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El ministro de Cultura, Ernest Urtasun (a la derecha) junto al director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun (a la derecha) junto al director del Museo Reina Sofía, Manuel SegadeTwitter

¿Se puede llamar cultura a las «corrientes artísticas» de hoy siempre alineadas con lo políticamente correcto?

La descolonización, por ejemplo, como tendencia mayoritaria va de la mano de los políticos. Nunca antes fue así en la historia del arte

En la época de la descolonización, el revisionismo o el indigenismo, iniciativas impulsadas por los gobiernos, la corriente artística mayoritaria se conduce en paralelo al poder. El arte es ideología como la política. Y la política no puede ser nunca arte. Las ideas sí pueden ser arte en una relación simplemente tocante con la ideología, pero en esa proximidad parece que la confusión se ha cebado con la cultura que siempre siguió su propio camino independiente, y mayormente independiente de lo políticamente correcto.

«Juicio crítico»

Todo lo contrario que hoy. La transgresión cultural, chispa de las corrientes modernas que luego fueron clásicas, no existe. El poder quiere una nueva sociedad y la cultura se ha colocado como su instrumento. Un hecho inaudito. Un somero repaso a los movimientos culturales dan fe de la novedad de esta cultura, si es que de este modo gregario puede llamarse cultura. Cultura según la RAE es el «Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico». También el »Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social".

La cultura predominante actual no pretende precisamente desarrollar el juicio crítico, al menos el juicio crítico que va en contra de la tendencia oficial, de la corriente política, defendida por una cultura a su servicio. El juicio crítico puede ir a favor de una cosa o de otra, pero sin barreras. La barrera hoy es ir contra los conceptos predominantemente políticos e ideológicos: la citada descolonización, el feminismo, el género. Apenas hay algo más allá de estos parámetros.

'El grito' o 'La desesperación'

A principios del XX el expresionismo, por ejemplo, se fundamentaba en un malestar social e individual. Que se lo pregunten a Munch y su grito. El grito no fue ni mucho menos una pintura cercana a la política de la época. Destapaba una realidad íntima incómoda para el poder, a quien le interesaba que se hubiera mantenido oculta. El grito, que en su origen fue La desesperación, fue un hito que trascendió al arte para reflejar y transformar la sociedad, pero solo desde el artista, sin conexión alguna, todo lo contrario, con lo políticamente correcto.

¿Se ha hecho reverente el arte o subversiva la política? Quizá el arte se haya hecho reverente a la subversiva política en una transposición antinatural. Ni el arte puede ser complaciente como esencia, ni la política torpe por su sectarismo desinhibido. El cubismo utilizó la geometría en una completa ajenidad a cualquier movimiento político. La geometría como motivación artística. ¿Se imaginan unos políticos o una ideología que basaran su programa en la geometría? ¿Cuyas ideas y postulados rondasen en todos los ámbitos la geometría?

La geometrización de la política sería un absurdo tan grande como lo es la descolonización como meta, como impulso general, artístico y político. ¿Y el dadaísmo, aquella vanguardia antiburguesa, antipolítica, que tuvo en el urinario de Duchamp su representación icónica? ¿Se imaginan una política dadaísta? El nihilismo y la arbitrariedad como ejes. Imagínese a Urtasun defendiendo el urinario como manifestación de los derechos de las «personas que orinan». No hace falta imaginarse nada, puesto que esto, casi exactamente, es lo que ocurre en el presente.

Los feminismos radicales, el Black Lives Matter, la subcultura «woke», la descolonización y todo los demás es el urinario de la actualidad, la diferencia es que toda esta mezcolanza no es tenida como una provocación sino como un destino social, político e ideológico en connivencia con el «arte». Hace un siglo a Duchamp le hubiera dado un patatús de sufrir este contubernio político-artístico, del mismo modo que le hubiera dado al político de turno al verse relacionado con un urinario, al contrario que ahora.

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