Los 'rojipardos' o la nueva izquierda moderada y conservadora: de 'progres' a 'neorrancios', y viceversa
Una nueva corriente de pensamiento revisionista se abre paso: la izquierda los llama falangistas, la derecha oscila entre acogerlos y mirarlos con recelo, y un libro los condena
«No habrá agenda 2030 ni plan 2050 si en 2021 no hay techo para placas solares porque no tenemos casas, ni niños que se conecten al wifi porque no tenemos hijos”. El 22 de mayo de 2021, una Ana Iris Simón embarazada, tranquila pero contundente, se ponía delante de Pedro Sánchez en la Moncloa; delante del presidente del Gobierno y de toda España, que escuchaba anonadada –cierta parte enfurecida, cierta parte aún adormecida– el discurso de quien se ha convertido en una especie de símbolo para dos facciones ¿enfrentadas? en lo que parece una eterna lucha ideológica.
La cosa es que Ana Iris, periodista, manchega, joven, mujer, de herencia comunista pero también feriante, más lista que nadie o que muchos de los que la vilipendian gratuitamente día sí, día también, ha abierto la herida de una brecha que ya existía: la que ha provocado que los que en los años 2000 se consideraban de izquierdas hayan quedado a la derecha de la nueva izquierda. Demasiado tibios para los nuevos movimientos populares que surgieron tras el 15-M y para la hegemonía que representó Podemos, todavía no lo suficientemente conservadores para ser considerados parte de la derecha.
Ana Iris Simón fue capaz de trascender su propia mirada y todas las cosmovisiones que había heredado, aprendido, adquirido. Su herencia paterna, la de los Simones, era la que la había llevado a tener fuertes convicciones políticas, a manejar con maestría conceptos y nombres, teorías y eventos históricos, a reflexionar sobre la vida del campesino, el comunismo de su abuelo, el capitalismo que asfixia, el liberalismo que adormece. La rama materna es la de la Ana Mari, su madre, una explosión de júbilo y alegría, y la de su abuela la que rezaba el Rosario: una familia de feriantes que ella tardó muchos años en reconocer y reivindicar y que, justo cuando se atrevió a hacerlo, captó la atención de la editorial Círculo de Tiza, que apostó por ella y publicó sus reflexiones en Feria.
«Eso es lo que soy, supongo, como muchos otros: alguien que se alejó del redil, del territorio y el habla propios, de las costumbres, de la tradición, en busca de una identidad y de una verdad interior que ya estaba en el afuera, en ese afuera: en su redil, en su territorio, en su habla y en las costumbres de los que la precedieron», nos explica la joven autora. La muerte de su tío Hilario y de su abuela Mari Cruz confluyeron en el tiempo con esta reflexión vital, con su búsqueda de sentido, con la cuestión de Dios, de la muerte y de la propia vida. Ana Iris redescubrió que lo importante son «las comunidades orgánicas, los lazos fuertes, la familia, las cosas sencillas más allá del restaurante al que hay que ir y la disputa que hay que tener por Twitter... Probable y tristemente todas estas son cosas que cada vez ocupan menos espacio, si no en la realidad, sí en lo discursivo, en nuestros textos, libros y artículos, en lo publicado».
Por este «revisionismo», por escribir que echa de menos la vida que sus padres llevaban a su edad y por todas las entrevistas que concedió después, Ana Iris, que ahora vive feliz junto a su pareja, el politólogo Hasel Paris Álvarez, y su hijo, la alegría de su vida, se convirtió en un caballo de batalla. La han llamado nostálgica del régimen; no franquista, pero sí falangista (palabra con unas cuantas connotaciones dignas de análisis). La cultura woke necesita enemigos nuevos cada vez, y ella representa precisamente las tesis que la izquierda de principios de siglo habría hecho propios sin dudar.
'Neorrancios' o cuando «la nostalgia es facha»
La ideología suele asentarse cuando crea un nuevo lenguaje para ser descrita, y ese momento ha llegado con la palabra «neorrancio». Como dice el escritor Juan Soto Ivars, ahora se tacha la nostalgia de reaccionaria y se componen listas negras con «sospechosos rojipardos»: izquierda pura contra adversarios conservadores. El propio Soto Ivars se sabe dentro de esa lista que engloba, además de a los mencionados, a otros nombres como Guillermo del Valle, Pedro Insúa, Paula Fraga, Víctor Lenore, Esteban Hernández, Paco Arnau, Félix Ovejero, Manuel Monereo, Roberto Vaquero o Daniel Bernabé. Todos condensados en un libro coordinado por la periodista de «la revista feminista y progresista» preocupada por la tolerancia y la salud mental S Moda, Begoña Gómez Urzaiz. En el libro Neorrancios: sobre los peligros de la nostalgia (Península) se funden, desordenadamente, todos los supuestos argumentos que promueven la cancelación de esas voces disonantes.
El libro advierte de «la deriva reaccionaria de rojipardos y extremocentristas» que creen que se avecina en el país, en alusión a dos de las etiquetas con las que la «izquierda posmoderna» identifica a esa otra izquierda que se declara partidaria de diagnósticos más tradicionales. Bajo este fuego cruzado subyace la duda de si el pasado puede ser un baremo fiable para tasar el presente.
Uno de los señalados es Guillermo del Valle, un joven abogado madrileño que fundó un think tank, El Jacobino, con la misión de introducir en el debate público la defensa de la unidad de España «desde una perspectiva socialista» y lo más alejada posible del federalismo que defienden el PSOE, Más País y Podemos. Del Valle cree en una España centralizada, basada en la redistribución de la riqueza y en la que todos sus territorios se rijan por el mismo concierto económico. Él mismo defiende sus ideas en Twitter, donde protagoniza avivados debates. «Esto no va de emocionarse con la bandera de España, ni de darse golpes en el pecho. Que cada uno se emocione con lo que le dé la gana; yo lo que quiero es que la familia que no tengo en Extremadura goce de los mismos derechos que la familia que sí tengo en Guipúzcoa. ¿Diversidad cultural? Maravilloso. ¿Pluralidad? Maravilloso. Pero igualdad de derechos», escribe para los 18.000 seguidores de su «izquierda ilustrada y centralista».
El «extremo centro»
Cansado de la etiqueta creada por la supuesta «nueva izquierda», el especialista en asuntos públicos, estrategia y comunicación Pedro Herrero Mestre decidió apropiarse de ella. Fundó así «Extremo Centro», que es un podcast, pero también un libro y, ante todo, una forma de pensar: «El término sirve para acusar a los avatares políticos del 'Extremo Centro' de atraer y blanquear a un votante que en realidad esconde un extremismo antipolítico y autoritario». Hablando con El Debate, Herrero destaca esta nueva izquierda postmaterialista que ya ha superado el «bienestar de la clase trabajadora» y que, sin embargo, se ha tumbado hacia un en enfoque cultural: «Esta nueva izquierda está preocupada por la construcción del lenguaje y la denuncia de los símbolos, pero han renunciado al progreso material, que es la base del gran acuerdo que ha sostenido el siglo XX: el único lugar donde era posible que la parroquia y el sindicato se encontraran».
Según el comunicador, las nuevas clerecías de la izquierda defienden que el problema acuciante hoy no es el del bienestar material de las clases vulnerables, sino los distintos tipos de opresión que todos sufrimos incluso sin saberlo: las minorías sexuales, las luchas de raza, la crisis postcolonial. «Y quienes detentan el liderazgo de esa nueva izquierda son los escritores de Neorrancios: una élite que no se autopercibe a sí misma como clase dominante, a pesar de que son hijos de clase media que en su mayoría han tenido acceso a educación universitaria y que sienten un rechazo casi estético al trabajo industrial». Pero según Pedro Herrero, sí hay una izquierda que se identifica con Ana Iris Simón («igual que con C. Tangana y con Rigoberta Bandini»), con la imposibilidad de fundar una familia, con la precariedad laboral y sentimental: «Yo he pasado diez años defendiendo estas tesis desde posturas de no-izquierda y he sido tildado de conservador, facha y machista. Pero esta izquierda patinete, esta izquierda postmaterialista y cultural más preocupada por la guerra feminista que por las clases vulnerables, ven en la revisión una amenaza».
«Si ponerte delante de Pedro Sánchez con un bombo y decir que sí, que los problemas coloniales están muy bien pero que cómo narices vivimos y criamos a nuestros hijos, si eso es ser falangista, entonces el 95 % de la población española es falangista», continúa Herrero, que detecta dos fenómenos claros: uno más ideológico, que consiste en que la izquierda nueva (a los que él llama la Generación Pokémon) no tiene a quién condenar, y en vez de echar de la alcaldía a Ada Colau se dedican a meterse con Ana Iris, y otro más psicoanalítico, según el que analiza que son en su mayoría hijos de clases medias acomodadas.
«Viven en entornos microscópicos a nivel social, en Madrid y Barcelona, muy desconectados de la mayoría social y moral de la sociedad a la que pertenecen. Y buscan autojustificarse, porque creen que la manera de pensar tiene que ver con la manera de vivir», continúa Herrero. La traslación de esa frustración de no poder vivir la vida que querrían vivir al juicio de que, por tanto, esa vida no es deseable les lleva a que sus propuestas no se articulen como opciones individuales, sino como un nuevo modelo de vida nuevo. «Me gusta poner el ejemplo del poliamor: antes era una cosa para una minoría, pero ahora se propone como el ideal de vida, porque la familia según ellos es un espacio de opresión que no te permite emanciparte, y, por tanto, quien defienda la familia es un rancio. Han convertido la anécdota de una generación en un 'deber ser' impositivo que asfixia a todo el que no está sintonizado. Y en esa lógica, Ana Iris Simón es una traidora, pero Irene Montero es una emancipada».
Neocatólicos, 'rojipardos' y nuevos conservadores
Miguel Ángel Quintana Paz, director académico y profesor en el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política y otro pensador de estos nuevos términos, analiza con precisión de cirujano estas nuevas tendencias ideológicas. Para él, los rojipardos, «la tendencia que más histerismo causa en la izquierda», conservan la fe de antaño: «que poseer un trabajo estable, un matrimonio (a ser posible, estable) e hijos (también más o menos estables) constituye una forma de vida que merece la pena preservar». Son pues, aunque de izquierdas, conservadores.
Quintana Paz establece después otras dos categorías: los neocatólicos, «una nueva ola de pensadores que no se resigna a que el catolicismo se refugie en los colegios concertados y los salones parroquiales» y que coincide con los rojipardos en su preocupaciones sociales, que al fin y al cabo recoge la Doctrina Social de la Iglesia, y los nuevos conservadores, autores decepcionados con el liberalismo. «¿Antiliberales? No necesariamente; pero ya no otorgan al pacto con el liberalismo el peso que le atribuían sus mayores. No resulta ya un aliado imprescindible en las batallas culturales; a veces otros grupos (como los ya citados rojipardos o neocatólicos) pueden ejercer tal apoyo mutuo mucho mejor», concluye el profesor.
En cualquier caso, a pesar de ser el foco de críticas e incluso de libros y tratados, por no hablar de riadas de hilos tuiteros, estos nuevos neorrancios representan una esperanza social: los rojipardos son personas de izquierda (clásica) que no han sucumbido al pensamiento woke que prioriza las identidades y minorías como objeto de lucha, sino que entienden que la defensa de la unidad de España es lo que garantiza los derechos políticos de todos los ciudadanos. Por eso la defensa de lo nacional es la prioridad: porque garantiza la igualdad. «Cuando te das cuenta de que algo es de cartón piedra, como creo que eran algunas de mis aspiraciones o mis modos de vida, sientes dolor por haber perdido el tiempo, desilusión contigo mismo, pero también un alivio por haber descubierto ese trampantojo, ese decorado, e ilusión por la voluntad de trascenderlo», dice a esta periodista Ana Iris Simón. Ilusión por la voluntad de trascender. No hay mayor ideal en la vida.