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George Orwell, escritor de 1984

El Debate de las ideas

Orwell, el ateísmo y el totalitarismo

1984 de Orwell nos invita a considerar si los pensadores que desacreditan la creencia de Dios no habrán estado en realidad destruyendo los fundamentos de la libertad y sentando las bases de un despotismo sin precedentes

Las controversias reales que sacuden hoy en día los Estados Unidos pueden leerse desde la distopía ficticia del 1984 de George Orwell. La derecha condena a las grandes tecnológicas como si fueran un incipiente Gran Hermano que vigila a los ciudadanos y suprime el pensamiento no aprobado. La izquierda replica que Donald Trump es la verdadera amenaza orwelliana. Al fin y al cabo, ¡es un mentiroso!

Estos airados desacuerdos ocultan un importante consenso. La mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que el totalitarismo descrito en 1984 es malo y que debemos estar vigilantes e impedir que esa visión de pesadilla se haga realidad en nuestro propio país. Nuestro compromiso con la preservación de la libertad, por tanto, nos invita a considerar los fundamentos de ese totalitarismo. En otras palabras, debemos preguntarnos: ¿cómo deben ser los ciudadanos para que pueda surgir semejante tiranía?

En la novela clásica de Orwell, el totalitarismo de Oceanía se basa en el ateísmo obligatorio. Oceanía está gobernada por «el Partido», que prohíbe la religión a sus miembros. La creencia religiosa es uno de los «crímenes» que Winston Smith, el héroe de 1984, confiesa bajo tortura, junto con la perversión sexual y la admiración por el capitalismo. El Partido tiene que prohibir las creencias religiosas porque el ateísmo es tanto la base moral y como metafísica de su poder absoluto.

El ateísmo es la base moral del control ilimitado del Partido sobre sus propios miembros porque les aterroriza la muerte como no existencia absoluta. Como cualquier gobierno, el Partido en 1984 tiene el poder de matar a sus súbditos desobedientes. Sin embargo, los miembros del Partido ven la muerte no sólo como el final de la vida corporal, sino como el borrado completo de su ser: sus pensamientos, sus palabras, sus afectos, sus actos. Winston Smith reflexiona sobre que lo «terrible» del Partido es su capacidad para hacerte desaparecer, de modo que «nunca más se sabrá ni de ti ni de tus actos. Te extraen limpiamente de la corriente de la historia».

Sin embargo, el Partido no exige el ateísmo a todo el mundo. A los «proles» –los proletarios, los trabajadores– se les permite la creencia religiosa. Como enseña el Partido, «los proles y los animales son libres». Al estar libres del ateísmo dogmático, los proles también son libres de creer en el valor intrínseco de sus propias intenciones y acciones, incluso ante la muerte. Para los proles, igual que para la gente que había vivido antes de la revolución que dio paso al estado totalitario de Oceanía, «un gesto completamente gratuito, un abrazo, una lágrima, una palabra dicha a un moribundo, podía tener valor en sí mismo». De este modo, los proles, observa Winston, habían «seguido siendo humanos».

Por el contrario, los miembros del Partido ven la muerte como una derrota absoluta, de la que la única escapatoria es la sumisión total al Partido, que es el único inmortal. Esta, como el funcionario del Partido O'Brien instruye a Winston, es la base del lema aparentemente contradictorio del Partido, «la libertad es esclavitud». Como individuo «solo» y «libre», el «ser humano es siempre derrotado», porque «todo ser humano está condenado a morir, que es el mayor de los fracasos». El único camino de salvación es, por tanto, la «sumisión total y absoluta» al Partido. Sólo si un individuo puede «escapar de su identidad», sólo «si puede fundirse en el Partido de modo que él sea el Partido», puede llegar a ser «todopoderoso e inmortal».

El ateísmo es también el fundamento metafísico del régimen totalitario de 1984. Es el ateísmo el que sustenta la comprensión filosófica de la realidad sobre la que descansa el poder ilimitado del Partido.

El Partido insiste en enseñar a sus miembros que no existe una realidad externa y objetiva fuera de la conciencia humana subjetiva. Esta es la lección que Winston tiene que aprender por las malas (bajo tortura) después de intentar pensar por sí mismo. Intentar pensar por ti mismo implica que hay algo «ahí fuera» sobre lo que puedes pensar, alguna «verdad» que podrías encontrar y sobre cuya base podrías criticar la opinión aprobada.

Esto es lo que el Partido niega enérgicamente, como O'Brien se esfuerza por enseñar a Winston. «No existe nada excepto a través de la conciencia humana... Fuera del hombre no hay nada... La realidad está dentro de tu cabeza… Debes deshacerte de esas ideas decimonónicas sobre las leyes de la naturaleza. Nosotros hacemos las leyes de la naturaleza».

Dado que no hay una realidad externa y objetiva a la que todos los seres humanos deban conformarse, el Partido decide lo que es «real». «La sensatez», llega a creer Winston, es «estadística». Es decir, la sensatez significa no ver lo que realmente existe, sino ver lo que todos los demás ven, que es lo que el Partido es capaz de hacerles ver. «Todo lo que el Partido considera verdad es verdad. Es imposible ver la realidad si no es mirando a través de los ojos del Partido».

La no creencia en cualquier realidad externa y objetiva le da al Partido un poder absoluto sobre las mentes de sus miembros. O, dicho de otro modo, esta incredulidad asegura el abyecto servilismo intelectual de los miembros del Partido, su disposición a aceptar cualquier cosa que el Partido les proponga, por absurda que sea a primera vista, por obviamente contradictoria que sea con lo que el Partido ha dicho previamente. Esta filosofía es la base de otro de los famosos eslóganes del Partido: «Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado».

Puesto que no existe una realidad objetiva, el pasado no tiene existencia real y el Partido puede hacer que sea lo que él decida. Como O'Brien obliga a Winston a reconocer, el pasado no existe en ningún lugar al que se pueda ir y donde se puedan confirmar sus características. Podrías responder que existe en los registros, pero el Partido puede revisar todos los registros. Podría decir que existe en los recuerdos de la gente, pero el Partido puede falsificar los recuerdos de la gente mediante la desinformación y la intimidación.

1984 nos enfrenta así a una sugerencia radical y muy significativa: sin Dios como observador eterno y omnipotente, no hay realidad objetiva. Muchos han argumentado que sin Dios no puede haber principios morales inalterables. La gran obra de Orwell va más allá, planteando la posibilidad de que sin Dios ni siquiera puede haber «hechos» en ningún sentido significativo y fiable.

Pensemos sobre ello. Supongamos que derramo agua sobre la acera en un caluroso día de verano. En unos instantes desaparece, se evapora. ¿Puedo insistir en que realmente estaba allí? ¿Dónde están las pruebas? Si no hay eternidad, si no hay nada más que un flujo incesante, entonces toda vida humana –y, de hecho, toda civilización humana y todo el pasado humano– está al nivel de esa agua rápidamente evaporada. Estas cosas aparecen por un momento y, una vez que desaparecen, ya no existen. Por tanto, podemos afirmar que son lo que queramos que sean, o incluso negar que hayan existido. O, para ser más exactos, quienes detentan el poder pueden imponernos estas afirmaciones y negaciones a los demás.

Durante décadas –de hecho, durante siglos– muchos pensadores supuestamente profundos han proclamado al mundo que estaban promoviendo la ilustración y la libertad de la mente al desacreditar la creencia en Dios y en la vida después de la muerte. Sin embargo, el 1984 de Orwell nos invita a considerar si tales pensadores no habrán estado en realidad destruyendo los fundamentos de la libertad y sentando las bases de un despotismo sin precedentes.

  • Publicado en Public Discourse por Carson Holloway, Washington Fellow del Center for the American Way of Life del Claremont Institute y coeditor de The Political Writings of Alexander Hamilton (Cambridge University Press).