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El escritor Rafael Sánchez Mazas

Cinco poemas de Sánchez Mazas, el falangista que acuñó el «¡Arriba España!» e intercedió por Miguel Hernández

El también padre del también escritor Rafael Sánchez Ferlosio fue ministro sin cartera de Franco y miembro de la Real Academia, aunque nunca tomó posesión

El escritor Javier Cercas escribió su novela Soldados de Salamina basándose en el episodio histórico del periodista y escritor Rafael Sánchez Mazas, ya entonces uno de los fundadores de Falange Española, que pudo escapar del fusilamiento con la ayuda de un miliciano y después de refugiarse en una masía en Gerona junto a tres desertores republicanos.

Antes de esto, Sánchez Mazas, madrileño y bilbaíno, defensor de la unidad española frente al secesionismo vasco en la tertulias del café Lyon d'Or, licenciado en Derecho y colaborador en prensa, fue enviado por el diario ABC a Roma, donde le dio tiempo a enamorarse, a casarse, a tener a sus dos primeros hijos (Rafael Sánchez Ferlosio, el autor de El Jarama, fue el segundo) y a emocionarse y a empaparse de la cultura italiana y del fascismo de Mussolini. El columnista famoso se convirtió en falangista original en 1933, luego de su regreso a España cuatro años antes, siendo ya también novelista y poeta.

Pequeñas Memorias de Tarín la publicó en 1915, y los XV Sonetos de Rafael Sánchez Mazas para XV esculturas de Moisés de Huerta en 2017. El socialista Indalecio Prieto, ministro del PSOE durante la II República, de quien fue compañero en el El Diario Vasco, le sacó de la cárcel en 1936, ya iniciada la Guerra Civil.

Fue en el 39 cuando sucedió lo narrado por Cercas, después de permanecer refugiado durante casi toda la contienda en la embajada de Chile en Madrid, donde escribió su novela Rosa Krüger. Tras su liberación por las tropas de Franco se convirtió en figura intelectual e inicial del régimen, del que fue ministro sin cartera durante apenas un año cuando, retomada la pluma y el periodismo, comenzó a alejarse de la actividad política. En 1940 fue elegido miembro de la Real Academia, donde nunca llegó a leer su discurso de ingreso, el mismo año en que junto a otros falangistas, como el ministro de Propaganda Dionisio Ridruejo, con el recuerdo de Lorca presente, pidió y consiguió la conmutación de la pena de muerte al poeta Miguel Hernández por una reclusión de 30 años.

Escritor a tiempo completo

La cuantiosa herencia de su familia paterna, con la que nunca se llevó bien, le hizo rico y le alejó definitivamente de la efervescencia política de la juventud y del protagonismo en la retórica del falangismo, como la famosa consigna «¡Arriba España!». En 1951 publicó su segunda novela, La vida nueva de Pedrito de Andía, que significó su consagración como el escritor que vivía en sus palacios de madurez como vivió en sus palacios, pero de la infancia, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, el autor de El Gatopardo.

En Las aguas de Arbeloa y otras cuestiones, de 1956, recogió relatos, artículos y textos de diferentes temáticas y formas al estilo del que no demasiados años después publicaría Truman Capote en Los Perros Ladran. El gran escritor católico y conservador dejó de firmar en los periódicos con sus famosos tres asteriscos en 1960, confirmando su retirada profesional completa. Murió en 1966 en Madrid, antes de empezar a ser cuestionada su valía como narrador y poeta a partir de la Transición, solo por sus ideales personales y políticos.

Cinco Poemas de Rafael Sánchez mazas:

  • Los pescadores al ocaso

    Sondan el agua verde, con hilos de sereñas,
    morenos pescadores de quince años;
    dan sus desnudos antiguos al horizonte
    y van sobre finos perfiles de proas aguileñas.

    Las quillas en la ola parten flores risueñas
    de espuma, que un ocaso tiñe de rosa. Están
    saltando los corderos nevados de San Juan
    sobre un mar que hace juegos de colinas pequeñas.

    Levan los aparejos, las manos impacientes
    de júbilo, al sentir el marino tesoro
    que sacude a tirones los anzuelos agudos.

    Y ríen las figuras de los adolescentes,
    alzando los pescados de nácar y de oro,
    que sangran como joyas, por sus brazos desnudos
  • El libro de estampas

    Era en las luengas noches invernales.
    En la vetusta casa de la aldea
    humeaba la vieja chimenea
    y sonaba la lluvia en los cristales.

    A la luz del quinqué, brillante y roja,
    la abuela con su mano amarillenta
    iba pasando temblorosa y lenta
    del viejo libro la roída hoja.

    Y al pasar cada estampa me decía
    una historia, mirando con cariño
    mis pupilas cargadas de emoción.

    ¡Oh las noches de invierno en que llovía!
    Felices noches en que yo de niño
    contemplaba la vieja Ilustración.
  • Te llevé por los negros olivares

    Te llevé por los negros olivares,
    por los calveros y por el erial.
    Te llevé por los pardos encinares
    y por el mar azul de Portugal.

    Por los viñedos y por los pinares,
    por los campos de trigo candeal,
    por el monte de hayedos seculares
    y las calzadas del camino real.

    Te llevé por doquier, viajero errante
    de la tierra y del mar, bajo el cambiante
    cielo de tempestades o de calma.

    Dentro de mí quise que tú vinieras
    adonde fuese yo, como si fueras
    un alma que naciese de mi alma.
  • La casa antigua

    La casa entre los árboles tenía
    muros muy blancos, llenos de ventanas,
    y esa hospitalidad y esa alegría
    que canta el verdegay de las persianas.

    Un tejado cansado con carcomas
    y nidos en las vigas de madera
    y arriba un palomar con sus palomas
    y el humo lento de la paz casera.

    El umbral rebajado, oscuro y puro
    bajo la espesa sombra de vulgares
    flores, entre moradas y bermejas.

    Y, en el umbral, ese calor seguro
    de invisibles abrazos familiares
    que hay en la sombra de las casas viejas.
  • Retrato de un sutil caballero guipuzcoano

    Guarda un esprit de chambelán y sabe
    una liturgia de galantería
    que su mente perfuma con un suave
    aroma de graciosa paganía.

    En sus ocios evoca los perfiles
    altivos de las damas medievales
    y sonríe pensando en lo sutiles
    que fueron los pecados capitales.

    Antaño ser un duque mereciera
    y a su servicio y a su honor tuviera
    un trovador, que lleno de respeto

    le pusiera en las manos enjoyadas
    los catorce renglones de un soneto
    como catorce flores deshojadas.