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Cuadro 'Nishiki-e, Honnoji ware', de Nobukazu Yosai

Cuadro 'Nishiki-e, Honnoji ware', de Nobukazu Yosai

Los cuatro japoneses que visitaron a Felipe II y al Papa Gregorio XIII en kimono

Durante la segunda mitad del siglo XVI, la presencia española y portuguesa en Japón propició la conversión al cristianismo de 150.000 nipones, incluyendo varios señores feudales

El profesor Osami Takizawa, catedrático de la Universidad Junshin (Nagasaki), ha compartido en la Universidad CEU San Pablo (Madrid) uno de los primeros episodios de la relación entre su país y España. Cuando Felipe II era el soberano de los dominios españoles y portugueses, unos cuantos nobles japoneses conocieron ciudades como Sevilla o Madrid. En concreto, e invitado por la Cátedra «Casa de Austria», Takizawa ha relatado las peripecias y contexto de cuatro adolescentes nipones que visitaron la corte hispánica a finales del siglo XVI.

Con el título «Felipe II y la embajada Tensho: España y Japón en el siglo XVI», la conferencia de Takizawa ha mostrado el celo proselitista jesuita de aquel entonces. Bajo los auspicios del Visitador general de la Compañía de Jesús, se organizó una legación de varios señores feudales que habían recibido el bautismo.

A grandes rasgos, podría decirse que esa legación no representaba al país del Sol Naciente, que entonces era un conglomerado de principados insertos en guerras, de las cuales saldría un Imperio unificado que se conoce como Shogunato Tokugawa (o Shogunato Edo). El siglo XVI fue una centuria en que Japón se abrió al mundo occidental, con una mezcla de cautela –e incluso recelo– y fascinación, cuando no ambición o codicia.

Los japoneses podían enriquecerse con la llegada de los comerciantes lusos y españoles, que importaban productos valiosos y hasta la fecha poco conocidos, o bien tecnológicamente atrasados en su versión nipona. En aquella era de guerras intestinas, la compra de armas de fuego podía decantar la balanza del Imperio.

Por otro lado, y como dice el profesor Takizawa, existía también un sincero interés por «conocer el cristianismo», de ahí que varios señores feudales convertidos al cristianismo encomendaran a los jesuitas la formación de sus jóvenes vástagos. Así, la conocida impropiamente como «embajada Tensho» estuvo integrada por cuatro adolescentes –sus edades oscilaban entre los 12 y los 14 años– cuyo destino final era Roma. Los nombres de estos mozalbetes son: Martinho Hara (Hara Maruchino), Julião Nakaura (Nakaura Jurian, en japonés, Julián en castellano), Ito Mansho y Miguel Chijiwa (Chijiwa Migheru, en lengua nipona). Esos dos últimos eran nobles, mientras que los primeros eran sus acompañantes. El séquito se componía de una decena de personas, entre las cuales se incluía un fraile japonés de veinte años, y el jesuita portugués Diogo de Mesquita.

'Tortura de Julián Nakura', de Antonio Francisco Cardim

'Tortura de Julián Nakura', de Antonio Francisco Cardim

Partieron el 20 de febrero de 1582 con rumbo a Lisboa desde Nagasaki. En marzo alcanzaron Macao, dominio luso donde permanecieron «nueve meses aprendiendo latín y español», según el profesor Takizawa. De ahí se dirigieron a Goa, enclave portugués en la India, y, finalizando dos años de trayecto, arribaron en el verano de 1584 a Portugal. Precisamente en Lisboa se anota documentalmente una referencia a la «tempura» que degustaban estos «meninos».

De camino hacia Madrid los saluda Catalina, sobrina del rey Felipe II, «con gran cariño». En Madrid se los recibe con «muchos festejos» por parte de la gente de la calle, que celebra la aparición de estos exóticos visitantes. En la ciudad del Manzanares presencian el juramento del príncipe de Asturias, el futuro Felipe III, y piden audiencia con el monarca. El Rey Prudente acepta y los jóvenes japoneses y su séquito se presentan en kimono en El Escorial y solicitan del soberano «que favorezca a los cristianos japoneses». Durante tres días permanecieron con su Católica Majestad, quien los agasajó con una cena de gala.

Los jóvenes japoneses y su séquito se presentaron en kimono en El Escorial y solicitaron del soberano «que favorezca a los cristianos japoneses»

El propio Felipe II escribe al Conde de Olivares (noviembre de 1584) para que ayude a esta embajada procedente del otro extremo del mundo donde el Sol no se pone para España. Le demanda que financie el viaje desde Madrid hasta Roma de esos japoneses «que van junto a unos padres de la Compañía de Jesús» y que «quisieron venir aquí para rendir respeto a Su Santidad».

De Madrid van a Belmonte y a Murcia, donde el alcalde y cien jinetes los acogen con alborozo. Desde allí se encaminan hacia Elche y Alicante, donde embarcan con destino a Roma en enero de 1585. Tras hacer escala en Mallorca, llegan al puerto de Livorno y el día 23 de marzo los recibe en audiencia el Papa Gregorio XIII en Roma. Ellos se postran para besar los pies del pontífice, pero él los saluda con un abrazo. Los enviados nipones le entregan las cartas del noble pariente, señor feudal convertido al cristianismo, y le muestran su agradecimiento por «el envío de los jesuitas». Tal como explica el profesor Takizawa, el Papa «los trata igual que a los príncipes europeos».

El 10 de abril fallece Gregorio XIII y los integrantes de la legación nipona «se muestran apenados igual que si hubieran perdido a un padre». El nuevo Papa, Sixto V, dispensa a este grupo de japoneses la misma deferencia que a los embajadores de los reinos y principados de Europa. Les suministra 6.000 cruzados para el seminario de Japón y 2.000 cruzados para el viaje de regreso. El Senado romano los nombra ciudadanos romanos mediante un documento de pergamino sellado en oro. Se despierta en toda Italia un entusiasmo hacia los japoneses, que visitan ciudades como Milán, Mantua o Venecia.

En agosto de 1585 desde Génova parten hacia España; desembarcan en Barcelona, pasan por el santuario de Montserrat, y en Monzón se encuentran nuevamente con el rey Felipe II. En 1587, a través de Goa y otros parajes, pisan suelo patrio en Nagasaki. Los cuatro jóvenes entran en el seminario y dos de ellos acabarían siendo jesuitas.

¿Qué sucedió después? Ito Mansho murió en 1612 en Nagasaki. Hara Maruchino se ordenó sacerdote y trajo una imprenta a Japón; en 1614 fue expulsado y falleció en Manila en 1629. Por su parte, Nakaura Julián permaneció un tiempo en Macao, pero, de vuelta a su país, fue arrestado en 1632 y entregó su vida en Nagasaki (1633). Sus últimas palabras, entre los padecimientos del martirio, fueron: «Yo viajé a Roma». Al contrario, Chijiwa Miguel colgó los hábitos en 1601, abandonó la fe y se casó; sin embargo, en fechas recientes se ha analizado su tumba y se han hallado restos de un rosario y de una imagen de Jesucristo. Algo que se asemeja a lo que se relata en Silencio, novela del escritor japonés católico Shusaku Endo (1966) que Martin Scorsese adaptó al cine (2016).

Imagen de 'Silencio', la película de Martin Scorsese basada en la novela del escritor japonés católico Shusaku Endo

Imagen de 'Silencio', la película de Martin Scorsese basada en la novela del escritor japonés católico Shusaku Endo

Hasta finales del siglo XVI «nadie había visto entonces en Europa a un japonés», asegura el catedrático Takizawa. Durante aquel período «se imprimieron en países como Italia, Francia, Bélgica o España noventa libros japoneses». Las fuentes documentales donde se refleja el periplo de estos cuatro adolescentes se encuentran en el Archivo de Simancas, en la Real Academia de Historia y también en la Universidad de Kioto, entre otras instituciones de referencia.

Del animismo al cristianismo

Comenta el profesor Takizawa que los jesuitas del siglo XVI se encontraron con un Japón politeísta y animista, lo cual «suponía una dificultad a la hora de enseñar el monoteísmo y las enseñanzas de la Iglesia». De modo que los jesuitas recurrieron a «parábolas budistas» y se refirieron al Dios Cristiano por una de las denominaciones de los dioses japoneses, «Dainichi», quizá la principal deidad nipona. En ese «choque cultural», el budismo pudo ejercer de puente en la enseñanza del cristianismo.

Tras la llegada de Francisco Xavier al país insular de Extremo Oriente (1549), los japoneses pensaron que el cristianismo era una escuela budista, porque, a fin de cuentas, los misioneros procedían de la India. No obstante, «los monjes budistas eran muy conservadores», y por eso se opusieron con tenacidad la predicación de los jesuitas.

Los jesuitas recurrieron a «parábolas budistas» para la enseñanza del cristianismo

Señala Takizawa que lo que más captó el corazón de la población japonesa fue «la obra de caridad» que acometieron los jesuitas en un período de guerras, de abundancia de pobres y ancianos necesitados. «El cristianismo es la buena escuela de religión», pensaban. Lo cual explica que en 1586 hubiera «180.000 cristianos y 200 iglesias» en el país.

Por aquel entonces, nobles como Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu se disputaron la supremacía nacional y la unificación del Japón bajo una sola égida. Cada uno de ellos, dentro de este proyecto político, tenía una visión contrapuesta del cristianismo. Nobunaga opinaba que podía ser un factor de equilibro frente al excesivo poder de los budistas, e incluso creía que era una doctrina beneficiosa. Sin embargo, la pujanza del sintoísmo chocaba con la concepción cristiana de que todas las personas son iguales y libres. El cristianismo implicaba un rechazo a la divinidad y suprema autoridad de la Familia Imperial. Ante tal «amenaza», el triunfo de Tokugawa supuso la prohibición del cristianismo a partir de 1614, cuando los católicos representaban un 3 % de la población nipona. Comenzaba una larga etapa de martirios y clandestinidad.

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