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Pobres criaturas se estrena este viernes 26 de enero en los cinesThe Walt Disney Studios

Crítica de cine

'Pobres criaturas': la decepcionante historia de una jovencita Frankenstein ávida de sexo

Las ideas que tejen el filme están muy pasadas de moda, como si fueran las fantasías de un decadente burgués

Londres. Siglo XIX. Una mujer embarazada, Victoria (Emma Stone), se suicida tirándose al río. El cirijano Godwin Baxter (Willem Dafoe), hijo de un científico trastornado, es una especie de Victor Frankenstein londinense. Baxter recoge a la difunta, le extrae a su hijo del vientre, y sustituye su cerebro por el de su vástago. La devuelve a la vida con técnicas frankenstenianas, y obtiene una mujer de cuerpo adulto con la mentalidad de un niño, es decir, pura instintividad. A partir de ese momento, ella pasará a llamarse Bella Baxter, y se referirá al doctor como su padre y dios. Con el tiempo Bella empieza a controlar su movilidad y descubre su sexualidad, que empieza a experimentar de forma desinhibida y sin ningún tipo de cortapisa.

Estas conductas suponen una piedra de escándalo en la sociedad victoriana y traen por el camino de la amargura a los hombres que la pretenden. El guion, de Tony McNamara, se basa en la novela Poor Things de Alasdair Gray publicada en 1992. Esta truculenta historia, con elementos de drama, ciencia ficción, romance y cine erótico, está envuelta en una estética expresionista de aluvión en la que encontramos guiños al cine gótico y al terror clásico de la Warner y de la Hammer.

Yorgos Lanthimos es un director que recuerda al Goya de las pinturas negras. Le gusta un cine que explore lo enfermizo y oscuro del alma humana, que indague en lo que sería el ser humano si en su naturaleza no hubiera imperativos morales ni condicionamientos sociales. A Lanthimos no le interesa el «yo» freudiano, sino el «ello», la instintividad, la compulsión pre-social y pre-moral. Se trata de unos gustos rousseaunianos que están bastante pasados de moda, más propios de finales del siglo XX, en los albores de la posmodernidad. Pero está en su derecho, naturalmente. Su estética es deliberada y buscadamente rompedora, provocativa e inquietante, lo cual también resulta algo viejuno, típico de tiempos pasados complacientes con los discursos contraculturales y deseosos de escandalizar a la burguesía bienpensante. Pero esas épocas ya pasaron.

Se dice que el director griego nos ofrece en Pobres criaturas una reflexión feminista. Si es así, aquí también se ha quedado estancado en el siglo XX. Si Greta Gerwig en Barbie proponía un feminismo superador de dialécticas, en el que hombre y mujer transformaban su rivalidad en complicidad entre iguales, Lanthimos reivindica que la mujer se acueste con quien le dé la gana y gestione su sexualidad libremente. Un asunto que los movimientos de contestación juvenil normalizaron ¿en los setenta? A lo mejor lo que el realizador pretende decirnos es que la monogamia, el pudor y la fidelidad son imposiciones culturales que nos esclavizan. En ese caso le sugiero que se asome a toda la producción académica sobre las terribles consecuencias que tuvieron en los hijos la promiscuidad irresponsable de sus padres y el «todo vale» setentero.

Por otra parte, el exhibir continuamente a una Emma Stone completamente desnuda protagonizando todo tipo de prácticas bisexuales, cual bonobo feliz, no sé en qué tipo de feminismo se encuadra ¿en alguno que reivindique la idea de mujer objeto para solaz del macho aburrido? Quizá solo ese sórdido exhibicionismo no es más que arte al servicio de la liberación de la mujer. Quizá toda la película es una aguda crítica a la hipocresía social. Quizá por ello tampoco falta un cura ensotanado entre los puteros que desfilan por el burdel de Swiney. Quizá yo esté equivocado y estamos ante una obra maestra que presta un impagable servicio a la causa feminista. O quizá no. Júzguenla ustedes.

Ganó el León de Oro en Venecia, el Globo de Oro y la crítica internacional se ha postrado ante ella. A mí personalmente la película no me ha aportado nada más allá de una interesante dirección artística, un inolvidable maquillaje de Willem Dafoe, y unas interpretaciones que merecen todo nuestro respeto, incluyendo la de Emma Stone. Pero las ideas que tejen el film están muy pasadas de moda, como si fueran las fantasías de un decadente burgués y desde luego muy ajenas a las realidades que nos interpelan cada día.