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Fernando Aramburu: «Me fui del País Vasco hace mucho y no voy a renunciar a relatar mi experiencia aunque me insulten»

El poeta, novelista y traductor continúa con su serie de «gentes vascas» en su nueva novela, Hijos de la fábula, en la que satiriza el terrorismo y el delirio del nacionalismo sin tapujos, haciendo suya una frase de Fernando Savater: «Aspirábamos a sobrevivir a los terroristas y después reírnos de ellos»

El escritor Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) es consciente de que para muchos de sus paisanos es «un tocapelotas» pero, según dice, no puede evitar cuando se pone a escribir meterse «en estanques llenos de caimanes»: «Me da igual. Si sintiera miedo al escribir, me dedicaría a la jardinería o al ajedrez, que también son interesantes, según me cuentan».

El autor de Patria (siempre bromea con ser conocido como «el de Patria», y por eso lo ponen en la cubierta de todos sus libros) ha presentado hoy una nueva entrega de lo que él llama la serie sobre «las gentes vascas»: en Hijos de la fábula (Tusquets), dos jóvenes exaltados se marchan al sur de Francia para convertirse en militantes de ETA, y escondidos en una granja de pollos, descubren que la banda terrorista ha anunciado el cese de la actividad armada. «Me pregunté qué pasaría con los etarras que no estuvieran de acuerdo con aquella decisión, si seguirían por su cuenta. De ahí nace esta novela», explica Aramburu.

Tímido y reservado, pero también cercano y amante de las buenas cosas (la buena conversación, la buena literatura y la buena amistad), el donostiarra sigue surfeando la ola provocada por el tsunami de una novela que si bien no era su debut, sí supuso su situación definitiva en el mapa literario del país: un millón de ejemplares vendidos en España, una treintena de traducciones a otras lenguas, una serie de televisión de enorme éxito... y la valentía de hablar del terrorismo abiertamente.

También hay lectores que llegaron a él por Los Vencejos, su anterior novela, o que llevan a su lado desde 1996, cuando publicó Fuegos con limón, y le acompañaron con Los peces de la amargura, el libro de cuentos más vendido de su editorial. «En este libro vuelve a hablar sobre sus paisanos, en un momento prácticamente coetáneo al de Patria pero en otra parte de la geografía y con otro tono. Una obra magistral, excelente y nada repetitiva, porque Aramburu siempre da lo máximo de sí en sus libros: es una demostración de valor y talento», explica con vehemencia su editor, Juan Cerezo.

Es momento de la sátira

«Quiero describir a personas normales y corrientes de mi tierra en una época que yo también viví. El terrorismo aparece, pero no es el centro de la serie de 'gentes vascas', aunque sí de esta novela, en la que dos jóvenes deseosos de gloria y de servir a su patria, radicalizados en sus pueblos, deciden unirse a una banda terrorista», continúa el donostiarra.

Fernando Aramburu cree que «satirizar el totalitarismo o la injusticia es un ejercicio muy sano», aunque sostiene que nunca supeditará su trabajo literario a postular algo ni a defender una tesis: «Sí tengo un filtro moral», explica, que le hace temer no estar a la altura «y causar daño a quien ya sufrió», algo que, asegura, no se perdonaría a sí mismo.

Para el escritor, hay un desarrollo narrativo racional lógico que «por fuerza es humorístico»: «Hace risa el hecho de que traten de ser racionales en una situación absurda». Sin embargo, no huye del drama: «Sé que es una historia que hace sonreír, excepto quizá a los aludidos. Pero eso me da exactamente igual», dice refiriéndose a los etarras.

Fernando Aramburu, durante la presentación de Hijos de la fábulaEFE

¿Se había tratado antes el terrorismo con sentido del humor? Aramburu afirma haberse inspirado en algunos modelos, como El gran dictador de Chaplin, Kafka («Todas las notas las escribí en un cuaderno con su imagen en la portada») y Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek. «Después de tantos años viviendo en Europa algo he leído sobre literatura antibelicista o paródica de Centroeuropa». También hace referencia a Esperando a Godot, de Samuel Beckett: «Joseba y Asier verbalizan el aburrimiento, la espera de algo grande, la ausencia de la rutina...»

¿Una bandera o un paisaje?

Respecto a la pregunta de si en las gentes vascas influye más una bandera o un paisaje, Aramburu evita responder, aludiendo a la responsabilidad individual, para después afirmar que «la bandera, como símbolo, abarca mucho más que un paisaje»: «No hay vinculación de propiedad respecto a un paisaje (salvo los territorialistas), pero sí respecto a una bandera».

No hay vinculación de propiedad respecto a un paisaje (salvo los territorialistas), pero sí respecto a una bandera

«Recuerdo con exactitud la noticia del cese de la actividad armada. Fue un jueves. Yo era activo en Twitter y reproduje la frase del diario de Kafka: 'Ha estallado la guerra. Por la tarde hay clases de natación'. Tuvo muchos likes, lo que significa que la gente lo entendió. Tampoco me fíe mucho porque ya estábamos acostumbrados a treguas que al final ETA aprovechaba para rearmarse», ha detallado el escritor sobre su experiencia con el «fin» de ETA.

El hecho de que este libro dejara a las víctimas de ETA fuera, ya que no se hace ninguna mención en la novela a ellas, le dejó «las manos libres para la sátira», ha indicado el autor, que ha explicado no obstante que consultó el argumento con una víctima, que le dijo que le parecía bien. «A veces se habla de los límites del humor, que los establece el Código Penal, aparte de los que el autor se impone si tiene criterios éticos», ha señalado Aramburu.

«Nunca supedito mi objetivo literario al supraliterario. Nunca hago una novela para defender valores o ideas como el catolicismo o la paz, aunque no soy inocente y sé que se promulgo una cierta cosa el lector lo puede aceptar o rechazar. Por eso en mis primeros libros las escenas de violencia eran muy violentas, porque quería que el lector le tomase aversión a la violencia», ha confesado el también traductor, que incide en que nunca supeditará la labor literaria a una tesis de ningún tipo: «El lector es lo suficientemente inteligente para extraer sus propias tesis. Pero sí tengo un filtro moral, lo confieso, y esto no cambiará nunca».

Esta novela inaugura un tono distinto en la obra de Aramburu, que comienza ese tratamiento satírico que «quizás ya tocaba». Él mismo considera que su última novela está en la estela de una frase de Fernando Savater sobre ETA: «Aspirábamos a sobrevivir a los terroristas y después reírnos de ellos». «Es el propósito, que sin darme cuenta, movía mis manos cuando escribía», reconoce.

Un riesgo, pero no un miedo

Sobre el riesgo de arrogarse el retrato de las «gentes vascas», Aramburu es claro: «¿Qué significa 'riesgo'? ¿Que me van a insultar, que me van a poner a caldo? Pues me da igual. Me fui hace mucho tiempo del País Vasco y no voy a renunciar a relatar mi experiencia». Lo dice seguro, tranquilo, sin rastro de ira ni de indiferencia: es una simple exposición de hechos.

«Voy a seguir rebuscando en el baúl de historias y anécdotas que me son provechosas, y que quizá habría relatado de otra manera si hubiera nacido en otro lugar. Todo sale de la fascinación que tengo sobre el ser humano: el ser humano y la lengua son mis grandes juguetes», afirma, y por eso todas sus novelas «tratan sobre la convivencia». «No podría hacer novela negra o novela histórica. Pero pongo dos hombres vascos en el monte y sé que les voy a sacar jugo».

Todo sale de la fascinación que tengo sobre el ser humano: el ser humano y la lengua son mis grandes juguetes

También gusta Aramburu de hablar del lenguaje, de los juegos de palabras, de la musicalidad de los textos y la personalidad de los libros. «Yo voy cambiando de libro en libro. En este he tenido dificultades para escribir tan sencillo, para lo que inventé un recurso: no hay ninguna frase en todo el libro con más de un verbo. Hay que escribir con el freno echado». Escucharle explicar las tripas de sus textos es como escuchar a un músico hablar de sus partituras: hipnotiza. «La fluencia del texto es importante, y no puede ser una consecución de telegramas, por lo que tuve que inventar recursos pata no incurrir en subordinadas. El texto también interviene, y lo hace preguntando: es el narrador quien responde al texto», añade, explicando su «juego artesanal» con la lengua. «Por eso digo que es el juguete que más me ha durado: el tren eléctrico ya pasó, pero la lengua y mis paisanos jamás pasarán. Por eso puedo seguir jugando».

Explica el de San Sebastián que no pretende tampoco hacer costumbrismo, sino que se trata de algo más sencillo y también más útil: sacarle provecho literario. «A mis personajes les tengo simpatía: no me gustaría convivir con ellos, pero 'me dan mucha novela'. Uno se encariña con personajes que cuando entran hace que sucedan cosas».

El escritor vasco, que lleva años viviendo en Alemania, dice que aunque las ventas de sus libros son grandes en el País Vasco, como su literatura va acompañada de entrevistas con declaraciones muy hostiles con el nacionalismo, sabe que se hace «incómodo» para ciertas personas por las que se siente «poco querido». Pero asegura que no le importa. «Lo asumo y no lo escondo, pero tampoco me preocupa. También es verdad que en mi ciudad natal me abordan y me dicen palabras amables, y COVITE me dio un premio. Con eso tengo de sobra; es más de lo que merezco».

Vivir de las fábulas

Tampoco es ingenuo en la elección del título, que quiere hacer referencia a ese «empacho de ideología» que vivieron (y viven) algunos de sus paisanos vascos. «Vivir con fábulas o de fábulas es algo ingénito al ser humano. Todos vivimos con fábulas, convicciones e ideas que se nos empiezan a inocular nada más nacer», explica. «Necesitamos explicarnos el mundo con historias y fábulas porque somos limitados y el mundo es grande. Necesitamos historias, no somos teóricos. El problema es cuando estas convicciones no pasan por un filtro ético, y lleven a algunos que las profesan a considerar que están legitimados para hacer daño a los demás. Es la diferencia entre tener una convicción férrea o ser un fanático».

Sobre la deriva actual del nacionalismo tiene también palabras el vasco. ¿Saben los jóvenes lo que sucedió en su comunidad autónoma? «Hablo de oídas porque ya no vivo allí, pero leo la prensa y veo las encuestas... y vi que los chavales no sabían quién era Miguel Ángel Blanco, por ejemplo. Hay diferencias entre pueblos y ciudades, pero en ciertas zonas del País Vasco el relato es hegemónico: no aconsejaría a nadie que paseara con una bandera de España por ciertas zonas del corazón de Guipúzcoa», cuenta con pesadumbre.

En ciertas zonas del País Vasco el relato es hegemónico: no aconsejaría a nadie que paseara con una bandera de España por Guipúzcoa

Sí han pillado por sorpresa a Aramburu, en cambio, las alusiones al Quijote que están realizando los críticos, aunque exterioriza su «orgullo» por ser «una ramita en el tronco de Cervantes. Aunque yo no veía al Caballero de la Triste Figura poniendo bombas, un cervantista me hizo ver que el Quijote también tiene, a su modo, un delirio violento». Más cercano se siente a la picaresca, ya que él no leyó nunca literatura infantil (lo que enlaza con sus «orígenes humildes»), y el primer libro que recuerda es precisamente el Lazarillo de Tormes: «El relato y esa forma de ver la vida, la del humilde que quiere salir del pozo social, está muy presente en mis textos, aunque sin llegar al grado de miseria de la picaresca española».

Uno de los personajes de Hijos de la fábula, Asier, renuncia al amor y detesta a las mujeres, a «las hembras que debilitan al guerrero». «Sólo los vascos libres podemos librar a Euskal Herria», proclama. «Este no es un libro testimonial, pero es verdad que ha existido cierto tipo de varón vasco que tenía miedo de las mujeres», reflexiona Aramburu, que matiza que «eso ya no es así, creo» y comparte una costumbre de su narrativa: «Cada vez que un personaje se expresa negativamente contra una mujer, hago que al poco entre una mujer en escena y le dé una lección».

Aramburu admite que es «un poco tocapelotas» y que le agrada «sacar de quicio a alguien» y meterse «en un estanque lleno de caimanes» cuando escribe. «¿Pero qué va a pasar? ¿Que alguien me retire el saludo?», se cuestiona despreocupado y consciente de su ventaja: él reside en Alemania. «Es decir, alguien tendría que coger un vuelo, posiblemente con transbordo, y llegar a mi ciudad y buscar mi calle para entonces no saludarme cuando se cruzara conmigo. Demasiado esfuerzo porque además esa persona tendría que coger un vuelo de vuelta...», bromea. «Pero hay algo perverso en mí porque cada vez que abordo una escritura me planteo sacar de quicio a unos y otros».