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García padrós

Máximo García Padrós, Cirujano Jefe de la Enfermería de Las VentasPaula Argüelles

Cirujano Jefe de la Enfermería de Las Ventas

García Padrós: «Es fácil que en una enfermería como la de Las Ventas Manolete se hubiese podido salvar»

El doctor Máximo García Padrós lleva 58 años trabajando en la Enfermería de la Plaza de Las Ventas, 39 de ellos como Cirujano Jefe tras sustituir a su padre. Su hijo, hematólogo, continúa con la tradición ya desde hace un cuarto de siglo

En el conjunto de los profesionales del mundo del toro, ningún sector es tan unánimemente respetado y admirado como el de los cirujanos taurinos, verdaderos «ángeles de la guarda» de los toreros, como suele decirse. Una de sus figuras más relevantes es el jefe de la enfermería de la Plaza de las Ventas, Máximo García Padrós. Acude amablemente a la redacción de El Debate, después de comentarme que es lector habitual del periódico.

–En la reciente gala de presentación de los carteles de San Isidro te entregaron un premio y dieron un dato verdaderamente impresionante sobre tu trabajo en esa enfermería. ¿Me confirmas la fecha?

–Lo agradecí mucho. Llevo en Las Ventas desde 1966: primero, junto a mi padre; ahora, con mi hijo. Son nada menos que 58 años.

–Vamos por partes. Tu padre, D. Máximo García de la Torre, entró en Las Ventas en 1942.

–Después de la guerra, él trabajaba en el Hospital Provincial, en el servicio del doctor Jiménez Guinea, que era el Cirujano Jefe de la enfermería de la Plaza. Por eso fue allí y le sucedió en ese puesto.

–¿Era muy aficionado a los toros?

–Al comienzo, no. Con el tiempo, naturalmente, sí llegó a serlo. Le ayudó mucho en eso mi madre, que era de Palafrugell (Gerona), muy aficionada y muy entendida. Luego, él fundó la Sociedad Española de Cirugía Taurina.

Antes de acabar la carrera, me llamaron para ir a la enfermería de Las Ventas, a sacar fotografías de las heridas

–Tú viviste el mundo de los toros desde chico.

–Así fue. Mi madre me llevó a Las Ventas cuando yo tenía tres o cuatro años. Recuerdo que, de niño, me hicieron socio de la Peña Manolete, aunque no llegué a verlo torear. Como anécdota, mi madre y yo participamos como extras en el rodaje de Tarde de toros.

–Para mí es, sin duda, una de las mejores películas de tema taurino, con unas faenas extraordinarias de Domingo Ortega y Antonio Bienvenida. ¿Qué hicisteis vosotros, como extras?

–Estar en el tendido y aplaudir, cuando nos lo indicaban, nada más. De vez en cuando, nos cambiaban de sitio, para otras tomas.

–Estudiaste Medicina.

–Desde chico, yo quería ser médico, no tenía dudas. Estudié en la Complutense, hice el Doctorado con el profesor Botella, que llegó luego a ser Rector. Lo de ser médico taurino vino más tarde. Antes de acabar la carrera, me llamaron para ir a la enfermería de Las Ventas, a sacar fotografías de las heridas. Me pagaban entonces 150 pesetas, que me venían muy bien. Así, viendo trabajar a mi padre y a su equipo, fui aprendiendo las peculiaridades de la cirugía taurina, incluso antes de haber acabado la carrera.

El próximo 12 de mayo se presenta un libro sobre la enfermería de Las Ventas. En él he hecho una lista de 75 cornadas muy graves

–Entraste como Segundo Ayudante, en 1966.

–Sí, tenía entonces 23 años. Cuando murió Jiménez Guinea, en 1972, me hicieron Primer Ayudante. En 1985, por la enfermedad de mi padre, me hicieron Jefe, a los 42 años. Llevo en ese puesto 39 años. Me enorgullece que, desde la inauguración de la Plaza de Las Ventas, durante la República, solamente ha habido cuatro Cirujanos Jefes: Segovia, Jiménez Guinea, mi padre y yo.

–¿Sigues en activo?

–Sigo, en este puesto no hay límite de edad. Sí me jubilé en el Hospital 12 de Octubre.

–¿Quiénes forman el equipo de la enfermería de Las Ventas?

–Además de mí, mi hijo, hematólogo, que lleva ya 25 años; tres médicos más, dos anestesistas y dos celadores. Y tenemos también muy buen sistema de evacuación de los heridos.

–¿Recuerdas tu bautismo, como Jefe, con qué torero fue?

–Eso no se olvida: una cornada a Paco Pallarés, un torero de Salamanca, al que le dio la alternativa El Viti. Fue una herida grave pero no tuvo complicaciones.

–Es inevitable preguntarte por los percances más graves que has tenido que atender.

–El próximo 12 de mayo se presenta un libro sobre la enfermería de Las Ventas. En él he hecho una lista de 75 cornadas muy graves.

A Julio Aparicio le metió el pitón por el cuello y le rompió el paladar. El anestesista fue un verdadero artista al lograr intubarle

–A mi me impresionó mucho la de José Luis Ramos, en su presentación, el 18 de mayo de 1987. Después del percance, el torero parecía estar bien, de pie, apoyado en la barrera, pero yo le miré con los prismáticos y tenía una cara de un color…

–Lo recuerdo muy bien. Sólo le habían visto una herida en la pierna pero también le había metido el pitón por el pecho y tenía neumotórax: si no le cogemos pronto, hubiera sido fatal. Lo mismo le pasó a Paco Camino en Aranjuez.

–Fue terrible la de Julio Aparicio.

–Sí, le metió el pitón por el cuello y le rompió el paladar. El anestesista fue un verdadero artista, al lograr intubarle, a pesar de tener el maxilar roto.

–La de Joselito, en el cuello.

–Fue muy dura pero tuvo suerte porque no le rompió nada. La de su banderillero El Campeño era igual pero le hizo grandes destrozos, que no tuvieron remedio.

–También estaba yo en la Plaza la tarde de la muy grave cornada a Emilio Oliva padre, en su confirmación de alternativa, el 12 de octubre de 1963.

–Puso en tan grave peligro su vida que esa noche se casó «in articulo mortis» con su novia, en el Sanatorio de Toreros. Felizmente, se recuperó y tuvo a su hijo Emilio, también matador de toros.

Es muy importante fijarse bien en dónde y cómo ha sido la herida. Por el peso del diestro, el pitón, a veces, llega a sitios muy alejados

–Hace poco, la de Gonzalo Caballero.

–Él mismo cuenta que estuvo varios minutos entre la vida y la muerte.

–Además de las heridas, pueden ser terribles las caídas, los golpes.

–¡Por supuesto! Uno no se explica, por ejemplo, cómo Emilio de Justo ha podido seguir toreando, después de aquella tremenda caída. Con frecuencia, recuperarse de una luxación en el hombro lleva más tiempo que de una cornada.

–Durante la lidia, tú no te asomas, ves las corridas desde dentro de la enfermería, por la televisión.

–Así es, por dos motivos. Por un lado, por miedo: una vez, saltó un toro al callejón y pasó por detrás de mí. Me dije: «Máximo, ya no más». Además de eso, en el callejón te hablan, te puedes distraer. Yo sigo las corridas con la máxima atención, por si surge el percance.

–A veces, ves venir la cornada.

–La experiencia te ayuda. Es muy importante fijarse bien en dónde y cómo ha sido la herida. Por el peso del diestro, el pitón, a veces, llega a sitios muy alejados. La de Fernando Cruz, por ejemplo, tenía una trayectoria de casi 60 centímetros.

El protocolo es desnudar al diestro; hacer un primer examen a la vista y al tacto. Se coge una vía para la anestesia. Se intenta frenar la hemorragia y evitar la infección

–Algunos toreros te dan información útil sobre su cornada.

–Suelen hacerlo los que tienen experiencia. Recuerda la lucidez con la que Paquirri le habló al doctor que le iba a intervenir. Los veteranos te suelen comentar: «Me ha dado bien». Y te aclaran la trayectoria. Algunos jóvenes, con la excitación, casi ni se enteran. Te dicen: «No es nada». Y pueden llevar la cornada. Igual que, en una riña callejera, alguno sólo se entera hasta un rato más tarde de que le han dado un navajazo.

–Muchos toreros intentan salir al ruedo en seguida.

–Ésa es nuestra responsabilidad. También ha habido casos de que, con una cornada, han vuelto y han triunfado, en Las Ventas: recuerdo a José Tomás, a Miguel Ángel Perera…

–¿Cuál es el protocolo habitual, ante un percance?

–Desnudar al diestro; hacer un primer examen, muy rápido, a la vista y al tacto, sin radiografías ni ecografías. En seguida, se coge una vía, para la anestesia. Se intenta frenar la hemorragia y evitar la infección. Y se toma la decisión de intervenir o trasladar al herido a un centro quirúrgico.

Con los antibióticos, fue un cambio radical. Aunque tardaron en llegar a España: a veces, había que recurrir al estraperlo…

–De esa decisión puede depender su vida.

–Algunos toreros nos dicen: «¡No me opere!» Pero hay que hacer lo que uno cree oportuno. En general, yo soy partidario de intervenir. Luego, se le deriva a un centro, pero ya en condiciones.

–Marcial Lalanda me decía que, en su época, los toreros le temían más a las curas que a las cornadas. Por eso hablaban de «San Fleming».

–Es lógico: el riesgo de infecciones era terrible. Imagínate todo lo que puede traer el pitón de un toro, lo que puede haber entrado en una herida: arena, suciedad, un alamar del vestido… Por eso, antes había que limpiar mucho, se hablaba de «mucho hule». Antes de los antibióticos, usábamos sulfamidas: unos polvos, en la herida. Con los antibióticos, fue un cambio radical. Aunque tardaron en llegar a España: a veces, había que recurrir al estraperlo…

En mayo de 2014 se tuvo que suspender una corrida en Madrid, al estar heridos los tres matadores, David Mora, Antonio Nazaré y Jiménez Fortes

–Fue una pena que cerrara el Sanatorio de Toreros.

–Había quedado obsoleto pero, en su momento, tenía otras ventajas. Para los toreros heridos, el ambiente era familiar: los mozos habían sido toreros; las enfermeras también conocían ese mundo. A las 12, venían a visitar a los heridos muchos toreros Era 16 habitaciones, se atendía a heridos de toda España. Pero, claro, era necesaria la incorporación de los diestros a la Seguridad Social, con todo lo que eso supone.

–A veces, tenéis que atender en la enfermería, a la vez, a dos heridos.

–Y hasta a tres. Recuerdas que, no hace mucho, en mayo de 2014, se tuvo que suspender una corrida en Madrid, al estar heridos los tres matadores, David Mora, Antonio Nazaré y Jiménez Fortes. En la enfermería tenemos un quirófano y una sala de reconocimiento, que puede servir también de quirófano, si es necesario. En esos casos, hay que tener una prioridad, por la gravedad de los percances. Cuando hirieron a los tres, la prioridad era la cornada de David Mora, la más grave. Otra vez, había sufrido un percance grave Gonzalo Caballero cuando entró también Colombo, herido más leve, y, al ver el panorama, decidió irse. También atendemos a cualquier espectador que lo necesita.

Cuenta mucho la eficacia de las cuadrillas para hacer el quite y llevarse pronto al toro. Por eso, en las capeas, muchas veces, pasa lo que pasa.

–No es lo mismo sufrir una cornada en una Plaza que en otra.

–Como es lógico, no todas tienen igual dotación. Influye, incluso, que la cornada se produzca en un lugar de la Plaza o en otro, por la rapidez para atender al herido. También cuenta mucho la eficacia de las cuadrillas para hacer el quite y llevarse pronto al toro. Por eso, en las capeas, muchas veces, pasa lo que pasa.

–Me contaba Luis Miguel que él, una vez, en Hispanoamérica, sufrió una cornada y, al ver el panorama de la enfermería, se escapó por la ventana. Sucedió hace muchos años, claro está, y en un pueblo, supongo.

–No es el único caso que yo he escuchado. Ortega Cano, por ejemplo, lo pasó muy mal, allí, en un percance.

–Con lo bien que funciona la Fiesta en Francia, también existe cierta polémica sobre las enfermerías francesas.

–Es que en Francia son partidarios de no intervenir, en la Plaza, sino de trasladar al torero herido; a veces, en helicóptero. Por eso, las enfermerías francesas tienen menor dotación que las españolas. Lo respeto pero, a mí, ese criterio me sorprende.

Este tipo de cirugía tiene evidentes peculiaridades, que hay que conocer. Me temo que, en la Universidad Complutense, por ejemplo, puede hacerse la carrera de Medicina completa sin haber escuchado una sola clase sobre esto

–Pregunta tópica, inevitable: una cornada como la de Manolete, hoy en día, en Madrid, ¿sería mortal?

–Era una cornada muy grave pero es fácil que hoy, en una enfermería como la de Las Ventas, se hubiera podido salvar. Ten en cuenta lo que ha avanzado la cirugía en general, no sólo la taurina. A Manolete le hicieron trasfusiones directamente del brazo de algunas personas. Jiménez Guinea estaba en El Escorial, le avisó la Guardia Civil, tomó el coche, sin más, y se fue pitando para Linares, sin llevar nada...

–¿Y la cornada de Paquirri?

–No cabe duda de que el largo traslado hasta Córdoba empeoró la cosa. Lo trágico es que, poco después, se inauguró un Hospital justamente en frente de la Plaza de Pozoblanco. Si hubiera estado antes…

–Los cirujanos taurinos españoles siempre han tenido gran prestigio pero quizá últimamente ha aumentado su presencia social .

–Ahora están más organizados. En la Universidad de Valencia se realizan todos los años unos cursos de especialización en cirugía taurina: este tipo de cirugía tiene evidentes peculiaridades, que hay que conocer. Me temo que, en la Universidad Complutense y en la Autónoma, por ejemplo, puede hacerse la carrera de Medicina completa sin haber escuchado una sola clase sobre esto. Además, como cualquier asistencia médica, requiere medios. En las ciudades no suele haber problemas pero en los pueblos… En la sierra madrileña, por ejemplo, por prestar servicio médico en el encierro y, luego, en la corrida, pueden pagar sólo 800 euros para un equipo de cinco personas. Eso no resulta atractivo para los jóvenes médicos.

He visto salir a torear a algunos diestros, por ejemplo, aunque la rodilla no les respondía suficientemente

–Las Ventas es la única Plaza de temporada que subsiste. Tu trabajo es muy sacrificado: de marzo a octubre, tienes que estar todos los domingos, además del mes de mayo completo y de algunos jueves. El mérito de aguantar esto también es de tu mujer.

–Es verdad. Ella dice que veraneamos de lunes a toros… Hasta que llegó la pandemia, nunca habíamos veraneado un mes seguido. He podido hacer mi trabajo, también, gracias a ella.

–A cambio, pocos profesionales pueden tener la satisfacción de salvar vidas como los cirujanos taurinos.

–La satisfacción es enorme, sin duda. Y aumenta cuando no sólo salvas a la persona sino al torero.

–¿Te has hecho amigo de muchos?

–Suelen reconocerlo, agradecerlo. Pero, por mi carácter, yo no soy muy amigo de taurinear.

–¿No te parece que algunos precipitan su reaparición, después de una cornada?

–Hay que tener en cuenta que están sometidos a una gran tensión, por todas partes. De ellos depende también su cuadrilla. Pero el público no sabe cómo están, sólo juzga su actuación. He visto salir a torear a algunos diestros, por ejemplo, aunque la rodilla no les respondía suficientemente.

Yo defiendo la libertad: que vaya a los toros el que quiera, a nadie le impongo que le gusten

–A lo largo de tu vida, has visto a muchos grandes toreros. Como aficionado que eres, ¿disfrutas con las buenas faenas?

–¡Claro! Me llena el arte, la plasticidad, la belleza de la Fiesta. Me han emocionado grandes toreros como Paco Camino, Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Antoñete…

–No tienes mal gusto. ¿Cómo afrontas casi treinta tardes de San Isidro, con los percances que pueden producirse?

–Me pesa la incertidumbre de si vendrán suficientemente preparados algunos jóvenes toreros, que necesitan abrirse camino.

–¿Qué te parece los que definen la Fiesta como una «tortura animal»?

–Una barbaridad, un desconocimiento total. Hay que saber lo que es un toro bravo, la fuerza que tiene: cualquier roce que te haga es temible. Es necesario haberlo visto en el campo; conocer cómo reacciona ante la puya, creciéndose en el castigo. ¿Quieren que desaparezca entera la especie, ese hermosísimo y fiero animal?

–¿Te preocupa el futuro de la Fiesta?

–Siempre ha habido antitaurinos; ahora, quizá, tienen más dinero, están más organizados. Yo defiendo la libertad: que vaya a los toros el que quiera, a nadie le impongo que le gusten.

Mi hijo se ha ido formando, a mi lado, y espero que me suceda, cuando yo me retire

–Trabaja contigo tu hijo, desde hace años. No fuiste tú el que le hizo ir por ese camino.

–¡Qué va! Siempre ha tenido facilidad para el dibujo, pensaba estudiar para arquitecto y a mí me parecía muy bien. Un día me dijo: «Ya me he matriculado». Le dije: «En Arquitectura, ¿verdad?» Me contestó: «En Medicina». Fue él el que lo decidió: se ha ido formando, a mi lado, y espero que me suceda, cuando yo me retire.

–¿No te ha salido ningún nieto antitaurino?

–Gracias a Dios, no: indiferentes, algunos. Y una chica, muy aficionada, que ahora va a empezar Medicina.

–No se llama Máxima.

–No. Pero parece que va seguir nuestra línea.

–Puede ser la cuarta de la familia, en la enfermería de Las Ventas.

–Hará lo que ella quiera. Pero a mí me encantaría, por supuesto.

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