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Ser conservador es el nuevo punk

Ser conservador es el nuevo punkRoger Hutchings

Sobre el libro Ser conservador es el nuevo punk

«Derechita punk»: van en bici, creen a su manera en las «ciudades de 15 minutos», beben cerveza a morro y les gusta Puccini

Según las encuestas, la mayoría de nuevos votantes españoles –los más jovencitos– se decantan por los partidos de centro y derecha. La diferencia con respecto a las dos grandes formaciones de izquierda resulta abrumadora. A lo largo de Occidente, y con muchas notas concretas en cada país, se detecta un cierto resurgir del conservadurismo –sea eso lo que sea

Hay una nueva hornada conservadora. En gran medida, parece una reacción al predominio progresista y woke, pero también una queja ante la actitud demasiado acomodaticia y tecnocrática de los partidos «de derechas» o «centristas» al uso. Estos nuevos conservadores se ven contracorriente del presente, y miran tanto al pasado como al futuro. A grandes rasgos, muchos de ellos critican la Agenda 2030, no soportan los desayunos de quinoa en un Starbucks de Malasaña, y suelen aborrecer los patinetes eléctricos –ellos quieren un coche muy grande para poder criar a una familia numerosa–; se rebelan contra la falta de desodorante, y sienten arcadas cada vez que escuchan palabras o expresiones como «resiliencia, ecosostenibilidad, diversidad de género, cisnormativo, heteropatriarcado, multiculturalidad». ¿Caricatura?

No se sabe si es más fácil enumerar qué los horroriza y no qué los entusiasma o proponen. Encontramos entre estos conservadores a chicas monísimas que llevan collares de perlitas y huelen a azahar cuando salen de misa de nueve de la noche en Chiclana. Y a chicos que calzan alpargatas celestes y visten camisa de manga larga en pleno verano, y que se acaban de casar cuando un afeitado aún les dura tres y cuatro días. Pero también gente de campo que, mientras llenan de gasoil su tractor, leen algo de Chesterton y acarician a su perro. O treintañeras y otras más veteranas que no suelen ponerse tacones ni falda, porque lo suyo son las bambas Superga o Converse, los vaqueros un poquito tazados, y que beben una cerveza densa directamente del botellín, a morro, como un chicazo.

Algo sobre sus ideas nos cuentan siete personas que forman parte de Centinela, una revista online que siempre ha defendido que «ser conservador es el nuevo punk». Y este lema es el título del libro en que procuran explicarse Rodrigo Gómez Lorente –director de la revista y consultor de comunicación–, Enrique García–Máiquez –habitual de esta casa–, Jaime Cervera, Marisa de Toro, Esperanza Ruiz Adsuar, Carlos Hernández y Jaime Revès. Defienden la familia –al modo como se entendía hasta finales del siglo pasado–, lo local, el terruño, la cultura clásica y la belleza, el sentido de comunidad, y un modelo económico más humano y menos capitalista. Esto último lo especifica Hernández: «vemos reduccionista tener que elegir entre estado y mercado, cuando aún sigue siendo posible apostar por más sociedad». En esta línea, García–Máiquez asegura que su lema es: «El distributismo, para quien se lo trabaja».

Ser conservador es ser normal, sólo que muchos no lo saben todavíaEnrique García–Máiquez

Concretando un poco: ¿qué significa ser conservador? Según García–Máiquez, consiste en «ser normal, sólo que muchos no lo saben todavía». En su opinión, hace falta conservar lo que de verdad merece la pena, algo que no siempre es fácil de discernir: «el conservador tiene un prejuicio a favor de que todo cumple una misión secreta importantísima en el orden del mundo; y la humildad de reconocer que podemos no verla», comenta. En este sentido, los conversadores punk optan por la reforma antes que por la ruptura, si bien se alejan igualmente del «repudio del reaccionario» y de «la revuelta del tradicionalista». En todo caso, Jaime Revès explica por qué resulta punk el conservadurismo: «hoy escandaliza ir bien peinado y no decir palabrotas ni hacer procacidades», como recalca García–Máiquez.

Sobre la familia, dice Ruiz Adsuar, mientras bebe del botellín: «Lo que quieren conservar los conservadores es aquello que demuestra ser bueno, bello y verdadero a lo largo del tiempo». Por eso, para ella, «el paradigma es la familia natural o tradicional; no solo es el núcleo fundacional de toda sociedad, además funciona como amortiguador social, proporciona identidad individual, fomenta la natalidad y dota de vínculos sólidos y desarrollo óptimo a la descendencia». Sin embargo, el matrimonio tradicional no es algo tan estático como podría pensarse. Dice García–Máiquez: «Mi mujer cambia tan maravillosamente a menudo como en una metamorfosis de Ovidio, incluso a veces es más rubia que otras; para vivir bien la monogamia, he de ser un don Juan que la conquista sin parar».

Lo que quieren conservar los conservadores es aquello que demuestra ser bueno, bello y verdadero a lo largo del tiempoEsperanza Ruiz Adsuar

Las alternativas a este modelo familiar clásico suponen, en opinión de Esperanza Ruiz, dar prioridad a «los deseos individuales» por encima del «derecho del niño a tener un padre y una madre». Defender la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer «no tiene nada de discriminatorio hacia otro tipo de uniones», añade. No obstante, no compran el discurso del centrismo liberal y del centro derecha «no punk», que coincide con formulaciones como esta muy reciente: «la bandera LGTBI representa un valor esencial en cualquier democracia liberal: el derecho a ser ciudadanos igualmente libres; mientras haya quien la ataque, será un imperativo democrático defenderla». Ante esta reciente afirmación, responde Ruiz que quienes se expresan en estos términos «evidentemente, han abandonado el conservadurismo para caer en brazos del consenso socialdemócrata. La Constitución en su artículo 14 consagra la igualdad ante la ley de todos los españoles. Para la celebración del Orgullo se esgrime una discriminación ficticia con la que mantener chiringuitos económicos e ideológicos».

¿Y qué les parece que cada cual pueda ir cambiando de pareja heterosexual? ¿Creen que uno debiera estar siempre con la misma el resto de su vida? Responde Ruiz Adsuar: «La incorporación de la mujer al mercado laboral, auspiciada por el feminismo, ha revolucionado absolutamente el modelo de familia». Prosigue: «La revolución sexual de los 70, unida al feminismo, está haciendo que eso que llamamos ‘familia tradicional’ empiece a ser casi residual; paralelamente, se han introducido una serie de factores que contribuyen a dinamitar las relaciones, como la desconfianza».

Tal como lo ve ella, «se ha generado miedo y desconfianza de las mujeres a los hombres y de los hombres a las mujeres». En concreto, señala que «las leyes destinadas a proteger a las mujeres que revierten la carga de la culpa o que, por defecto, consideran al hombre victimario han modificado, para muy mal, la manera de relacionarse; han creado problemas donde no los había y, en definitiva, han desnaturalizado acciones milenarias de coqueteo, seducción o simple camaradería». En este panorama, resulta perniciosa «la estigmatización de virtudes como la capacidad de compromiso, el esfuerzo», además de «las nuevas formas de relacionarse vía redes sociales o aplicaciones para ligar o tener sexo».

Portada del libro Ser conservador es el nuevo punk

Portada del libro Ser conservador es el nuevo punk

En esta enmienda, los conversadores tienen su propio modo de ver el cuidado del medio ambiente. Sostiene Carlos Hernández: «Pocas cosas más conservadoras hay que una bicicleta, unas zonas verdes y un barrio en el que se tienen todos los servicios al alcance de la mano». Y prosigue con su interpretación de «la ciudad de los 15 minutos», asegurando que «no es el gulag que describen algunos, sino algo bien parecido al ideal de comunidad apetecido por un conservador». Hernández es favorable a la «transición energética», pero «no a costa de los servicios, los empleos, la libertad, los modos de vida y los paisajes de las clases populares». Aún más, este autor dice que prefiere la palabra «entorno» y no tanto «medio ambiente», pues «entorno remite a una realidad conocida, delimitada, experiencial, no es un simple telón de fondo o receptáculo, sino que es el contexto en el que se hacen posibles y cobran sentido determinadas prácticas». Por tanto, la naturaleza es parte de la vivencia e identidad de una comunidad.

Algo similar opina Cervera sobre la belleza: «la belleza tiene algo de estético, de concordancia con unos cánones, pero hay algo más; la belleza es manifestación de una armonía metafísica, es la huella misteriosa del bien y de la verdad». Aunque no desdeña el arte moderno, Cervera cree que la música debiera ser más melódica. ¿Le gusta el Turandot de Puccini? «Es una referencia muy aprovechable, porque es una ópera que aún no ha cumplido los cien años [se estrena en 1926]. Se trata de una obra más moderna de lo que muchos piensan, pero que mantiene un equilibrio con la tradición; de ahí que aún siga llenando los oídos de muchos», explica. En cualquier caso, ¿las propuestas de estos conservadores no adolecen de una cierta idealización de un pasado que nunca existió? Toma la palabra García–Máiquez y replica: «En las mías hay mucha idealización: del pasado, del presente y del futuro. Es mi manera de exigirme más, en realidad».

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