El activismo radical que atenta contra Van Gogh o Picasso en la época de la cancelación
Las acciones de los nuevos «terroristas artísticos» recuerda a la de las sufragistas que hace un siglo vandalizaron a Velázquez, pero con las motivaciones «actualizadas»
El primer y quizá más singular activista de la historia, Henry David Thoreau, puede que hubiera abandonado su conducta esencialmente pacífica contra las dos mujeres que vaciaron una lata de tomate en la National Gallery sobre Los Girasoles del desdichado Van Gogh.
Son las nuevas sufragistas, a las que tampoco llegó a ver Thoreau, que hace un siglo la tomaron a machetazos con La Venus frente al Espejo de Velázquez. Nada nuevo a pesar de lo noticioso, excepto las motivaciones. Las de las primeras: conseguir el voto para las mujeres por medio de acciones directas después de medio siglo de lucha moderada e infructuosa; las de las segundas: protestar contra la explotación de yacimientos de combustibles fósiles en el Reino Unido al grito de: «¿Qué vale más, el arte o la vida?»
La semana pasada, en Australia, otro grupo ecologista se pegó con pegamento al cuadro de Picasso Masacre en Corea. No hace mucho otro activista por el medioambiente le lanzó una tarta a la cara a La Gioconda. El ecologismo, una de las banderas de la «cultura de la cancelación», atentando contra el arte y el conocimiento.
El terrorismo artístico que vuelve a aparecer en oposición a la belleza que pretende destruir para conseguir unos objetivos que van degenerando, igual que los hombres (como dijo Juan Belmonte del político que acabó siendo su antiguo banderillero), cada vez más incapaces de pensar por sí mismos sin las consignas ideológicas que le son dadas como nueva base y ya casi único pilar de su educación.
La degradación de los propósitos, desde el que lleva a atacar violentamente un cuadro por el derecho fundamental del sufragio, hasta el que lleva a atacar violentamente otro por el supuesto bien del aire. La vida sin principios (o con los principios perdidos) de los que hablaba Thoreau, el padre del ecologismo y la Desobediencia Civil, que defendió sus ideas viviendo en ellas, aceptando las consecuencias y sin agredir a nada ni a nadie.
Es posible que las dos terroristas armadas con tomate en la National Gallery no hayan leído, ni siquiera oído hablar del hombre que amaba por encima de cualquier idea la belleza, como dijo en su funeral su maestro y amigo Ralph Waldo Emerson, autor de Naturaleza. El mismo hombre, el mismo activista desobediente e íntegro que hubiera rechazado el vandalismo de las sufragistas y de sus degeneradas versiones del siglo XXI.