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El director Alfred Hitchcock, en una imagen de archivo

Cine

El coñac manchego que fascinó a Hitchcock

«Para mí, el cine no es una porción de vida, sino un pedazo de pastel». Y, si está acompañado de una buena copa, mejor

Cuando pensamos en la relación entre cualquier cineasta y su pasión por las bebidas espirituosas, es probable que nos vengan a la mente nombres como Francis Ford Coppola, Orson Welles o Alexander Payne.

Al fin y al cabo, el creador de El padrino posee desde hace décadas una floreciente marca de vinos bajo su nombre, Welles vendió el brandy Paul Masson en sus famosos y antiguos anuncios televisivos y Payne dirigió Entre copas, una comedia dramática que triunfó en Hollywood, haciendo que las ventas de merlot se desplomaran al instante al mismo tiempo que elevaba el precio del pinot noir a niveles astronómicos.

Un director enófilo, en cambio, del que apenas se hace mención es Alfred Hitchcock. Algo incomprensible dado que el apodado maestro del suspense coqueteó con el vino durante toda su carrera. Y no en el sentido estricto de la palabra. Más allá de su propio y discutible consumo, el cineasta estaba obsesionado tanto con la comida como con la bebida.

«Te puedo asegurar que en el 95% de sus películas se come: ya sea en una reunión alrededor de una mesa, ya sea simplemente un sándwich... siempre hay comida», explica en una entrevista a Mivino el divulgador y escritor cinematográfico Juan Antonio Ribas Pérez. Ejemplo de ello es el vaso de leche en Sospecha, la botella de bourbon de Cary Grant en Con la muerte en los talones o el macabro banquete de La soga. También lo son la bodega de Encadenados, el rodaje de La Sombra de una duda en Santa Rosa, una de las zonas más famosas para el vino tinto en California, y Los Pájaros, en el pueblo de Bodega, junto al océano y la bahía del mismo nombre.

Ya lo decía él mismo: «Para mí, el cine no es una porción de vida, sino un pedazo de pastel». Si la mesa está llena y se acompaña de una buena copa, mejor aún. Tal era la pasión vinícola del cineasta que fue dueño de un viñedo en las montañas de Santa Cruz –a día de hoy conocido con el nombre de Armitage Wines at Heart O' The Mountain– y, a lo largo de sus 80 años de vida, atesoró una espectacular bodega con más de 1.500 botellas de vino, champagne, whisky y cognac.

El cineasta en un fotograma de 'Encadenados'

Aunque en el caso de los vinos, los franceses eran sus favoritos –especialmente el Château Mouton-Rothschild y el Château Cheval Blanc–, si hablamos de coñac, los españoles podemos presumir de que siempre llevamos la delantera. En especial, los naturales de Tomelloso, pueblo de Ciudad Real donde, a día de hoy, se sigue produciendo su preferido: el brandy Peinado.

Sus bodegas se fundaron a principios del siglo XIX, concretamente en 1820 y pronto adquirió notoriedad, ya que, ante los graves problemas en los viñedos de Francia, la bodega fue capaz de abastecer al país vecino de los alcoholes necesarios para hacer posible y viable la producción del coñac francés. Por ese motivo, hasta 1972, fue reconocido con la Denominación de coñac y, desde entonces, como uno de los brandys más prestigiosos de todo el mundo.

El culpable de que llegase a manos de Hitchcock la tiene un joven estudiante madrileño que quiso entrevistarle. Al ponerse en contacto con la secretaria del cineasta, le preguntó si podría hacerle llegar un regalo. Esta le respondió que sí, siempre y cuando no fuese típico. Al parecer el británico estaba cansado de que siempre le obsequiasen con navajas, cuchillos y todo tipo de utillaje relacionado con sus películas.

Así, el estudiante decidió llevarle una botella de Peinado 100 años, a la que siguieron muchas otras dada la brutal fascinación que despertó este coñac de Tomelloso en el cineasta del suspense por antonomasia.

En la actualidad, el proceso de fabricación no ha variado lo más mínimo: se elabora a partir de aguardientes vínicos con una graduación alcohólica que no supere los 70º, llamadas «holandas», que a su vez se han obtenido a partir de la destilación a fuego directo de vinos hechos de uvas sanas de la variedad airén y usando como combustible leña de encina. Finalmente cuando se seleccionan las holandas, pasan a las naves de envejecimiento, donde rellenarán las botas de primera crianza de las cuales se obtendrá el brandy final.