Crítica de cine
La lección de vida de 'Cuando cae el otoño', la nueva película de François Ozon
El cineasta francés dirige una película con un guion bien trenzado y una notable interpretación de Helene Vincent
Michelle (Hélene Vincent) es una anciana que vive sola en un pueblecito de Borgoña, donde también reside Marie-Claude (Josiane Balasko), su mejor amiga, que tiene a su hijo en la cárcel. Michelle espera con entusiasmo la llegada de su hija Valérie, que viene a dejarle a su nieto Lucas durante una semana de vacaciones escolares. Valerie no se lleva bien con su madre, pero Lucas y su abuela sienten mutua adoración. Un desagradable accidente hará que todos tengan que cambiar sus planes.
El a menudo incómodo cineasta francés François Ozon tiene en su haber filmográfico todas las virtudes y defectos del cine francés. A la vez que se identifica con las agendas culturales de moda y celebra el relativismo moral, es capaz de crear personajes profundos y ofrecer dramas de hondo calado antropológico. En el caso de Cuando cae el otoño, cuyo guion está coescrito con Philippe Piazzo, nos brinda una interesante parábola a partir de la figura de María Magdalena, la prostituta a la que el Señor le perdonó mucho porque amó mucho.
Así empieza la película, con nuestra protagonista, Michelle, escuchando en misa el evangelio que relata la aparición de la Magdalena en casa del fariseo, y cómo Jesús la acoge mientras los invitados se escandalizan. Ahí están todas las claves del film. Michelle, que se equivocó gravemente en el pasado, siente que se le ha regalado una segunda oportunidad en su nieto, que la quiere y la mira sin prejuicios. Cuando el hijo de Marie-Claude sale de la cárcel, Michelle siente que él también merece una segunda oportunidad, y ella está dispuesta a dársela.
El plato fuerte de la película es el guion, que fue Gran Premio del Jurado en el Festival de San Sebastián. Ozon primero nos hace amar a sus personajes, y luego nos da la información sobre ellos. Si lo hubiera planteado al revés, el prejuicio nos hubiera dificultado empatizar con ellos. Esta estrategia de guion es en realidad una lección de vida, ya que desgraciadamente es muy habitual que las personas nunca llegan a encontrarse entre sí porque les separa un muro de prejuicios.
Michelle arrastra un pasado que para muchos es una objeción para valorarla en el presente. El hijo de Marie-Claude es siempre sospechoso de algo malo solo por haber estado en la cárcel. Y la película muestra cómo solo la fe amorosa en el otro es capaz de romper ese círculo vicioso y abrir la puerta a la esperanza. Es la misma dinámica de agradecimiento y redención que encontramos, por ejemplo, en Los Miserables.
Este guion tan bien trenzado, dosificado y resuelto se malograría si no contara con una interpretación tan notable como la de Helene Vincent. Es tan creíble en la alegría como en la desesperación, y entre medias ofrece un recital de matices que convierten al personaje en una mujer de carne y hueso. Ozon la ha rodeado de otros intérpretes que también están a la altura. El resto, los planos, el ritmo, la fotografía… funcionan con la precisión de un reloj y con agradable aroma de clasicismo. El final esconde un sutil y discreto guiño a la ideología de género. Si no, no sería Ozon.