Crítica en primicia
'Malinche': el fallido musical de Nacho Cano se pierde en lo vulgar y en lo anticlerical
El Debate acude al ensayo general del colosal montaje del ex miembro de Mecano, una aburrida concatenación de canciones que no dan lo que prometen y que llega a Ifema el 15 de septiembre
Todas las esperanzas estaban puestas en él, hasta el punto de que desde este periódico hemos defendido Malinche, el musical en el que Nacho Cano lleva trabajando 12 años de su vida –quién lo diría– y que prometía ser una auténtica oda a la historia de España, contra el revisionismo ideológico y la leyenda negra española. Pero nada de eso.
En el ensayo general del desproporcionado musical, situado en una carpa en las inmediaciones de Ifema después de que los vecinos de Hortaleza le impidieran construir la pirámide azteca con la que soñaba el ex miembro de Mecano, los ánimos estaban muy altos. Grandes expectativas y también grandes esperanzas: por fin una figura clave de la cultura española iba a hacer justicia y a contar la verdad histórica del colonialismo patrio que, frente a otros como el anglosajón, trataba a los indígenas como iguales.
Sin embargo a Nacho Cano le ha podido la corriente actual. Aunque es cierto que rescata la figura de Malinche y muestra cómo los españoles la acogen cuando ve que puede servir a sus intereses –actuar como intérprete frente a Moctezuma–, el argumento de la obra se basa en una sola cosa: la ambición de fray Olmedo (interpretado por el artista drag queen Nacha La Macha), homosexual, burdo, vulgar y con giros de guion superficialmente divertidos. De hecho, se comentaba entre el público que así debería llamarse el espectáculo, y no Malinche.
El conquistador Hernán Cortés, además de un mujeriego irremediable que le roba la virtud a cuanta muchacha se cruza en su camino, es para Nacho Cano un pobre idiota: engañado y manipulado, egocéntrico y algo bobalicón. A Cortés no le mueve la noble gesta de ganar territorios para sus reyes o para su país, ni siquiera el espíritu de aventuras: le mueven el oro... y las mujeres. La misión evangelizadora aparece de pasada, y se insulta a la Iglesia a la hora de definir a los indígenas bautizados como meros instrumentos para llenar las arcas estatales.
Tres largas horas de incongruencias
Una cosa sí respeta el musical: el mandato de la Reina Isabel de bautizar a los nativos para cumplir una doble causa: humana (evitar que se convirtieran en esclavos) y espiritual (ganar almas para el Reino de Dios). Más allá de esto, la Iglesia juega un papel obsceno en la trama, con un fray Bartolomé de Olmedo más ocupado del dinero que de la evangelización que de hecho llevó a cabo: fue él quien bautizó a Malinche como Marina y quien estuvo a cargo de las almas mexicanas, celebrando la primera misa en aquel territorio y convirtiéndose en amigo y confesor de Moctezuma mientras fue prisionero de Cortés.
Obviando que para que un musical fluya la historia debe ser adaptada y reconducida, la canción Clong, Cling Clong (que hace referencia al sonido que hace una caja registradora) incluye perlas del tipo «Dime tus pecados y manejaré tu cuenta corriente» y reduce a los que se embarcaron en la expedición a simples ambiciosos, con muy leves destellos de humanidad o de algo que vaya más allá de sus propios intereses.
Lo peor de todo es que tras 90 farragosos minutos en los que la acción no termina de avanzar, sobran diálogos –e incluso escenas enteras, como el número en el que Hernán Cortés «se aprovecha» de la hermana del amante del gobernador de Cuba–... ni siquiera se han embarcado rumbo a México. La acción está secuestrada por chistes pasados, facilones y poco inteligentes.
El espectador sigue sin conocer las motivaciones de Cortés, un hombre aparentemente alejado de la fe, aunque ha tenido 90 minutos para aprender quién era o de qué manera se establecían entonces las expediciones coloniales. Nacho Cano decide también realizar una metarreferencia organizando «un casting para la expedición» en una taberna, con un número de baile ininteligible y absolutamente descartable.
La maravilla: Jesús Carmona
En un solo momento parecía el público despertar del sopor en el que se hallaba sumido, y ni siquiera fue con la batalla de Tenochtitlán, que se esperaba épica ante tal despliegue de medios, escenografía y vestuario. El conquistador Pedro de Alvarado es interpretado por el bailaor Jesús Carmona, que ya anticipaba en su entrevista con El Debate que iba a hacer «un conquistador muy flamenco». Y así es. El número en el que Carmona hace un zapateao digno de aplauso casi justifica todo lo demás: merecería la pena ir a ver Malinche sólo por disfrutar unos minutos de su arte, de su coreografía perfecta, de sus movimientos dentro de un aro de luz que embriagan a cuantos los observan. Un destello de españolidad que insufla más ánimo patriótico que el endeble conquistador o el ruin frailecillo.
Ni siquiera lo que nos han vendido como una figura representativa del feminismo moderno funciona. La historia de Malinche queda realmente en un segundo plano, y ni que decir tiene que el amor entre Cortés y la mujer nahua no enciende corazones, aunque no es por falta de talento: tanto Adrián Salzedo como Amanda Digón realizan un trabajo excepcional, tanto interpretativo como de canto y coreográfico.
¿Pasará a la historia Malinche? Quizá lo haga por lo que supone: es el gran musical de Nacho Cano, en el que ha trabajado más de una década, después de su consagración con Hoy no me puedo levantar en 1980. Pero ninguna canción, más allá de México mágico, se incorporará al imaginario colectivo como sí lo han hecho La fuerza del destino o Allí me colé, con las que por cierto terminó el elenco, provocando, en ese momento sí, una gran ovación del público, que coreaba y bailaba en pie las verdaderas insignias del hoy malogrado Nacho Cano.