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Federico García Lorca en La Alhambra en 1922

Federico García Lorca en La Alhambra en 1922

Lorca, el artista sin ideología al que secuestró una izquierda que ya no existe

El poeta granadino ha sido utilizado a través de las décadas, tras la Guerra Civil, como un símbolo ideológico que nunca fue en vida

Un aspecto de la vida de Lorca que parece estar suficientemente acreditado es que era un hombre bueno. La bondad siempre ha sido una virtud denostada, considerado su epítome un ejemplo de tontería, al contrario que su opuesto, la maldad esencial, tantas veces sinónimo de listeza. Que el poeta nunca tuvo ideología también puede estar suficientemente acreditado en que tenía amigos en todas las varillas del abanico que solo le importaba por su belleza. Por la belleza que es una hermana de la bondad.

Bandera de la izquierda

Cuando Federico García Lorca fue asesinado tras una suma de circunstancias terribles y desgraciadas y a la participación de sujetos absolutamente contrarios a la idea de la bondad, nació un símbolo de la izquierda, a pesar de que su muerte fue lamentada y condenada por todo el espectro ideológico, incluido el político. Fue la izquierda, una izquierda que solo resiste hoy en pequeños gestos y ademanes, devorada por la ideología moderna «de izquierdas» (que representa mejor que nadie el presidente del Gobierno en funciones Pedro Sánchez), quien se apropió del poeta ejecutado y lo enarboló como bandera.

Un reduccionismo que durante ya camino de un siglo ha colocado sin permiso su imagen en un álbum de cromos privado cuando era pública. Lorca se definió en una entrevista en El Sol, en junio de 1936 (lo mataron el 18 de agosto), como «católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico», una brillante y maravillosa antidefinición para los vulgares encasilladores, que tantos años después agitaron en el aire su rostro, falsariamente emocionados, sin ni siquiera conocer La Tarara.

Alberti y su «mala literatura»

Al poeta no solo le gustaban los toros, uno de los frentes «tradicionales» de la actual «izquierda» desvirtuada, sino que le parecían «la fiesta mas culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza». Lorca, el símbolo de la izquierda, el amigo de Alberti que dijo de él, espantado de su politización: «Ahí tienen el caso de Alberti, …que luego de su viaje a Rusia, ha vuelto comunista y ya no hace poesía sino mala literatura de periódico».

Es aquella izquierda que ya no existe, pero que sigue intentando hacer creer que sí a poco que le interese, la que consiguió apropiarse del símbolo para convertirlo en una chapa o en la imagen de una camiseta que de estar viva a buen seguro hubiera luchado por despegarse. La bandera que ya casi está arriada por la ignorancia de las nuevas generaciones y por la realidad del poeta al que usaron hasta que duró el manejo de una afinidad envuelta en humo.

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