El Debate de las Ideas
Autoridad: testimonio de un origen
La autoridad está ligada a una sociedad que se edifica sobre el reconocimiento de que el mundo ha sido creado
Publicamos este fin de semana un penetrante artículo en el que el pensador rumano Robert Lazu Kmita aborda lo que considera la clave que está detrás de la creciente degradación de la vida pública en Occidente (con estallidos como los disturbios acaecidos en Francia al inicio de este verano): la desaparición de la autoridad. Y lo hace a partir de las reflexiones que ya en 1956 hiciera Hannah Arendt en un influyente artículo.
Precisamente en un libro publicado este año, Autoridad. El origen que nos hace crecer, encontramos un capítulo, escrito por José Granados, que también se fija en el análisis de Hannah Arendt sobre la desaparición de la autoridad en el mundo moderno. Allí encontramos estas sugerentes reflexiones que complementan el análisis de Lazu Kmita:
“Según Arendt no existe ya el mundo conceptual donde era posible entender la autoridad. Para reconstruir el concepto de autoridad es forzoso reconstruir el ambiente entero en que este concepto sobrevivía. ¿Y de qué ambiente se trata?
Arendt adscribe la autoridad a la antigua cultura romana. La autoridad se asocia al peso que los romanos concedían a la fundación de Roma, como momento originario de su civilización. De allí nacía la fuerza que manaba hasta el presente y les mantenían unidos en un empeño expansivo. La autoridad es el testimonio de ese origen, que lo conserva vivo y pujante. Así que la autoridad no coacciona, ni tampoco simplemente persuade, sino que es aceptada por los ciudadanos porque procede del momento originario que los acomuna. La autoridad supera a las razones y a la coerción porque en ese origen se encuentran los supuestos sobre los que se apoya.
Esto implica que la autoridad conlleva una mirada particular sobre el pasado. Para entender la autoridad hay que distinguir entre lo pretérito, como algo ya caduco, y el origen, como evento originario cuya fuerza sigue presente hoy. Los romanos pensaban que un tal origen era superior a la suma de todos los ciudadanos, en cuanto allí se fundaba todo aquello que les unía y les permitía actuar juntos.
A esta luz, podemos preguntarnos si la visión de Arendt sobre Roma no puede extenderse a otras culturas. Pues muchas de ellas comparten un mito fundacional que atestigua el origen de su civilización. Esta nace a partir de un don no deducible desde el conjunto de ciudadanos, de modo que la unidad del pueblo no venga solo de una decisión (ya violenta, ya razonable), sino de un don primigenio y común, que es preciso custodiar.
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Desde aquí empezamos a ver por qué en nuestra cultura ha desaparecido el concepto de autoridad. Es que ya no creemos que nuestra comunión proceda de una fuente más originaria, sino que concebimos la vida en sociedad, sea desde las ventajas razonables que nos aporta, sea desde la necesidad que nos obliga a asociarnos para evitar mayores peligros.
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Este concepto de autoridad requiere aceptar una fuente de unidad social que, a la vez, presta horizonte último al obrar humano. Solo desde esta referencia originaria se justifica la dignidad de cada persona, de modo que no dependa del juicio de quienes la acogen o no en la sociedad. Esta referencia originaria solo posee fundamento, en último término, si se acepta la existencia de un Creador del mundo, que ha formado el hombre a su imagen y semejanza.
Esto implica que existe autoridad porque existe tradición, entendida como un cauce de vida que se transmite entre las generaciones y que permite a cada generación renovar lo recibido.
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La autoridad está ligada a una sociedad que se edifica sobre el reconocimiento de que el mundo ha sido creado, y de que su Creador es fuente de ser y de fecundidad”.