Cuando la televisión ennoblece una larga noche electoral
La cobertura de la CNN de la decisiva votación para la presidencia de EE.UU. muestra otro estilo periodístico, basado en el rigor de los datos y la ecuanimidad
En algunas ocasiones, los idiomas nos salvan. Y como en este caso, pueden servir para reconciliarnos con el mejor periodismo. Los europeos, a menudo encerrados en nuestra decadente torre de marfil, pretendemos aleccionar al resto del mundo acerca de todo, cuando por el camino hemos perdido algunos de los principales valores que conformaron nuestra identidad, como el juicio crítico ilustrado.
Gracias ahora a la cadena de televisión norteamericana CNN, con su exquisita, vibrante e imparcial cobertura, los más trasnochadores hemos podido, esta vez, asistir a una jornada electoral apasionante.
Todo su poderoso encanto residió en algo tan simple como el mero, inmediato contraste de los datos, la información despojada de subjetivas interpretaciones que se despliega directamente ante nuestras conciencias para ofrecernos el reflejo de la realidad, sin más adornos que los efectos lumínicos del plató.
Una puesta en escena que no renunció al espectáculo
Y claro que en la puesta en escena de su informativo la cadena estadounidense no renunció a ofrecernos algo de ese espectáculo que tan bien conocen y dominan (los platós que parecen naves espaciales, la música marcial, la calculada administración del suspense que precede a cada nuevo anuncio de un dato revelador…).
Ni tampoco prescindió de los análisis, repartidos en igualdad de condiciones procurando respetar el mismo número de opinadores escorados hacia una u otra opción (en igual proporción de demócratas y republicanos: aunque la cadena no oculte ni disimule su debilidad por el partido azul, en una jornada de este tipo debe reinar una cierta ecuanimidad).
Pero el elemento esencial de su fantástica programación se basó en la implacable, fría estadística, esa que tanto parecía importunar al gran Borges en estos asuntos. El periodista responsable de la información nacional (bien conocido de todos estos años, porque en ese país nadie parece dispuesto a prescindir del valor que puede aportar la experiencia aunque las canas resten algo de glamur en el audiómetro) se situó delante de una pantalla grande para sostener con ella el primordial duelo de la larga noche.
En ambos se enfocaba la atención primordial, el interés con el que mantendrían a su audiencia cautiva durante el recuento, menos arduo de lo esperado, dada la contundencia de la victoria que atesoró Donald Trump casi desde el inicio, en contra de las encuestas.
Sobre la pantalla aparecía un mapa de Estados Unidos con todos sus estados. Y en la medida en que los resultados del escrutinio iban avanzando, el torrente de datos de votos se volcaban en tiempo real en cada lugar específicamente señalado.
Predicciones inmediatas, basadas en datos de comicios anteriores
A partir de ahí, con su rápido dedo deslizándose sobre el plasma, el informador se afanaba en aportar sus certeras predicciones, basadas únicamente en informaciones sobre el comportamiento de los votantes en anteriores comicios, estableciendo proyecciones condado por condado, casi barrio por barrio por la precisión exhibida.
De ese modo, si en Georgia (una de las piezas más codiciadas del tablero por su valor estratégico), sucedía que los condados más pequeños parecían apuntar hacia un significativo avance del republicano, él hacía notar que, en las ciudades grandes, como Atlanta, de acuerdo con comportamientos en comicios anteriores, podía propiciarse un vuelco en los resultados finales que, en el último recuento, aupara a Harris a la victoria en ese estado.
Esto último expresado sin que al informador se le viese el plumero, simplemente porque constataba que lo mismo había ocurrido ya en la última contienda al contabilizarse todo ese enorme caudal de voto urbano, según lo acontecido y registrado entre los apuntes.
Al mismo tiempo, el presentador estaba en capacidad de aportar un nuevo, rápido análisis a la luz de esas informaciones conocidas, interpretadas en ese instante, sobre el terreno.
Así era como podía lanzase a aventurar (con todo el rigor que proporciona el conocimiento), que si los márgenes del triunfo en esos entornos urbanos eran menores con respecto a lo que Biden había logrado en el anterior duelo presidencial y, en cambio, esa misma tendencia se mantenía, pero al revés, en los condados más pequeños (la distancia entre Trump y Harris era aún mayor allí que la que el propio líder republicano había alcanzado frente al actual inquilino de la Casa Blanca), lo más normal sería que ocurriese lo que finalmente ha pasado: la consolidada marea de victorias en lugares menores, en muchos casos, alcanzó proporciones imbatibles que ningún pírrico triunfo pudo contrarrestar, aunque este se fraguara en los entornos de grandes poblaciones.
‘YMCA’, el himno de Village People, ahora también republicano
Por supuesto tampoco faltaron las conexiones periódicas con los cuarteles generales de los candidatos, que permitieron constatar desde el vuelco de la inicial euforia inducida por las encuestas en las filas demócratas hasta su desolador final, con Kamala Harris huyendo de la responsabilidad de dar la cara antes sus defensores.
Y la algarabía creciente en West Palm Beach, donde los partidarios del magnate neoyorquino bailaron en algún momento, cuando ya se vislumbraba el triunfo, al imprevisible ritmo de YMCA, un himno para toda ocasión festiva, aunque en principio el tópico pudiera asociarlo más a las huestes demócratas.
Los partidarios de Harris no contaron esta vez con la inestimable colaboración de Taylor Swift. Si algo han permitido constatar estos comicios es que el «star system» y la vasta legión de «influencers» que han sustituido a los pensadores, los Clooney, Ricky Martin, Jennifer López, Ophrah y por ahí, cuentan muy poco ya a la hora de convencer a sus seguidores con sus consignas (incluso se dijo que el trascendental gesto de Swift, con su mesiánica ascendencia sobre los llamados «swifters», decantaría inexorablemente la balanza, sin lugar a dudas).
Quizá ahí se halle el principal problema de los demócratas: la falsa identificación del partido con unas élites despreocupada de asuntos tan banales como la inflación. El abuelo Bernie Sanders al menos tenía claras las prioridades.
El olvido de los problemas reales de la gente
Un invitado al programa de la noche electoral, del ala izquierdista, haciendo contrición ante la derrota, señaló que a los de su partido se les había olvidado que a la gente, al final, lo que verdaderamente le importa es el precio de los huevos, y en este caso también, la ordenada regulación de la inmigración.
El respeto de todos los participantes en el programa hacia las ideas de sus adversarios fue ejemplar y admirable, por su tono sosegado. Y por supuesto, no hubo, como imagino que ocurrió aquí (algo se ha publicado al respecto), sermones al estilo de los de Ferreras descalificando a los votantes de la opción contraria a la suya y amenazándoles con apocalipsis varios. Ni un insulto por aquellos pagos.
Todo fue expuesto con una elocuencia, un rigor y una clase inusitados en otros lares. A pesar de las execrables refriegas de los mítines (que también poseen algo de los trucos amañados de la lucha libre), los opinadores de distinto signo, en cambio, en las horas más trascendentales, parecen mantener algo de ese ejemplar espíritu dialogante, y reflexivo, que tanto admiraba Tocqueville (aunque no en todas las cadenas funcione igual).
El probable inicio del fin de los excesos de la era «woke»
Hace unos días, en otro programa de televisión, Real Time, el magnífico show del cómico Bill Maher en la plataforma HBO (auténtico demócrata que no se ha dejado intoxicar por un movimiento «woke» quizá a partir de ahora en retroceso), uno de sus invitados, periodista de la CNN, afroamericano y partidario de la organización que intentó consagrar a Kamala Harris como líder, hizo un análisis muy interesante intuyendo lo que podía llegar a ocurrir estos días.
Vino a decir algo así como que los demócratas no conquistarían el poder mientras no estuvieran en disposición de sostener estas tres cosas: que no todas las personas blancas son racistas; que no todos los hombres son retrógrados machistas; y, por último, que no todos los millonarios son necesariamente seres malvados. ¿Les suena de algo?