Julia Navarro: «El lenguaje inclusivo es una impostura; estoy en contra de la ingeniería social»
La escritora y periodista repasa en Una historia compartida la vida y obra de todas las mujeres a las que la historia ha negado su sitio y que llegaron a ella en un momento en el que aún había que buscarse los referentes femeninos
«Uno no puede considerarse demócrata sin ser feminista. No es admisible que se ignore a la otra mitad de la población que no tenga los mismos derechos y las mismas oportunidades». Así de rotunda es Julia Navarro (Madrid, 1953), que atraviesa una etapa de madurez formal y de ideas, en las que abraza los avances sociales a la vez que es crítica con un nuevo feminismo que, según ella, trata de «borrar a las mujeres».
Criada en Madrid, en una casa que lindaba con el convento de la Encarnación, de niña disfrutaba disfrazándose de princesa y, aunque soñaba con ser bailarina de ballet, la vida la llevó hasta las puertas del periodismo, después de que su abuela Teresa la obligara a leer sin descanso. Periodista de raza, se encontraba en la Tribuna de periodistas del Congreso cuando, el 23 de febrero de 1981, se trató de perpetrar un golpe de Estado. Es una lectora empedernida y ha viajado por todo el mundo, y de sus lecturas y viajes (con su marido, el también escritor Fermín Bocos) ha extraído lo que nunca tuvo más allá de las paredes de su casa: referentes femeninos, mujeres «que hacían y pensaban cosas» a las que admirar y a quienes seguir.
Con una más que consolidada trayectoria como novelista, con propuestas como La Biblia de barro, Dime quién soy, De ninguna parte y Tú no matarás, Julia Navarro se ha convertido en una gran contadora de historias y una de las escritoras más leídas de nuestro país. Ahora se pasa al ensayo con Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos (Plaza y Janés), un viaje literario a través de los hombres que formaron parte de la vida de las mujeres que han dejado una huella en la historia de la literatura, la ciencia, la filosofía y el arte.
–¿Cuesta más decidir a quién incluir o a quién dejar fuera?
–La verdad es que no me ha costado nada, porque es un relato personal basado en mis lecturas, en los encuentros que he tenido con distintos personajes a lo largo de mi vida, a través de lecturas y de viajes. No es un relato académico, sino literario, en el que dialogo con las mujeres que me he ido encontrando, aunque seguro que faltan muchísimas.
–¿Hasta qué punto cree que sigue siendo necesario reivindicar las figuras femeninas?
–Yo soy feminista porque no se puede ser demócrata si no se es feminista, porque no es admisible que la mitad de la población del mundo no tenga los mismos derechos y las mismas oportunidades que la otra mitad. Por tanto, mientras haya un solo lugar en el mundo, mientras haya una sola mujer que por el hecho de ser mujer, no tenga esas mismas oportunidades y viva una situación de injusticia, seré feminista. ¿Quedan cosas por hacer? Muchísimas. Aunque es verdad que se ha avanzado mucho, yo no me conformo con lo que sucede a mi alrededor. Mi mirada es un poco más amplia, va un poco más allá. A mí me importan también la situación de las mujeres en otras partes del mundo.
Yo soy feminista porque no se puede ser demócrata si no se es feminista
–¿Qué piensa de la nueva ola en contraste con feministas como Amelia Valcárcel?
–Valcárcel es contestada por una parte de un nuevo feminismo cuya aportación está por ver. Por ahora hablan mucho, pero no han hecho realmente nada por la causa de las mujeres. Y sin embargo, Amelia Valcárcel tiene una trayectoria muy sólida detrás. Me parece interesante escuchar a las jóvenes feministas, porque ellas viven una realidad distinta, pero de momento hay que esperar a ver por dónde van. Por ejemplo, me preocupa mucho la nueva legislación que se viene aprobando en el Congreso de los Diputados por amplísima mayoría: son leyes en los que están borrando a las mujeres. Entonces, si eso es feminismo, que me lo cuenten.
–Para reivindicar el papel de las mujeres, en Una historia compartida las sitúa a la misma altura que a los hombres. ¿Qué significa exactamente el subtítulo «con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos»?
–La historia es incompleta si no contamos la historia de todos. Es verdad que hasta el siglo XX los hombres han ocupado el papel central de la sociedad, y una mujer tenía que ser realmente extraordinaria para que su eco llegara hasta nuestros días: la historia la han escrito ellos, ignorando deliberadamente a las mujeres y sus aportaciones. Pero yo no concibo la vida si no es en relación con los demás. Y por tanto, yo no puedo escribir una historia de mujeres sin hablar de los hombres que han estado en sus vidas, porque todos somos lo que somos en relación con los otros. Si escribimos una historia solamente de mujeres, seguirá siendo una historia incompleta.
–Explica cómo empezó a leer gracias a su abuela Teresa, y cómo en ella y en su madre tenía grandes ejemplos. ¿A usted le han faltado referentes femeninos?
–Claro. El gran déficit que tiene el sistema educativo en nuestro país y que con tantos años de democracia no se ha abordado, es que en los libros de texto siguen sin estar presentes las mujeres: ni en la filosofía, ni en la ciencia, ni en la literatura, ni en el arte. Mi generación ha crecido teniendo que buscar referentes fuera de los libros de texto.
–Y mientras no se avanza en ello, indica en el prólogo que se generan cortinas de humo en torno a temas como el lenguaje inclusivo, la palabra «matria» o expresiones como «personae gestante»...
–Yo estoy en contra de la ingeniería social. Creo que el feminismo es otra cosa, pero seguramente yo también pertenezco a una generación en el que mi concepto tiene que ver con la igualdad y yo creo que eso se logra a través de la educación, no de la imposición de unas normas. No utilizo el lenguaje inclusivo porque me siento incómoda, me parece una impostura: estoy en contra de lo que se impone y de la ingeniera social.
Mi concepto de feminismo tiene que ver con la igualdad, y yo creo que eso se logra a través de la educación, no de la imposición de unas normas
–En todo el recorrido del libro queda claro cómo cada cada momento de la historia se juzga entendiendo el contexto en el que ocurre. ¿Es posible juzgar el pasado con la visión del presente?
–Es imposible. No podríamos hablar de nada. Una de las cosas que a mí me preocupan especialmente es el movimiento woke. Me parece un movimiento terriblemente reaccionario, que está contribuyendo a recortar la libertad de expresión y construyendo ese mundo distópico del que nos hablaba Orwell. Tenemos ya la policía del pensamiento, de la moral y de lo políticamente correcto a través de las redes sociales, una especie de inquisición dispuesta a mandar a la hoguera a todo aquel que no se atenga a lo que no sé quiénes (porque yo no sé quienes son) deciden que es políticamente correcto decir y pensar. Está sucediendo en universidades importantísimas, de gran prestigio, en las que existe la censura y se deja de hablar y de estudiar autores importantes porque consideran que la vida de estos autores o sus escritos no están acorde a lo a lo que es el pensamiento del siglo XXI. Es una auténtica barbaridad. Para entender el presente hay que conocer el pasado. Es una forma de tratar a las personas como si fueran eternos menores de edad. Que en la civilizada Canadá se organizara una quema de libros considerados políticamente incorrectos a mí me produce un estremecimiento.
–¿Cree que la censura y la corrección política están ganando la batalla? Empieza su libro con el mundo clásico, pero hoy en día no podríamos estudiarlo...
–No se podría estudiar a Platón o a Sócrates porque vivían la democracia griega, que no es una democracia que se atenga a los cánones del siglo XXI. ¿Les cancelamos a todos? ¿No les estudiamos y partimos de cero? ¿Borramos 20 siglos se historia? Es un absoluto disparate.
–¿Cree que esto nos ha llevado también a una dificultad a la hora de entender y construir un pensamiento alegórico, de entender el paso del mito al logos?
–En los mitos están todas las grandes pasiones de los hombres. Está todo lo bueno y todo lo malo del ser humano. En el fondo, son una alegoría de la condición humana. En esos mitos encontramos todas las grandes pasiones que anidan en los hombres desde el principio de los tiempos.
–Rescata mitos, pero también combate tópicos, como el de Penélope o el de Medea. ¿Quiénes fueron ellas?
–Medea ha pasado a la historia como la gran malvada. Y es verdad, fue una asesina terrible. Pero no se puede explicar si no es en relación con Jasón: todo lo que ella hace, es por intervención suya, y sin embargo Jasón es un héroe. En cuanto a Penélope, nos la han pintado como un ama de casa que estaba tejiendo todo el día y esperando que llegara Ulises. Pero Ulises no deja su reino en manos de una señora que lo único que sabe hacer es tejer, y por otro lado, una mujer que solamente sabe tejer y que no tiene otras cualidades, es imposible que sea capaz de mantener un reino en pie durante una guerra. Penélope era una mujer tan inteligente, tan astuta y con tantas cualidades o más que Ulises.
–Mezcla a científicas y filósofas porque todas quieren entender el sentido de la vida. ¿Esa ha sido su obsesión también?
–Quiero entender, porque yo siempre me he planteado el porqué de todo, tengo esa inquietud. ¿Qué sentido tiene la vida, por qué estamos aquí, como cómo se ha formado todo esto?
–Cuenta la historia de Hedy Lamarr, y cómo utilizó las armas que tenía a su alcance para hacerse escuchar; en su caso, la belleza.
–Para poder sobrevivir en un mundo de hombres, las mujeres han empleado todo tipo de armas. No nos escandalizamos de que ellos utilicen armas mortíferas y sí de que ellas utilicen otras armas que son las que tenían a su mano para poder sobrevivir en un mundo de hombres, como Lisístrata, que organizó a todas las mujeres para que no se acostaran con sus maridos hasta que no cesara la guerra de Esparta. Pero muy pocos saben que además de ser una bellísima actriz, y emplear su belleza para hacerse oír, Hedy Lamarr fue la científica que sentó las bases del wifi moderno.
–Para ser tomada en serio, ¿tuvo usted que adoptar actitudes masculinas?
–Sí, es verdad que en mi generación era así. Es decir, había una imitación del comportamiento masculino para poder acceder a ese mundo, al mundo que estaba dominado por los hombres, porque si no era más difícil de acceder. Por eso a mí me encanta ver a las mujeres jóvenes que deciden por sí mismas, que se visten como quieren y hacen lo que quieren. Y me parece estupendo. No sé por qué tenemos que renunciar a ser lo que queremos ser y masculinizarnos para que nos dejen entrar en ese mundo que han dominado hasta ahora ellos. Esa es una de las cosas que me gusta de las nuevas generaciones.
En mi generación era así había una imitación del comportamiento masculino para poder acceder a ese mundo, que estaba dominado por los hombres
–En el libro habla también de monjas y santas. En la Edad Media los conventos eran espacios de libertad, donde se podía pensar... ¿Le habría gustado vivir en uno?
–Me impresionó mucho una frase de Octavio Paz cuando hablaba de Sor Juana Inés de la Cruz, en la que contaba que ella se había metido a monja para poder pensar. Reflexionando sobre alguna de las mujeres escritoras y pensadoras de la historia, de repente me encontré que muchas de ellas habían optado por la vida religiosa: no habían querido pasar de la casa del padre a la casa del marido y por tanto habían buscado el único lugar en el que podían seguir pensando, seguir siendo ellas, seguir teniendo su propia identidad. Aunque mi experiencia en un colegio de monjas fue regular, si volviera a nacer no me importaría tener ser monja y tener ese espacio de libertad: he conocido a monjas que son mujeres absolutamente extraordinarias, y que dan la vida por los demás sin pedir nada a cambio y sin adoctrinar.
–Aunque son muchas, si tuviera que escoger una mujer, ¿con cuál se quedaría?
–Reivindico a todas, y sobre todo, reivindico a todas las mujeres que han tenido que pagar un precio por la libertad. Reivindico a todas esas mujeres afganas que están sufriendo otra vez el infierno del régimen talibán. Y a todas esas mujeres iraníes que están llevando a cabo la revolución del velo, en la que se están jugando la vida y perdiéndola. Ellas son para mí el ejemplo.