'Los Tres Mosqueteros', el cine francés y Ana de Austria, una vallisoletana en el trono de Francia
El cine francés ha recuperado, una vez más, esta historia, con una inteligencia, una amenidad y una total falta de complejos
Quien no haya leído Los Tres Mosqueteros y sus continuaciones, se ha perdido una de las mejores novelas de tema histórico que se han escrito. Un relato muy entretenido, bien documentado y capaz de dibujar un atractivo friso sobre una época fundamental para el devenir de Europa.
Cine alejado de la cultura de la cancelación
El cine francés ha recuperado, una vez más, esta historia, con una inteligencia, una amenidad y una total falta de complejos. Una película imprescindible que se acaba de estrenar en nuestros cines y que demuestra una total independencia frente a las imposiciones culturales e ideológicas del predominante cine de obediencia anglosajona.
Es difícil encontrar hoy una superproducción como esta, en la que la epidermis de los personajes esté en concordancia con la época en la que transcurre la acción. En la que la sexualidad de los protagonistas sea coherente con su sexo. En la que los buenos sean buenos y se distingan claramente de los malos. Y en la que la presencia de valores como el patriotismo, la lealtad, el valor y la amistad estén presentes en la centralidad del relato.
Si además, el guion es respetuoso, con el relato literario, coherente con la realidad histórica, emocionante y francamente divertido, estamos ante una clara «rara avis» en el panorama cinematográfico actual.
Su violencia está puesta al servicio de causas nobles: la defensa del Rey y de la Patria, la rebeldía ante la injusticia, el propio honor
Los mosqueteros se presentan como un tanto indisciplinados, bastante mujeriegos y no poco violentos. Pero su violencia está puesta al servicio de causas nobles: la defensa del Rey y de la Patria, la rebeldía ante la injusticia, el propio honor. La indisciplina resulta simpática en un mundo atado a una corrección asfixiante y famélica. Y las mujeres no son en ningún caso absurdas caricaturas de varones superdotados ni improbables espadachinas. En cambio son personajes de carácter vigoroso, fuertes, inteligentes y protagonistas de su vida y su destino. Tanto las buenas, como la mala malísima. Hasta los protestantes son incluidos entre «los malos de la película», como conspiradores que buscan la destrucción de Francia y el asesinato de su Rey.
Una vallisoletana en el trono de Francia
Uno de los personajes que resulta más atractivo de la película es el de Ana de Austria, hija de Felipe III, nacida en Valladolid y a la sazón soberana de Francia. Fue uno de los grandes protagonistas del siglo XVII, como princesa española, como consorte del apocado, dubitativo y enfermizo Luis XIII y como madre y regente de Luis XIV, el Rey Sol.
La película la presenta como una mujer hermosa, prudente y valerosa, como una Reina llena de dignidad y consciente de su deber, como una esposa fiel y respetuosa con un marido soso, aburrido y escasamente cariñoso. Enamorada del atractivo duque de Buckingham, renuncia a consumar su amor por su condición de Reina católica y su lealtad a un marido poco digno de ser amado. En el colmo de los políticamente incorrecto la presenta también como ¡una buena cazadora!, que derriba al primer tiro a los pichones que su marido es incapaz de acertar.
Renuncia a consumar su amor por su condición de Reina católica y su lealtad a un marido poco digno de ser amado
La realidad histórica no es contradictoria con lo que cuenta la película. La joven princesa Ana fue en la realidad una mujer inteligente, discreta, y dotada de bastante genio político. Su matrimonio, acordado por los Habsburgo españoles y los Borbones para consolidad la paz que se había conseguido instaurar entre ambas naciones después de un largo periodo de conflictos, no fue muy feliz. Fue muy mal recibida en la corte francesa e ignorada por su esposo, que no demostraba demasiado interés por el bello sexo. De hecho el matrimonio no se consumó hasta cuatro años después de la boda
Empeñada en consolidar las buenas relaciones entre Francia y el Imperio Español, mantuvo una discreta correspondencia con su hermano Felipe IV y con el Conde Duque de Olivares, que en cierto momento se volvió contra ella cuando las habladurías de la Corte, la acusaron de traición a los interese del Francia.
Apartada de la corte como consecuencia de las calumnias urdidas por el Cardenal Richelieu que la acusó sin pruebas de participar en diversas conspiraciones, vivió varios años separada del Rey. Tras la reconciliación, Luis XIII reconoció por fin la valía y la lealtad de su esposa, con la que tuvo dos hijos en rápida sucesión.
El enfrentamiento con su hermano y Patria
La temprana muerte de su marido la dejó en una difícil situación como regente del pequeño Luis XIV, de tan solo cinco años de edad. Apoyándose en el Cardenal Mazarino se esforzó en salvar el trono de su hijo amenazado por sucesivas conjuras y rebeliones nobiliarias. Para ello contó siempre con el valor y la lealtad de los mosqueteros, encabezados ya por D'Artagnan, que había llegado a ser capitán de la Guardia. Su triunfo sobre la sublevación de «La Fronda» consolidó su autoridad y la ganó el respeto de los franceses, asegurando así la sucesión de su hijo, al que proporcionó una esmerada educación.
Una vez que se produjo la ruptura definitiva entre ambas naciones, dedicó todo su esfuerzo al engrandecimiento de Francia
En el momento de su boda su padre, el bondadoso y apocado Felipe III, la conminó a renunciar a su condición de española y a servir siempre los intereses de su nueva Patria. Ana lo hizo con creces cuando llegó al poder. Una vez que se produjo la ruptura definitiva entre ambas naciones, dedicó todo su esfuerzo al engrandecimiento de Francia, conduciendo con mano firme a su patria de adopción en el proceso de sustituir a España como potencia predominante en el concierto europeo. A pesar del dolor que le causaba el enfrentamiento con su propio hermano y su Patria de origen. Las decisivas victorias francesas de Rocroi y Lens se produjeron siendo ella regente de Francia.
Ello habla de la entereza de su carácter, de la firmeza de sus convicciones y de la lealtad a sus juramentos, coherentes con la severa educación moral que había recibido en aquella honorable España. Pero no la hizo popular en esta tierra nuestra, donde ha sido convenientemente olvidada. Al contrario de lo que sucede allende de los Pirineos donde es altamente valorada.
Las peripecias de los mosqueteros y de D’Artagnan continuaron, con episodios llenos de dramatismo de los que nuestro héroe salió finalmente malparado. Lo contaremos en otro artículo.