
Gabriel Albiac, autor de En Tierra de Nadie
Presentación de En Tierra de Nadie
Gabriel Albiac pone de largo sus memorias: «El tiempo del hombre no es el de los relojes, sino el de los afectos»
Al columnista de El Debate le acompañaron en el Círculo Riojano de Madrid Bieito Rubido, director de este periódico, el filósofo y escritor Fernando Savater y el político y también autor Joaquín Leguina
Tenía que ser precisamente en el Salón Rotonda (del Centro Riojano de Madrid), como si fuera el café La Rotonde del Bulevar Montparnasse donde Godard encendía las farolas Al final de la Escapada y por donde Gabriel Albiac debió de pasar mil veces en sus años felices parisinos. Allí estaban escritores acompañando al escritor de En Tierra de Nadie. Joaquín Leguina, Fernando Savater y Bieito Rubido, también director de este periódico.
Tenía don Joaquín preparados unos extractos albiacquianos para abrir boca de unas memorias de una «altísima calidad literaria», de las que lo primero que sirvió fue «aquella noche del 69 que no tuvo segunda parte», cuando el autor se preguntó «qué pudo llevar a la criatura más terrible del rojerío en filosofía armamentista a aquella condescendencia y a adoptar, aquella noche, como a un niño perdido, al indefinido empollón que lo sabía todo…».
A Gabriel Albiac no le cuesta renegar de cosas, sobre todo políticas, en las cuales se metió en su vida
Con semejante entrante, casi se podía imaginar a una Jean Seberg, pero en combativo. La vendedora de periódicos sin candidez, pero con calidez, que aquella noche acogió al futuro don Gabriel, como un sobrevenido Belmondo español «que todo lo había leído». «Jo, qué noche», le espetó Leguina (después de reconocer de Albiac que «no le cuesta renegar de cosas, sobre todo políticas, en las cuales se metió en su vida») al autor como con envidia de aquella película vivida de Scorsese, entre las risas de los asistentes. Los lugares comunes por donde habían pasado sin conocerse don Joaquín y don Gabriel, incluida la locución de despedida de Allende en aquellos días malos de Chile y del mundo: «Se abrirán las grandes alamedas…».
«No puedo decir más porque aquello acabó así», concluyó Leguina con la nostalgia (incluso en el timbre de la voz) de la memoria ya impregnada por todos los rincones, antes de que Fernando Savater volviera al París «que también era mi París». «A las memorias que a nuestras edades son las memorias de los demás también» o «el París correlativo, pero no el de los grandes pensadores marxistas de 'Gabriel', sino el de Cioran o García Calvo, más acratoide». Los ácratas que con irreverencia comentaban los dramas que se sucedían en aquella dirección, como el del pensador marxista Althusser, gran maestro y amigo de Albiac, que en un trágico ataque de su desequilibrio mental estranguló a su esposa, y entonces Savater y los suyos, «de manera muy poco respetuosa», le cantaban: «Althusser, qué vas a hacer, te lanzas, ¿por qué te lanzas?...».
Estas memorias son un repaso de la trayectoria de los que vivimos aquello y sobre todo de los que sobrevivimos
La risa impía y la filosofía: «A lo único que podemos aspirar es que los males (que siempre existen) del principio no sean los males del final». La nostalgia, otra vez (se hablaba de memorias), de aquella época ingenua, de La Sorbona, el tiempo «intelectualmente excitante que Gabriel exagera en su decepción». El sentido trágico de la vida de Unamuno y de Albiac que no impidió que los recuerdos de este último repasaran en Savater «la trayectoria de los que vivimos aquello y sobre todo de los que sobrevivimos».
Portada de «En tierra de nadie» de Gabriel Albiac
Confesó Bieito Rubido que una de sus grandes alegrías en los últimos tiempos había sido poder traer a Gabriel Albiac como columnista a El Debate, el hombre al que «le sale a borbotones la sabiduría, el escalón siguiente al conocimiento», y del que destacó su humildad y su visión «creativa, original y conciliadora» en aquellas reuniones de portada a las que asistía en el viejo ABC, en cuyas páginas Albiac escribió la Tercera sobre Barcelona y las revueltas de 2017 que le valió el Mariano de Cavia, el premio más importante en España para un columnista, o aquellos textos, «los mejores que se podían publicar», sobre Bataclán y los atentados de París. «El gran trabajador que nació por azar», como escribe el autor en su libro, del que el director de El Debate echaba de menos «aprender».
Gabriel Albiac es el hombre al que le sale a borbotones la sabiduría, el escalón siguiente al conocimiento
José Hierro, Aristóteles y el amor fueron los destinos finales del homenaje de Rubido que Albiac definió a continuación (la presentación) como una «acción de gracias» a todos los que él mismo había querido que le acompañaran porque veía «cristalizarse en ellos los momentos claves de este libro». Alabó el protagonista la amistad como «la capacidad de discutir, de confrontar, de entrar en conflicto para poder descomponer la realidad».
Ya eran las memorias habladas y sintetizadas de Gabriel Albiac, quien recordó de Savater sus locuras compartidas de juventud, el «delirio básicamente decente», como de Bieito «los mejores años de su carrera periodística» en ABC, junto a los Luca de Tena, el «trato elegante y exquisito, la bondad personificada hacia la escritura», y de Joaquín Leguina haber tenido la suerte de conocerle «cuando todo nuestro mundo se había desintegrado».
Es imposible saber si lo que uno está contando sucedió alguna vez o solo se fantaseó
No pensaba don Gabriel publicar aquellos pensamientos surgidos en el encerramiento, durante «la peste», hasta que los leyeron Carmen Fernández de Blas e Imelda Navajo, sus editoras (en La Esfera de los Libros), y le dijeron que no se comprometiera con nadie para publicar aquella tercera parte de lo que al final fue. «Cualquiera que conozca a Carmen e Imelda sabe lo que eso significa si uno aprecia la vida», bromeó.
Después apareció Pascal y su axioma: «El Yo es odioso», que también fue el axioma del filósofo y del escritor que descubrió que la memoria, «el tiempo de los humanos no es el de los relojes sino el de los afectos que se componen y se descomponen. Es imposible saber si lo que uno está contando sucedió alguna vez o solo se fantaseó», algo que una vez sí supo cuando encontró en el escaparate de una librería de viejo de Madrid un ejemplar de la edición clandestina que él y sus compañeros habían hecho de los poemas de Neruda contra Nixon varias décadas antes para dejarlos como ofrenda sobre la tumba de Allende.
Hay demasiados libros para que se acaben antes de que nos acabemos nosotros
«Fue un alivio saber que aquel panfleto existió». Un panfleto, un libro, el objeto a través del cual Gabriel Albiac lo ha hecho todo, el «mundo de escritura» de Gabriel Albiac, los mundos recorridos «de manera frenética» de quien también dice que «pase lo que pase hay demasiados libros en las bibliotecas para que se acaben antes de que nos acabemos nosotros», por qué no, o cómo no, En Tierra de Nadie.