Las cartas entre Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes y García Márquez: el tiempo en que se prendió la mecha del Boom
Las Cartas del Boom (Alfaguara, 2023) reúne la correspondencia entre los cuatro principales novelistas de aquel momento incipiente de la literatura latinoamericana
Cuatro jóvenes escritores suramericanos encendidos e influidos mayormente por la literatura estadounidense de principios del XX se encuentran a mediados de los 50 como especímenes que felizmente se reconocen los unos a los otros, casi como los últimos supervivientes de un planeta o como los únicos habitantes de uno nuevo en el que cada uno de ellos se creía solo. Un peruano, un argentino, un mexicano y un colombiano. Parece el inicio de un chiste, pero es el inicio de la formación, como placas tectónicas removiéndose para cambiar de era, de una parte de la literatura universal.
205 cartas
Aunque esto se sabría más tarde. Lo que hubo al principio eran las inquietudes de unos literatos ávidos de triunfo y reconocimiento que no querían irse a dormir sin luz de noche. Todos fueron para los demás ese consuelo juvenil que acompañó sus primeros pestañeos hasta el sueño, la fase REM y el despertar de sus vidas y sus carreras a través de 205 cartas reunidas por la investigación de cuatro editores: Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, buceadores entre las ciudades y los escombros originados por la gran explosión. Una conversación epistolar que va más allá del estruendo, cuando la onda expansiva se había disuelto y flotaba ya inmortal sobre la atmósfera literaria y aquellos jóvenes ya no lo eran tanto ni se escribían tanto.
Algunos ni siquiera se hablaban ya entonces, como bien se sabe. De la compañía, Vargas Llosa y García Márquez pasaron incluso a las manos, para no volver a verse nunca. Pero Fidel Castro, la Revolución cubana y su adhesiones y rechazos provocaron un socavón mayor que los alejó. Algunos de esos libros primeros ya tenían la marca de una profecía hecha de vocación, ambición y talento. Vargas Llosa hablándole a Carlos Fuentes de los entresijos del mundillo, de los concursos y querencias, de la admiración por Cortázar, el Joyce de esta «Generación Perdida», del orgullo de cómo Luis Buñuel había elogiado La Ciudad y los Perros y del horror político y social de Perú en 1964, donde el gobierno había enviado a 1.600 prostitutas y homosexuales a una cárcel en medio de la selva.
Las preocupaciones literarias y las políticas que con los años se manifestarían como ramas de un mismo árbol, seco en unos casos, vivo en otros, como en la cariñosamente elogiosa respuesta de Cortázar al envío de La Casa Verde, la segunda novela de Vargas Llosa («no te pongas rojo, peruanito...», le decía). Jorge Edwards, Alejo Carpentier, Octavio Paz o Augusto Roa Bastos también aparecen entre la troupe que planea volúmenes colectivos. García Márquez le escribe a Fuentes, «maestro querido y remoto» de tratamiento, desde la isla italiana de Pantelaria, donde el colombiano está, «con el cuaresmeño al aire». En ese momento el Nobel que sería en solo 13 años tiene problemas con El Otoño del Patriarca porque cada vez se le vuelve «más abstracto y misterioso». Y hablan de Neruda, con el que también discursean y platican.
Es el «¡sssssh!» de la mecha, «la prosa sostenida sin desmayo» que es para Fuentes Cien Años de Soledad o «la impresión de haber leído un Quijote latinoamericano». Las alabanzas hermosas que se fueron apagando después de producido el bombazo, luego de que Vargas Llosa dijera de su futuro enemigo García Márquez: «Yo tenía la sensación de que muchas veces él no era consciente de las cosas mágicas, milagrosas que hacía al componer sus historias».