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Pedro Muñoz Seca (a la derecha) junto al dramaturgo Enrique García Álvarez (izquierda) y el actor Ramón Peña en 1917

La astracanada genial de Muñoz Seca contra el revisionismo vulgar del teatro contemporáneo

Este subgénero teatral, tan típicamente español, ya no se cultiva, quién sabe si por carecer de la ideología que a casi toda obra hoy alcanza, o por carecerse del talento requerido para su creación

La astracanada viene de Astracán, una ciudad rusa, y se considera un género (o subgénero) teatral cómico que se hizo muy popular en España a principios del XX. El dramaturgo Pedro Muñoz Seca fue su principal hacedor y con ello, mayormente, su creador. La astracanada es la parodia constante por encima de cualquier otro asunto, donde lo popular es característica y el chiste esencia sin abandonar la calidad y la literatura. Costumbrismo esperpéntico y folclórico, la vida misma en frases bien construidas, cultas, pero reconocibles.

La venganza de don Mendo de Muñoz Seca es, aparte de un fino cachondeo inmortal, la cuarta obra de teatro más representada en la historia de España después de La vida es sueño, Don Juan Tenorio y Fuenteovejuna. Palabras mayores. El astracán es (o fue por su ausencia de cultivo, quizá por la falta de talento) un género taquillero, como lo es la política, pero en este caso sin gracia. Todo es reconocible en el astracán, para favorecer la risa, y todo está lleno en él de influencias culturales, históricas, sociales y populares que conforman la completitud de una «especie» anacrónica según los «cánones» actuales.

No hay (o no había) ideología en la astracanada, sino «simplemente» ingenio, talento y humor. Tres de las virtudes y singularidades de las que suele carecer la dramaturgia de hoy. La astracanada era la caricatura respetuosa y ocurrente de las tragedias clásicas y de su presente, mientras el teatro actual es la caricatura irrespetuosa de la Historia. Más astracán y menos revisionismo y cancelación vendrían bien a un público comprometido a la fuerza con las temáticas que empujan al «dramaturgo activista». Muñoz Seca era solo un dramaturgo activista del humor, y a pesar de eso le mataron.

Un día antes de que empezara la Guerra Civil, le detuvieron unos anarquista en Barcelona, donde se estrenaba su astracán La tonta del rizo, y se lo llevaron a Madrid, a la prisión de San Antón. Cuatro meses después le asesinaron en Paracuellos del Jarama quienes probablemente se habían desternillado con sus delirantes y brillantes actos, el género que se murió con él como si los asesinos hubieran querido, y conseguido, además de matar al hombre, matar la risa que provocaba a toda ideología, precisamente por no tenerla (o no mostrarla en sus obras), un monárquico y católico que cultivaba sus afinidades políticas y religiosas en la intimidad y no sobre los escenarios, donde solo mostró su celebrada agudeza, justo lo contrario de lo que hoy se estila.