Crítica de cine
'Puntos suspensivos', la película con guiños a Hitchcock y dos grandes actores: José Coronado y Diego Peretti
El filme de David Marqués funciona como un entretenido juego con dos grandes actores al servicio de un guion hecho con tiralíneas
Hay películas cuya fuerza fundamental reside en su guion: su manera de crear suspense, sus puntos de giro, su estructura temporal… y el resto de elementos consisten en vestir bien eso. Hay, en cambio, otras películas cuyo poder visual se impone al libreto y se recuerdan más por sus imágenes y evocadora puesta en escena que por su guion.
Puntos suspensivos es de las primeras. David Marqués, muy trabajado en la comedia, ha firmado con Rafael Calatayud un guion férreo que, en sí mismo, es un solvente trabajo de creación literaria. Y, además, la creación literaria es el tema del que trata el argumento. Como contrapartida hay que decir que ha quedado una película muy teatral, limitada a tres actores y casi a un solo espacio dramático. Los diálogos son la base de la intriga, y unas interpretaciones excepcionales el ingrediente básico para que la receta funcione. Los protagonistas son Leo (Diego Peretti) y Jota (José Coronado). Leo es un escritor de novelas de intriga que vende sus libros como churros. Pero como firma con un pseudónimo, Cameron Graves, nadie conoce su verdadera identidad. Vive aislado en una casa lujosa en medio del campo, donde se concentra e inspira para escribir sus novelas. Un día su paz se ve interrumpida por la llegada de un extraño que parece haber descubierto su identidad. A partir de ese momento el espectador tendrá que ir armando en su cabeza el puzzle argumental con las piezas desordenadas que se le van ofreciendo.
La película es muy manipuladora en el buen sentido de la palabra, y por ello no es de extrañar que contenga homenajes a Hitchcock, el maestro del suspense que sabía engañar al espectador y hacerle creer lo que a él le convenía que creyese. Es cierto que si se ve la película por segunda vez, se detectan cosas que claramente no son creíbles desde una perspectiva realista. Pero el conjunto es resultón, aunque el final pueda parecer demasiado sofisticado.
El tema se ha tratado hasta la saciedad en la historia del cine: los procesos creativos en el ámbito literario. Bien en películas basadas en autores reales (Truman Capote, Scott Fitzgerald –El editor de libros- o Virginia Wolf –Las horas-, por citar ejemplos conocidos) o en escritores imaginarios, como ha hecho Woody Allen más de una vez (Manhattan, Desmontando a Harry, Melinda y Melinda...) Y también hay películas sobre pseudónimos o dudosas autorías, como El ladrón de palabras. En este caso se nos plantea lo que puede suceder cuando un pseudónimo es un burladero para esconderse tras él, un parapeto que permite ocultar cosas inconfesables. La cinta muestra progresivamente el lado oscuro de los personajes, como la ambición, el narcisismo y sobre todo, la capacidad de usar a los demás como peones en el ajedrez de la vida. En ese sentido, la película tiene un fondo cínico y pesimista.
El trabajo de Peretti y de Coronado es impecable. El primero demuestra moverse perfectamente en registros cómicos y dramáticos, y Coronado consigue exitosamente dar la sensación de que siempre se guarda un as en la manga. La película es en realidad un juego, pero un juego que engancha y entretiene.