Aunque su nombre hace referencia a su modelo, al protagonista de este largometraje de animación Disney–Pixar lo conocemos mediante el acróstico que da título al film y que señala cuál es su tarea fundamental: quitar basura. Su aspecto, envejecido, de máquina deteriorada, se inspira en otros robots cinematográficos, como el de Cortocircuito, pero con algo de R2D2. Es un robot paciente, simpático, trabajador, pertinaz, rutinario —se despierta con un sonido de arranque de los clásicos Macintosh— y con muchos toques de personaje sencillo, colorido y romántico, en especial cuando conoce a EVA, un robot mucho más avanzado y de curvas más bonitas. WALL·E es entrañable —cariñoso y atento, servicial, podríamos añadir—, divertido sin pretenderlo, es capaz de reciclar a la humanidad sin proponérselo, y habrá quien entienda que puede inspirar a todos los maridos del mundo empeñados tercamente en cuidar de su esposa y su hogar. WALL·E, alguien que sonríe cada mañana, aunque nadie más en este planeta lo haga.