre y su existencia anda tan a la deriva que hasta bosteza ante los pacientes de su consulta. Su incongruencia entre profesión y vida es un clásico de nuestro refranero: «Consejos vendo, que para mí no tengo». Así, el relato arranca realmente cuando Jimmy empieza a retroceder de esa espiral destructiva para encarar el duelo de otra forma: abandona el alcohol y las drogas, trata de recomponer los lazos filiales y adopta una relación con sus pacientes mucho más activa, intrusiva y exagerada incluso. En esto último se atisba un reverso cómico de la grandiosa In Treatment, aquel western de sentimientos.

Decíamos que el cordón umbilical entre Ted Lasso y Shrinking es el más evidente. No en vano, comparten equipo creativo, con Bill Lawrence liderando una mesa de guión donde también escribe el actor Brett Goldstein (el inolvidable Roy Kent de la comedia futbolera). Esto implica que muchas de las virtudes de Ted Lasso se mantienen en Terapia sin filtro: la dosis adecuada de drama emboscado en la carcajada, un aire de superación ante la adversidad, secundarios entrañables que van creciendo, cuñas de comedia física y esa sensación de que la vida, a pesar de todo, puede ser maravillosa.

El último escalón de esta genealogía son los actores. En primer lugar tenemos a Jason Segel como protagonista. Es atisbar a este grandullón con sonrisa bobalicona y viajar inmediatamente a Cómo conocí a vuestra madre. Su papel aquí es más malhablado y de raíz trágica. Sin embargo, Segel logra imprimirle con naturalidad la ligereza cómplice de quien intenta taponar todas las vías de agua mientras naufraga emocionalmente; la actitud lo es todo y él, aunque patoso, quiere subir de peldaño vital.

Y, claro, nos queda la guinda de esta genealogía: Harrison Ford. En este caso, la gracia radica en su ascendencia inversa. Porque el icono de tantas películas inolvidables de la historia del cine se viene a la televisión para un papel muy alejado de su arquetipo. Es uno de los mayores placeres de esta propuesta simpática, animante y moderneta: encontrar las trazas de Indiana Jones, Han Solo o Richard Kimball entre la divertida flema que gasta el ya ochentero actor, a caballo siempre entre el viejo cascarrabias y la figura paterna de sustitución.

A pesar de todo este manojo de alusiones y ecos que sobrevuelan Shrinking, esta dramedia logra alcanzar una voz propia. De momento, en los tres episodios emitidos se adivina una propuesta eficaz, amable, reconfortante, donde los espejos entre personajes ensanchan los conflictos y aportan profundidad a unas psicologías dañadas, que flirtean entre el autoengaño y el remedio a medio plazo. Sí es cierto que la trama bordea algunos tópicos de la moral dominante, pero el conjunto logra arrancar sonrisas y reconciliar al espectador con una verdad antigua: la de que ante el duelo y la pérdida siempre espera una luz al final del túnel, una luz que se descubre gracias a salir de uno mismo y abrazar al otro.

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