De nuevo Halloween, la «tradición woke» de los muertos que se celebra en España, pero que nadie entiende
No queda nada de los supuestos y remotos The Hallowed Ones irlandeses («Los Santificados»), la absurda especie invasora de las tradiciones
Cuando uno era pequeño tenía un amigo mayor que era heavy. Como buen heavy le gustaba el grupo Helloween, una mezcla entre «hell» («infierno» en inglés) y Halloween, la fiesta pagana anglosajona que se celebra la víspera del día de los muertos. La mascota de Helloween, grupo setentero (aún en la carretera), es una calabaza, el mismo símbolo de la celebración a la que alude.
Entre infiernos y muertos estrambóticos la fiesta que protagonizan mayormente los niños queda más que un poco impropia. Sobre todo teniendo en cuenta que en España se contradice con las celebraciones propias del Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos. Halloween es casi el mapache, la especie «simpática», pero invasora y terriblemente destructora del hábitat ajeno.
Lo que ocurre es que Halloween, al contrario que el mapache, no tiene una imagen amable, sino todo lo contrario. Su imaginería es oscura, pero está tratada como si fuera el atrezo de La Pantera Rosa. Y es que además nadie lo entiende, porque ni siquiera su origen está claro, o al menos su evolución y lo que ha quedado de su tradición es un pastiche, un «patchwork» de tradiciones, una manta, una túnica, una capucha o una máscara de retales sin cuna.
Queda poco de los supuestos y remotos The Hallowed Ones irlandeses («Los Santificados»). Que se muestren los halloweenianos originarios. Pero no los hay. Pocos sabrán que la calabaza se llama Jack O'Lantern, quien engañó al diablo y fue condenado a vagar en la tierra por toda la eternidad con un nabo con brasas en su interior para iluminar su camino. Una historia muy «bonita».
¿Sabrá el disfrazado del asesino de 'Scream' o la disfrazada de Catrina de dónde proviene su aspecto? La mayoría no.
¿Sabrá el disfrazado del asesino de Scream o la disfrazada de Catrina de dónde proviene su aspecto? La mayoría no. Simplemente lo hacen. Se disfrazan. Celebran sin saber el qué. El Día de Todos los Santos los cristianos saben por qué van a la iglesia o a los cementerios. Igual que el Día de Difuntos. El Día de todos los Santos es «la santidad de Dios en los Santos», cuyos inicios se remontan al siglo IV, en memoria de los santos no canonizados, y el Día de Difuntos es la fiesta que estimula la vida y no la muerte.
El truco o trato, ese juego divertido por el cual los niños van pidiendo caramelos por las casas es una recreación de cuando los antiguos niños pobres irlandeses pedían limosna y comida por los hogares más privilegiados. Una triste costumbre convertida en una fiesta sin significado. Por eso Halloween está aquí como un absurdo sin origen. La exportación sin contexto de un «producto» que envenena las raíces culturales de los españoles.
Culto a la muerte
Hondura o levedad, como cada cual quiera o pueda interpretarlo, están presentes en la penetración de esta moda que encierra contradicciones notables y casi verdades universales de la sociedad occidental. Padres que muestran reparos o se asustan ante la idea de que sus hijos vean a sus seres queridos muertos y sin embargo no les importa o no les queda más remedio que permitirles jugar con un concepto trivializado e incluso violentado de la muerte, que nada tiene que ver con la muerte que santifica la fe y a la que se refería Octavio Paz: «El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte (y peor: la relativiza) acaba por negar a la vida».