José Tomás y los caprichos de un mito que se agrieta
El torero de Galapagar volvió a los ruedos a su manera, muy lejos de todo lo conocido: en «el epicentro de la galaxia en torno al toro», como aseguró el presidente de la Diputación de Jaén
José Tomás no permite que se transmitan ni que se graben sus corridas. Más o menos a la misma hora otro matador, el del momento, Morante de la Puebla (un guardián [otro] de las esencias que antaño tampoco dejaba a la televisión presentarse en sus tendidos) sí se mostraba ante las cámaras en Albacete. De Jaén a Albacete hay unas tres horas de distancia.
A unos 300 kilómetros de distancia el de la Puebla, que llega a la plaza en calesa, luce monteras lagartijeras y en verde el forro del capote, se quitaba de (para que esforzarse en eufemismos) tonterías. Morante es taurino y Tomás se lo piensa: una cosa alucinante esta última que contribuyó al mito, casi seco ya, nacido hace dos décadas.
Estatuario por decreto
Ha cansado Tomás hasta a los más abducidos, aunque solo sea por la moda (que ya no existe), por el embrujo irrecuperable. Ya se ha visto todo del de Galapagar: los caprichos: cuatro toros, no seis, no, cuatro porque sí, el veto a la tele, el estatuario y la manoletina por decreto.
Casi ya no sirve esa rigidez que lo empapa todo como si fuera agua: José Tomás está calado hasta los huesos y cada vez menos gente quiere ver a un torero con los rizos planchados, caídos. Los alamares pesados, la plata en los cabellos, la taleguilla húmeda del arrimón vespertino (nunca tanto, casi toreó en la Alameda a la hora de cenar, otro capricho como el de cuatro toros, cuatro).
De Alameda en Alameda
Pese a todo, 10.500 entradas vendidas en horas para el nuevo acontecimiento taurino del siglo. Y en Jaén por el aforo: más dinero para el madrileño y más espacio para la estafa, que también propusieron los avispados. Dicen los propietarios del coso que hubieran podido vender seis aforos completos por las peticiones: con todos esos deseos no complacidos tiene Tomás para, al menos, otras seis tardes.
Multiplíquese de Alameda en Alameda. De ciudad en ciudad. Pero Tomás tiene truco. Cuatro toros que señaló él mismo con el dedo. Sin competencia y dónde quiere, cómo quiere, cuando quiere y con quién quiere: con uno mismo arrastrando a sus fieles, ajeno a todo, como llevándose el hielo al desierto como una llama que no se pudiera apagar, pero que está apagada, por muchas encerronas exquisitas, con la emoción derramándose para ir perdiéndose, que aún se podrá procurar.