El cordial y agresivo brazo de Valle-Inclán
Al exagerado Ramón María del Valle-Inclán perdió el brazo izquierdo tras una pelea con el periodista Manuel Bueno Bengoechea
A Mateo Alemán solo le faltó perder el brazo para ser el calco absoluto de Cervantes: los dos coetáneos, los dos funcionarios, los dos exconvictos, los dos mal casados, los dos inventores de la novela moderna. Al exagerado Ramón María del Valle-Inclán, por contra, le bastó con perder el brazo para igualarse con Cervantes –que aunque inútil de mano izquierda sí, manco nunca fue–.
Fue en el Café de la Montaña, hasta principios del XX en la Puerta del Sol, 2, planta baja del también desaparecido Grand Hôtel de París –o Fonda de París, con menos aires–. Aún se puede leer la placa municipal conmemorativa: «Aquí estuvo el Café de la Montaña. Lugar de tertulia del escritor Ramón del Valle Inclán» –como si fuera solo suyo, y quizá lo fue–.
La discusión que tuvo con el periodista Manuel Bueno Bengoechea acerca de si un cierto duelo debía o no producirse en cuanto que había dudas sobre la edad de uno de los contendientes llegó a las manos. De una parte, la de Valle-Inclán fue a pertrecharse de una jarra de agua –en otras versiones una botella de tinto–. De otra, la de Bueno fue a blandir su bastón, del que se protegió el escritor con su brazo izquierdo, produciendo una herida después derivada en infección –unos dicen que un gemelo hundido en carne, otros que una fractura incurable–.
Pero lo mejor que hace a la anécdota fueron las innumerables invenciones que unas veces él, otras Ramón Gómez de la Serna, otras quizá Pío Baroja –que se lo encontró manco al regresar a Madrid en 1899– contaron sobre el acontecimiento que dio lugar a la ausencia, todas ellas por suerte recogidas en el disparatado tebeo Don Ramón María del Valle-Inclán. Viejo, fantasioso y genial de la disparatada Vidas ilustres, colección de 338 títulos dedicada a grandes figuras históricas publicada entre 1956 y 1974 por la extinta Novaro Editores (México).
Primero, de cómo lo perdió: que si una leona, que si un cocodrilo, que si un bandido mexicano, que si una amada que no quería dejarlo marchar, que si él mismo para que no faltara estofado.
Segundo, para qué lo utilizó una vez perdido: para colgarlo de una aldaba y dar facilidad a los visitantes para tocar la puerta; para ofrecerlo como reliquia de carne y hueso en una iglesia; para golpear a sus imitadores; para enviarlo con objeto de estrechar manos a distancia; o para rascarse la espalda a gusto.
Tercero, de cómo fue la amputación: sin anestesia y sin su larga barba, afeitado por completo y con un cigarro puro, para verlo todo bien y a gusto. Se remacha en el cómic que después de la intervención «siguió tan cordial y agresivo como siempre».